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Racionalidad, emociones y liderazgo

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Por JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA

En una entrega anterior poníamos de relieve, tomando como referencia el estudio El auge y la caída de la racionalidad en el lenguaje llevado a cabo por investigadores de las universidades de Wageningen de los Países Bajos y de Indiana en los Estados Unidos haciendo uso de los textos publicados en Google Books, y que según dicho estudio a partir de la década de 1980 y sobre todo desde el 2017, se verifica un cambio en los discursos con el predominio del lenguaje emocional por el lenguaje racional, además de un mayor énfasis en lo individualista que en lo colectivista.

Aunque las emociones no es un tema nuevo en psicología, hay que admitir que la publicación del libro Inteligencia Emocional escrito por Daniel Goleman y publicado en el 1995, lo colocó en muchos ámbitos de la vida, convirtiéndose el tema en una inevitable referencia en los ámbitos de la gestión de personas, tanto pública como privada. Por supuesto, también en nuestra vida personal. Se llega a decir que la inteligencia emocional es la habilidad de comprender con precisión tus emociones y reconocer las emociones de los demás de manera correcta, y de esa manera, organizar nuestro comportamiento, tanto personal como institucional. Esto último es lo que ha justificado la máxima: “la inteligencia emocional es clave para los líderes”. Por el momento me abstengo de la discusión de si es posible hablar de una inteligencia emocional. En el campo de las ciencias psicológicas, es un tema de debate.

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Ahora bien, las evidencias que dicho estudio pone sobre la mesa nos mueven a pensar en las posibles consecuencias de una gestión pública y, de manera particular educativa, centrada en las emociones y con poco énfasis en la racionalidad, para lograr alcanzar una educación de calidad.

En el discurso político de quienes les ha tocado dirigir el Ministerio de Educación en nuestro país, ha ido manifestándose la idea acerca de la necesidad de fundamentar las políticas públicas en el sector educativo a partir de las evidencias científicas que arrojarían los estudios y evaluaciones en el sector.

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En un momento determinado se acuño el concepto de “revolución educativa”. En la actual gestión he escuchado algo muy parecido, cuando se dice que en este momento se van a hacer las verdaderas transformaciones en el sector. Revolución y transformación son conceptos muy similares, aunque con connotación distinta. Se llega a hablar de un nuevo modelo educativo (“Educación para Vivir Mejor”) e incluso de un nuevo paradigma en la formación docente. Sobre lo primer, el señor ministro de educación planteó que ese nuevo modelo se sostiene incluso sobre 12 pilares: “inclusión y equidad; pertinencia y relevancia; innovación, ciudadanía, calidad, empleabilidad, eficacia y eficiencia; autonomía, participación, flexibilidad, los actores y ética, y transparencia”. Por su parte, el ministro de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, aunque reconoce los esfuerzos que se han hecho para mejorar las competencias del profesorado, señala que hasta el momento no se “habían pensado u organizado pensamientos educativos, capaces de producir una política pública encaminada al modelo educativo que se estima”.[1]

No tengo la menor dudas de las buenas intenciones de ambos ministros a fin de aportar soluciones al problema de la calidad educativa en la República Dominicana, pero hasta el momento no logro identificar las evidencias científicas que tienen a mano para sustentar tales intenciones, y no solo para descartar las políticas en proceso encontradas, sino también para la formulación de nuevas políticas.

