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Educar las emociones para fomentar una cultura de paz

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Elupina Tirado
Santo Domingo

Las emociones sanas juegan un papel determinante en el desarrollo de la cultura de paz y la convivencia pacífica, esta afirmación nos lleva a reflexionar profundamente en las carencias y respuestas emocionales inadecuadas que abundan en nuestra sociedad, muchas de las cuales se hacen virales a través de las redes sociales, sobreexponiéndonos a una carga de información que lesiona lo mejor de nosotros: las habilidades afectivas y hospitalarias que nos han caracterizado.

Esta insoslayable realidad plantea la necesidad de facilitar condiciones para educar las emociones y los sentimientos desde la escuela, la familia e incluso, desde el autocuidado, para aportar relaciones sanas que conduzcan a los individuos hacia la satisfacción de sentirse valorado, reconocido y motivado a reflexionar sobre las expresiones emocionales.

Estas manifestaciones emocionales se verifican en dos planos: el personal y el social. Ambos aspectos, facilitan una mejor comprensión e integración de la inteligencia, especialmente, la intrapersonal; una de las “Inteligencias Múltiples” documentadas en el año 1983 por Howard Gardner, psicólogo investigador de la Universidad de Harvard.

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Educar con base en una inteligencia que aporta autorregulación, por el autoconocimiento y concepto de uno mismo, ayuda a reafirmar la estima y la confianza, recursos que enriquecen las actitudes y el comportamiento. Los estados positivos de las acciones expresadas se complementan con la fisiología del sistema endocrino en la producción de oxitocina, dopamina, serotonina y endorfina, que al pasar al sistema sanguíneo aportan al cuerpo un lenguaje no verbal de alegría y entusiasmo. Desde ahí el ser humano puede responder a los estímulos externos de forma más adecuada sin dejarse influenciar por factores, como la personalidad y experiencias pasadas no adecuadas.

Se puede afirmar que en el convivir puede ser la meta y el reto de todos los grupos humanos. El abordaje del nivel social nos lleva al entorno de la convivencia donde se crea la relación armónica o el conflicto, por lo que educar las emociones para sanar los vínculos contaminados por los conflictos mal manejados o simplemente no resueltos es una apuesta al reconocimiento de la presencia de acciones que conduzcan al sentido humano, que enfoca hacia el amor y los valores: el afecto, la alegría, la confianza, el reconocimiento, la solidaridad, el respeto y la firmeza.

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Aprender y enseñar nuevas maneras de vincularse a través de una comunicación afectiva, sea ésta de contenido verbal o no verbal, permite cultivar la estima desde el reconocimiento y la retroalimentación positiva. La información y los estímulos emocionales como el llanto, la risa, el enojo, los gestos, miradas y ademanes que aportan, tanto el emisor como el receptor, son determinantes en el proceso comunicativo e impactan el tono y el resultado de la interacción.

Cabe destacar que de forma natural las emociones positivas son especialmente contagiosas y se propagan fácilmente entre las personas con un efecto agradable y motivador en las relaciones personales, lo que permite convivir desde la armonía, el amor y la empatía.

Las normas sociales y culturales influyen en cómo se expresan las emociones en diferentes contextos. Es decir, algunas culturas pueden estimular la expresión abierta de las emociones; otras, fomentan su represión, con expresiones como: “los hombres no lloran” hacen referencia a creencias limitantes de la emocionalidad sana que han sido históricamente arraigadas. Estos factores culturales pueden influir, e incluso condicionar, la manera en que las personas perciben y responden a las emociones en todos los espacios vitales.

La autora es médica psicoterapeuta emocional y corporal.

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