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La escuela que frena a las pandillas en Guatemala

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El proyecto Guatemaltecos Extraordinarios atiende a menores que corren el riesgo de convertirse en pandilleros

Edgar (nombre ficticio) celebra su noveno cumpleaños como cualquier niño: con un gran pastel, si bien en el interior hay un regalo que le cambiará la vida para siempre. Se trata de una pistola que le entregan los integrantes de una pandilla de su barrio a la que a partir de ese momento va a pertenecer. Con un padre alcohólico y un hermano que abusa físicamente de él, solo encuentra como refugio las maras, cuya presencia es permanente en muchas zonas degradadas de la capital de Guatemala desde que irrumpieran en el país a principios de los años noventa, tras originarse en Los Ángeles. Entre ellas, la zona 3, que es una de la veintena de puntos rojos de la ciudad por sus altos índices de violencia y en la que se ubica el mayor basurero del país. Solo en los cinco primeros meses de 2016 fueron detenidas 107 personas y se incautaron 17 armas, según datos de la Policía Nacional Civil (PNC).

Situado a escasos dos kilómetros del centro, en este barrio residen unas 30.000 personas, muchas de ellas en viviendas que no reúnen unas mínimas condiciones de salubridad y en las que las familias no pagan ni la luz, ni el agua, ni ningún tipo de alquiler por el terreno. Los desperdicios se acumulan por las calles como si los límites que separan el basurero de las casas no existieran, mientras que los perros sin dueño se dan auténticos banquetes con los restos de comida que logran encontrar.

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En medio de tanta inmundicia, las pandillas y los grupos criminales se han hecho cada vez más fuertes nutriéndose de los menores que vagan por las calles sin escolarizar, muchos de los cuales se ven obligados a trabajar en el basurero para ayudar a sus familias. Precisamente, para evitar que niños como Edgar se incorporen a estas estructuras criminales que se dedican a extorsionar y asesinar a quienes no paguen la cuota semanal, nació en 2011 la organización Guatemaltecos extraordinarios.

Su objetivo, según explica su fundador y director general, Juan Carlos Molina, es evitar que los menores sean captados por las pandillas, porque una vez dentro, según advierte, inician una espiral de violencia que les acaba conduciendo a la cárcel y en muchas ocasiones a la muerte antes incluso de que cumplan los 18 años. El asesor de la PNC en análisis criminal de pandillas y extorsiones, Mario Bosos, calcula que las dos principales pandillas del país, La Mara Salvatrucha (MS-13) y Barrio 18, suman 12.000 miembros, muchos de ellos menores pertenecientes a familias desestructuradas en las que han sufrido abusos físicos, verbales e incluso sexuales.

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Este dato difiere del aportado por otras entidades como la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, cuyo director ejecutivo, Nery Rodenas, afirma que en 2013 se estimaba que eran 28.000 los integrantes de estas estructuras criminales, cifra que “va aumentando cada año en los sectores más pobres del país”.

Algunos alumnos presentan heridas fruto de peleas en el barrio.
Algunos alumnos presentan heridas fruto de peleas en el barrio.ASIER VERA

En lo que va de año, según datos de la PNC, han sido detenidos en Guatemala 63 menores por el delito de extorsión, mientras que el pasado año fueron 142. Asimismo, en los seis primeros meses de 2016 han sido arrestados 23 menores por homicidio, cifra que se elevó hasta 58 en todo el 2015.

Pasos extraordinarios

Para impedir que estas bandas criminales sigan creciendo, Molina decidió crear una escuela, llamada Pasos extraordinarios, a la que hoy acuden cada día 130 jóvenes de entre ocho y 20 años que estaban sin escolarizar. El colegio se encuentra a escasos metros del basurero, cuyo hedor se extiende por todo el barrio. Es comprensible si se tiene en cuenta que cada día medio millar de camiones depositan 3.000 toneladas de residuos, de las cuales 1.500 proceden de la Ciudad de Guatemala y otras 1.500 de los municipios cercanos. Ello supone, según detalla el portavoz de la Municipalidad de Guatemala, Carlos Sandoval, el 65% de todos los desperdicios que genera la capital del país, lo que da trabajo a 1.200 guajeros o recicladores de basura.

