El 3 de julio de 1861, Francisco del Rosario Sánchez, uno de los Padres de la Patria, enfrentó el juicio que le condenaría a muerte, tras su intento de impedir la anexión de la República Dominicana a España. Ante el tribunal militar presidido por el general Domingo Lazala, Sánchez pronunció una valiente defensa que aún resuena en la historia nacional.
«Desde este momento seré yo el abogado de mi causa», declaró con firmeza, recordando al juez que él mismo lo había defendido anteriormente en los tribunales cuando fue acusado de asesinato. No solo cuestionó la legalidad de su juicio, sino que también denunció la falta de legitimidad del proceso. Sánchez inquirió con qué leyes se le juzgaba: ¿Con las españolas que aún no regían o con las dominicanas que lo obligaban a defender la soberanía nacional?
Sánchez no buscó salvarse. Asumió toda la responsabilidad por el levantamiento armado que lideró, y solicitó clemencia sólo para sus compañeros de causa: «Si hay un culpable, el único soy yo». Reconoció que había motivado a esos hombres a luchar por la patria y, por tanto, si había una condena, debía recaer solo sobre él.
En uno de los pasajes más conmovedores de su defensa dijo: «Para enarbolar el pabellón dominicano fue necesario derramar la sangre de los Sánchez; para arriarla se necesita de los Sánchez». A pesar de saber su destino sellado, Sánchez mantuvo su dignidad y firmeza hasta el final, rogando únicamente clemencia para los demás.
El 4 de julio de 1861 fue fusilado junto a varios de sus compañeros. Su valentía en el tribunal y su firme compromiso con la independencia nacional lo confirman no solo como héroe de la patria, sino como ejemplo eterno de coherencia, coraje y sacrificio.
Fuente: Archivo General de la Nación