Los cambios en las políticas educativas en nuestro país a partir de un nuevo período de gobierno o sencillamente, el cambio de funcionario en la dirección de los ministerios dentro de un mismo gobierno es una “vieja costumbre” que ha permanecido desde hace ya mucho tiempo. En el Informe sobre las Políticas Educativas Nacionales de Educación: República Dominicana, fruto de una evaluación técnica de especialistas internacionales por parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD)[2], en el Capítulo 8, sobre las conclusiones, y que los especialistas lo llamaron “El paso del Diagnóstico y la Estrategia a la Acción”, expresaron la siguiente conclusión, a manera de preocupación:

“República Dominicana enfrenta un reto delicado para alcanzar el objetivo dos de Los Objetivos de Desarrollo del Milenio hacia el año 2015. Aún mayor es el reto de desarrollar un sistema de educación globalmente competitivo desde el nivel inicial hasta el nivel superior. República Dominicana ha establecido objetivos ambiciosos pero pragmáticos para satisfacer las expectativas de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

El equipo de la OCDE apoya fuertemente las iniciativas específicas enunciadas en el documento Los Objetivos del Milenio. Sin embargo, el equipo se preocupa seriamente de que República Dominicana no sea capaz de implementar siquiera estos pasos intencionalmente pragmáticos. El contraste entre intenciones ambiciosas y progresistas y la realidad de la implementación durante la década pasada es desolador.”

Y más adelante agrega:

“El problema no es la falta de diagnóstico, sino la falta de acción continua”.

Fueron las palabras expresadas en el referido Informe entonces, y que no parece que aún las hemos superado. Quizás el día en que podamos conocer a profundidad el costo de la discontinuidad de las políticas, la sociedad en su conjunto será más exigente frente a la actitud de gobiernos y funcionarios de estar siempre empezando de nuevo.

Hoy se nos habla de un nuevo currículo, cuando el vigente apenas se inició su implementación, de la misma manera que un nuevo modelo pedagógico, y de un nuevo programa de formación docente, aun y cuando la comisión que evaluó el anterior puso de manifiesto sus bondades, señalando que el mismo podía y debía ser mejorado.

Sin embargo, el problema de la calidad de la educación se sigue agravando, pues no hay evidencias de que los aprendizajes de los estudiantes mejoren, y cuando lo hacen, como se puso de manifiesto en el Informe del IV Estudio Regional y Comparativo (ERCE-IV), son de muy poco alcance. En este Informe se señala que en Lectura de tercero y sexto mejoramos pues el 15.20% y el 16.40% de nuestros estudiantes quedaron en los niveles III y IV de desempeño; pero hay que observar también que en los niveles I y II, de esa misma asignatura y cursos, están el 84.9% y 83.7% respectivamente. Se nos reitera, en dicho informe, que la educación preescolar continúa siendo un factor importante en los logros, como por el contrario lo son la repitencia y la inasistencia, que se constituyen en factores negativos. Ambos aspectos han sido objeto de importantes políticas que o no han sido debidamente implementadas o no se les ha dado la continuidad que requieren.

Nuestra educación está atrapada en los intereses políticos partidarios que dirigen, en contextos coyunturales específicos, la gestión del ministerio o la gestión del principal gremio de maestros. En ambos casos los intereses de los estudiantes, en sentido general, han sido puestos entre paréntesis.

Seguimos presos de esos intereses particulares como también de los efectos emocionales del control del poder, colocándose muy por encima, de las realidades y necesidades que la sociedad dominicana tiene de una mejor educación para el presente y el futuro de nuestra nación.

Los deseos siempre serán buenos cuando impulsan procesos que, sustentados en evidencias científicas, puedan permitir la definición y desarrollo de políticas públicas educativas fruto del pacto entre el Estado y la sociedad, como respuesta a los grandes problemas del sector.

Espero que la solicitud hecha por el Foro Socioeducativo en fecha 7 de febrero de este mismo año al presidente del Consejo Económico y Social, Lic. Rafael Toribio, para la evaluación del Pacto Nacional para la Reforma Educativa, suscrito por representantes de amplios sectores de la vida nacional, sea acogida por este con el mismo énfasis puesto en su párrafo final: “En espera de que nuestra solicitud sea atendida con la urgencia que las circunstancias demandan”.  Y ojalá, también espero, que en una ratificación del Pacto nos centremos en los mecanismos que aseguren que lo pactado se cumpla y no en la formulación de nuevos planes y proyectos.

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