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La relación de la educación y la espiritualidad

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Julio Valeirón Ureña

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Una escuela, que en la dinámica de relaciones que promueva, prefigure la sociedad que anhelamos para las generaciones futuras y la cual queremos vivir.

A riesgo de solo divagar sobre un tema algo complejo, y del que no soy especialista, quiero esta vez, sin embargo, compartir algunas reflexiones sobre el tema: educación y espiritualidad.

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Educar, es el acto intencional de colaborar en la construcción de personas en un determinado sentido. Se trata de ir moldeando el carácter para una vida activa con propósitos. Es por ello por lo que es un acto dialógico en la perspectiva freireana.

Los humanos somos seres sensibles. Dotados de unas características que nos permiten desde la más tierna infancia, vivir internamente la “realidad vivida”. La acción dialógica que supone el acto de amamantar, susurrar y cantar despacito, de “apapachar” en el buen mexicano, se constituye en el primer acto educativo, que generalmente realiza la mujer-madre. En la medida que esa criatura encuentra “satisfacción de sus necesidades más perentorias” y que tienen que ver con la vida misma, va experimentando las bases del apego: quietud, seguridad, amor.

Aún de manera inconsciente, la madre va generando en su criatura los fundamentos experienciales de la espiritualidad. Sri Ram dice que la “espiritualidad es cierto estado de conciencia. Es un estado de gracia que uno obtiene dentro de su propio corazón, y que debemos encontrar por nosotros mismos”. Señala, además, que es una cualidad que nos conduce a la coherencia de nuestro comportamiento a partir de unos valores éticos, y, además, a la plena conciencia de nuestra unidad cuerpo-mente-emociones-espíritu.

En su obra La inteligencia reformulada. Las inteligencias múltiples en el siglo XXI el psicólogo Howard Gardner, dedica varias páginas de su libro al tema de la espiritualidad, tratando de ver en qué medida lo espiritual puede ser una más de las inteligencias múltiples. Inicia sus reflexiones reconociendo “lo controversial” del tema al abordarlo desde el mundo de la ciencia y la academia. “Cualquier mención de lo espiritual -independientemente de que se formule como vida espiritual, como capacidad o sensibilidad para lo espiritual, o como un don para lo religioso, lo místico o lo transcendental- es motivo de controversia dentro de las ciencias y, prácticamente, en todo el mundo académico”. Señala incluso que “muchos de nosotros no damos al espíritu el mismo reconocimiento que a la mente y el cuerpo, y tampoco concedemos a lo trascendental o lo espiritual la misma condición ontológica que otorgamos, por ejemplo, a lo matemático o a lo musical”. Pero la educación, sobre todo en la etapa de la niñez y la adolescencia, tiene que ser capaz de mirar al ser humano en toda sus complejidad y manifestaciones, de esa manera, entenderlo como un ser social, histórico y espiritual, situado en un contexto cultural.

El creador de las inteligencias múltiples, para abordar el tema en cuestión, propone tres sentidos distintos de la palabra espiritual:

  • Lo espiritual como inquietud por las cuestiones cósmicas o existenciales.
  • Lo espiritual como logro de un estado del ser.
  • Lo espiritual como efecto en los demás.

En el primer aspecto, y reconociendo en el ser humano “el deseo de tener experiencias y conocer entidades cósmicas que no son fáciles de percibir en un sentido material”, señala lo siguiente: “Si nos podemos relacionar con el mundo de la naturaleza, también nos podemos relacionar con el mundo sobrenatural, con el cosmos que se extiende más allá de lo que podemos percibir directamente, con el misterio de nuestra existencia y con las experiencias de vida y muerte que trascienden la rutina de cada día”. Él reconoce que todo ello no es más que los campos de la experiencia o los ámbitos de la existencia que las personas intentan comprender. Diría yo, legítimamente.

En el segundo sentido de la espiritualidad, los humanos en todas las épocas y culturas han experimentado con diversos caminos, desde aquellos organizados a través de una serie de ejercicios (por ejemplo religiosos, como los ejercicios de San Ignacio de Loyola y otros), como también el maximizar las “experiencias sensoriales”, a través de la música, el alpinismo, o con ciertas substancias alucinógenas. Gardner reconoce que “un observador prudente podría admitir que “la capacidad para alcanzar determinados estados mentales” puede encajar perfectamente en el ámbito del análisis científico”.

En el tercer sentido de lo espiritual reconoce que “este efecto en los demás” puede ser muy controversial, pues lo podemos encontrar en situaciones muy contradictorias en sí mismas, como, por ejemplo: el contacto con un ser de profunda vida y convicción espiritual, como la madre Teresa de Calcuta, hasta extasiarse con la interpretación de una suite o una sinfonía, pero también ante el discurso cautivante de un político.

Por lo controversial del tema, Gardner, se decide a dejar de lado el término espiritual para hablar de una inteligencia, aunque dice que podría hablarse “de una inteligencia que explora la naturaleza de la existencia en sus múltiples facetas”.

Al final de cuentas, el autor de las inteligencias múltiples, no pudiendo eludir el tema, se encamina hacia la definición de una inteligencia existencial o la inquietud por las cuestiones “esenciales”. Él la define como “la capacidad de situarse uno mismo en relación con las facetas más extremas del cosmos -lo infinito y lo infinitesimal-, y la capacidad afín de situarse uno mismo en relación con determinadas características existenciales de la condición humana, como el significado de la vida y de la muerte, el destino final del mundo físico y del mundo psicológico, y ciertas experiencias como sentir un profundo amor o quedarse absorto ante una obra de arte”. Dice: “de lo que hablo es de la capacidad de la especie para interesarse en cuestiones transcendentales, capacidad que se puede despertar y desplegar en unas circunstancias determinadas”.

Como acto dialógico de sentido, la educación está llamada a prefigurar nuevas maneras de enfrentar, comprender y actuar en el mundo. Esa es la educación que hoy estamos llamados a construir y por la que seguimos comprometidos. Una educación que propicie oportunidades en los estudiantes, en cada etapa de su desarrollo, a ponerse en contacto con la naturaleza, pero como parte de ella; en contacto consigo mismo, su conciencia y sus emociones. Una educación que lo ponga en contacto con los demás, como seres sensibles, que generan vínculos, que crean redes de conciencia y celebración. Es una escuela que aprende de sí misma, generando actitudes de búsqueda y reflexión integradora; de participación y responsabilización ética y moral frente a sus acciones. Una escuela promotora e integradora de todas las múltiples inteligencias humanas: musical-artística, corporal-cinestésica, espacial, interpersonal, intrapersonal, lingüística, lógico-matemática, naturalista y, por supuesto, espiritual-existencial. Una escuela, que en la dinámica de las relaciones que promueva, prefigure la sociedad que anhelamos para las generaciones futuras y la cual queremos vivir.

 

 

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