Los menores se incorporan a las maras para buscar el amor que no han recibido en sus familias y matar llega a convertirse en algo terapéutico

El colegio se halla prácticamente oculto en un aparcamiento de camionetas, que es el nombre con el que se conoce a los destartalados autobuses que circulan por el país y que son originarios de EE UU y Canadá. Precisamente, este medio de transporte es el objetivo prioritario de las pandillas; extorsionan a los conductores y les llegan a asesinar en caso de que no abonen la cantidad exigida.

Entre bocinazos y ruido de circulación de autobuses que entran y salen del aparcamiento entre nubes de humo comienzan a llegar los menores a la escuela, algunos de los cuales muestran en su rostro heridas de alguna pelea en la que se involucraron en el barrio. Los profesores aprovechan para hablar con aquellos que han faltado a clase, y ellos explican que no pudieron asistir porque tuvieron que trabajar con su familia en la clasificación de basura o vendiendo en los autobuses. En este centro, cuyas clases comienzan con una oración religiosa en el patio, no solo se imparten los niveles básicos de educación, tal y como explica el director de la escuela, Lizardo Cabrera, sino que también les transmiten valores para impedir que caigan en las drogas y en el mundo de las maras.

“Nosotros trabajamos con el perfil del joven que en diez años podría convertirse en un pandillero”, explica Juan Carlos Molina, quien revela que uno de los profesores fue líder hace una década de uno de estos grupos, por lo que sabe detectar el momento en el que uno de los menores está siendo ya captado para delinquir.

El fundador de Guatemaltecos extraordinarios decidió crear esta organización después de trabajar durante 14 años con pandilleros activos, primero como director deprogramas de calle en varias zonas rojas de la capital y, posteriormente, como director de rehabilitación en el Sistema Penitenciario. Tuvo la oportunidad de colaborar en la reinserción social de los miembros de las bandas callejeras con un programa de la Agencia de los EE UU para el Desarrollo Internacional (USAID), mediante el cual se logró que 150 ex pandilleros encontraran empleo en empresas locales e internacionales. De ellos, “ni uno solo fue asesinado” tras abandonar.

Necesidad de amor

Por su experiencia, Molina señala que ninguna persona se integra en las pandillas porque quiera asesinar a alguien, sino porque tiene una “alta necesidad de amor y está dispuesto a hacer lo que sea por conseguirlo”. “El niño de nueve años que se mete a la pandilla no quiere matar, pero lo hace para recibir algo que no ha obtenido hasta ahora por parte de su familia, por lo que estos grupos llenan un vacío”, explica. Ello provoca, según añade, que el menor quiera repetir los asesinatos, porque se vuelve algo “terapéutico” y más si ha recibido algún tipo de abuso por parte de algún pariente, dado que “cuando aprieta el gatillo ve el rostro de esa persona que tanto daño le ha hecho”. Por tanto, insiste en que las pandillas son la “perfecta combinación de amor” que están buscando los menores que sufren un abandono en sus propias casas y que ven cómo los integrantes de estos grupos tienen “buena ropa y se lo pasan bien bebiendo licor y tomando drogas”.

Por este motivo, su organización en la que trabajan 12 personas, entre psicólogos, profesores y asistentes sociales, trata de prevenir estas situaciones explicando a los jóvenes que acuden a la escuela que en las delincuencia encuentran “lo opuesto a una familia y al amor, ya que solo entran en un ciclo que les lleva a un infierno y a la muerte teniendo en cuenta que si se quieren salir los matan”.

