Detrás de cada nombre, se esconde un mundo de mensajes. Indagar sobre el asunto, puede resultar una aventura significativa para cada uno de nosotros al tiempo que nos ayudará a comprender algunas actitudes cuyo origen desconocíamos.
Esa tarde fue de fiesta. Mamá y papá dijeron su nombre y la beba, por primera vez, volvió la cabeza y sonrió como diciendo “soy yo”.
Un día, el niño descubre su nombre. Esa palabra que irá adhiriéndose firmemente a su identidad. Es difícil precisar el momento exacto. También es difícil señalar cuándo una nueva criatura deja de ser para todos la beba, el nene, el chiquito… y todos la empiezan a llamar por su nombre. Pero… ¿qué hay detrás de un nombre?
El nombre de una persona es su credencial de identificación social. El origen del nombre está inspirado en la intención de poder distinguir a las personas por el mismo.
¿De quiénes elegimos el nombre de nuestros hijos?
– Mi hija mayor lleva mi nombre.
– Nuestro primogénito se llama como el abuelo paterno fallecido.
– Bautizamos a nuestros mellizos con nombres de príncipes.
Podrían añadirse muchas otras respuestas distintas. Es importante tener en cuenta también el sobrenombre, apodo o seudónimo que adquiera una persona. Interesa saber como lo llaman en su casa y fuera de la misma. La primera, se pone de manifiesto por ejemplo en colectividades como la judía, que determinan los nombres de sus hijos, reiterando nombres familiares fallecidos.
Según una costumbre española de antaño, los primogénitos llevaban el nombre de sus abuelos. También en nuestro ámbito cultural hubo una época en que se generalizó bastante el ponerle a los hijos mayores los nombres de sus progenitores respectivos.
En otras ocasiones, se usó elegir el nombre del santoral correspondiente a la fecha de nacimiento. Cuando en la elección del nombre actúa una influencia de tipo netamente familiar puede distinguirse entre: móviles conscientes e inconscientes entre estos últimos, consideramos los nombres que no han sido preseleccionados por determinantes predominantemente socioculturales, sino que ha pesado más el factor subjetivo de las personas que participan de la elección.
Entre los móviles conscientes figuran todos los porqués que podemos dar para explicar las elecciones “Porque estaba de moda, porque fue un personaje de una obra que nos impacto, o simplemente porque nos gustó.” Los móviles inconscientes se esconden en el: “No sé el por qué”. Yacen tras los móviles conscientes, e incluso, junto a nombres predeterminados por la tradición sociocultural.
Muchas veces han puesto a una persona un segundo nombre, además del heredado, que se ha elegido con mayor libertad y puede pasar a tener más vigencia. Detrás de un nombre, sobrenombre o apodo, puede haber mucho más de lo que a primera vista puede captarse. ¿Quiénes eligen el nombre? Quizás los padres, los abuelos, tíos y amistades, siempre y cuando el nombre no esté ya preelegido por tradición.
Es tan importante saber quiénes participan de la elección como la procedencia del nombre elegido. La finalidad es obtener la mayor información posible sobre los móviles conscientes que incidieron en su elección. Podemos preguntar a las personas que eligieron nuestro nombre, por el significado que tenía para ellas.
Suele haber un deseo o móvil inconsciente, que sólo aparece al analizar con cuidado las influencias que más han repercutido en nuestra forma de ser, asociadas hasta cierto punto con el nombre; vale decir, ése nos da una pista para descubrir y entender mejor aspectos condicionados de nuestra conducta, que se reiteran automáticamente a través del tiempo.Aspectos que distorsionan nuestra forma auténtica de ser. Porque con el nombre se nos da, directa e indirectamente un modelo para identificarnos.
Algunos ejemplos: personas que han recibido el nombre de Salvador, han adoptado a través de su vida una preferencia marcada por el rol de “salvador” para con los demás y en análisis terapéutico han descubierto que no era mera coincidencia: sus conductas estaban “programadas” en función del modelo que el nombre sugería. A veces se han comprobado asociaciones no fortuitas entre el significado del nombre y la carrera o actividad sugerida. Otras personas que han recibido el nombre de algún progenitor, han vivido buena parte de su vida imitándolo o luchando por ser lo opuesto, bien porque hayan recibido elogios o críticas por tal parecido.
Los nombres tienen su eco. No debemos desestimar la importancia de los lazos afectivos que tenemos con nuestro nombre y con los elegidos para nuestros hijos. ¿Cómo me gusta que me llamen o cómo me disgusta? ¿Por qué? Si no tenemos clara la razón. ¿con qué asociamos el nombre que me agrada y con qué el que me desagrada?. A veces nos puede atraer tener apodos que sin embargo son perjudiciales a nuestro crecimiento personal.
Algunos como: Nena, Chiquita, Beba o diminutivos del nombre (Pepito, Anita, etc.) son apodos para personas dependientes o inmaduras, a las cuales, generalmente, se les ha impedido desarrollar su autonomía. Recapitulando: vale la pena indagar lo que nos resulte accesible en torno a nuestro nombre y los que elegimos para nuestros hijos. Las preguntas básicas giran alrededor de los móviles conscientes y el significado del nombre para quien lo puso; sobre la procedencia del mismo y su trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación que tiene para quien lo lleva. Las respuestas nos remitirán a posibles móviles inconscientes que, a partir de ese momento, podremos asociar con lo descubierto.
Configurarán un perfil de un modelo rector en nuestra vida, que quedó desdibujado en nuestra mente, pero que sin duda ha incidido sobre nosotros.
Tomado de “Cristo Hoy”
Por María Antonia Bell
Fuente: aciprensa.com