Para ello, se llevan a cabo ocho programas con los que atienden a 230 personas, de modo que además de los 130 alumnos que acuden cada día a clase de Primaria, también cuenta con una guardería con capacidad para 15 niños de cero a ocho años, así como cursos de educación secundaria durante los fines de semana a los que asisten 40 adolescentes que ya han delinquido y que no son aceptados en el sistema educativo ordinario. Asimismo, 50 menores participan en un programa de fútbol nocturno, con el objetivo de que a través del deporte se alejen de la calle. Al mismo tiempo, 15 jóvenes, de entre 14 y 18 años que desean ya entrar en una pandilla con la que han mantenido sus primeros contactos asisten a un Programa de Sanación y Superación Personal que dura nueve meses, durante los cuales, según Molina, se trata de lograr una “limpieza de su corazón” para que puedan ver lo “extraordinarios” que son sacando de su interior el “odio y rencor” que han ido acumulando por sus difíciles circunstancias familiares.

Un basurero y unas viviendas insalubres en la zona 3 de Ciudad de Guatemala son el caldo de cultivo para que las pandillas capten a menores

“Las maras no detectan que les estamos quitando gente, dado que nosotros actuamos previamente a que los menores puedan ingresar en una de ellas”, especifica, al tiempo que aclara que su asociación no se encarga de sacar personas extraordinarias, sino que “éstas ya lo son, pero no se lo creen”.

Esta entidad no solo trabaja con menores, sino que desde este año también hace un seguimiento a 30 familias del barrio en las que se han detectado casos de abusos o de abandono. Se trata de una visita semanal a la vivienda para intentar convencer a los padres de que cesen los abusos o el maltrato a sus hijos, dado que ello provoca que algunos menores huyan de sus casas y prefieran dormir en la calle, donde son vulnerables a las drogas y los grupos delictivos.

Apoyo económico a las madres

Las madres suelen ser el pilar básico de estas familias, donde es habitual que los padres hayan abandonado el hogar o hayan caído en el alcoholismo. Sin embargo, apenas ganan entre 20 y 25 quetzales diarios (entre 2,5 y tres euros) reciclando basura, lo que les impide mantener a sus hijos, quienes apenas pueden comer una vez al día. Por esta razón, Guatemaltecos extraordinarios ha puesto en marcha un programa de producción de vasos de vidrio que permite a estas mujeres ganar el salario mínimo de 1.800 quetzales al mes (225 euros).

Molina destaca que en estos casi cinco años que lleva funcionando su organización, gracias a donaciones de empresarios y entidades privadas, se ha logrado que una veintena de jóvenes continúe formándose tras finalizar la educación secundaria. Pero no se conforma con ello, sino que su aspiración es construir un centro de prevención de delitos que sea extensible a otras zonas de Guatemala e incluso a otros países con problemas similares, como Honduras y El Salvador, donde las pandillas cuentan con miles de integrantes. Así, según la Fundación InSight Crime, los tres países que conforman el Triángulo del Norte se encontraban entre los cinco más violentos de América Latina y el Caribe en 2015. Concretamente, El Salvador se situó en primer lugar con 6.650 asesinatos, mientras que Honduras ocupó el tercer lugar, tras contabilizar 5.148. Por su parte, Guatemala fue el quinto país con mayor número de homicidios, tras alcanzar la cifra de 5.718 el pasado año, según el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF). Esta violencia endémica ha obligado a miles de personas a emigrar a EEUU, si bien muchas han sido deportadas pese al peligro que corría su vida por las amenazas de las pandillas.

Para intentar revertir esta situación, la organización liderada por Juan Carlos Molina abre cada día las puertas de su escuela a los niños y jóvenes que sin este centro educativo camparían por las calles a la espera de que una pandilla los capte sintiéndose así parte de algo. En las paredes del colegio hay pintadas varias huellas de colores que reflejan los pasos extraordinarios que han comenzado a dar los menores para alejarse de la violencia y lograr un futuro mejor. “Tú eres un alumno extraordinario”, recuerda un cartel a la entrada de las clases.

Fuente: https://elpais.com/

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