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Andrés L. Mateo: ¿Para qué sirve leer una obra de ficción?

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Tras la creación estética de un genuino narrador subyacen estructuras discursivas entramadas que revelan una época. Ninguna obra de arte, por lo tanto, puede ser tan autárquica que sus enunciados se presenten desprovistos del espacio y del tiempo, dualidad inseparable en la que pernocta toda esencia. Esta es una de las principales razones por la que las transcendentales obras dominicanas jamás deberían ser soslayadas al momento de pensar en la formación de ciudadanos y ciudadanas, y en el tipo de nación al que aspiramos.

La cuestión más importante no apunta sólo al anaforismo populoso y modal: “leer, leer, leer”; sino, y mucho más relevante: ¿Cuáles obras leer y con cuáles estrategias abordar su estudio? Porque, sobre todo, no en todos los textos que pasan por las manos de nuestros estudiantes y profesores encontramos el universo referencial que permite la formación de sujetos con sensibilidad y compromiso social, patriotas por convicción y por dignidad.

Amén de esto, las presentes y futuras generaciones deben saber lo mucho que ha costado a nuestros antepasados el que hoy podamos contar con un estado de deberes y derechos, lo más parecido posible a una democracia. Dicha afrenta puede lograrse, en buena proporción, mediante el estudio crítico de los documentales y de las obras literarias e históricas que contribuyen con el fortalecimiento de la consciencia ciudadana. ¿Cuáles son esas obras? ¿Dónde están?

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Una muestra digna la constituye la novela La balada de Alfonsina Bairán (2011) del prestigioso intelectual dominicano Andrés L. Mateo. Se trata de una narrativa fotográfica fascinante. En ella se percibe la facultad de su autor de concebir mundos vividos, imaginados y reinventados, en torno a la dictadura de Trujillo. Está escrita en tercera persona y, en algunos casos, se emplea la primera. Sin embargo, el narrador en ningún momento deja saber su identidad nominal.

No sabemos cómo se llama ese personaje que actúa y disfruta del sexo barato que le oferta su preferida Bartolina. ¿Constituye este aspecto un signo del peligro que representaba opinar durante la dictadura? Posiblemente. Lo que sí sabemos de este personaje sin nombre es que fue objeto del mismo horror que se vivió en Santo Domingo durante la tiranía de Trujillo.

No hay dudas que estamos ante un narrador de amplitud de miras, evidente en la precisión enunciativa y lexical que se entrama en todo su relato. Esa brillantez se reviste de poesía hasta en la más abrupta historia que reinventa. No importa cuán tétricas sean las imágenes, los ambientes, las acciones, los actantes, etcétera, su narrar siempre aparece revestido de un poetizar con el que convierte la más cruel fealdad de la vida en poesía. Incluso, la locución interjectiva más enfática de nuestro idioma, en la voz de los personajes de nuestro autor, suscita el placer sonoro propio del poema. Igualmente sucede con la denominación común con que tanto el narrador como los personajes llaman a las mujeres que ofrecen servicios sexuales:

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“¡Qué (…) me importa que el mundo no pase de ahí! 1960: y no ha pasado nada”.(p. 89: párr. 1.) (…)“Mire ahora mismo (…). Se trata de usted y de mí; de las (…). A todos nos ha creado esa mujer”(P. 103, párr. 4).

La novela recrea la llegada de los exiliados españoles después de la Guerra Fría (1936-1939). De hecho, Alberto Cuadra González fue uno de esos opositores al régimen de Franco que llegó al país para ser testigo presencial de la dictadura más cruel y sanguinaria que se ha vivido en el Caribe. Conoció a Alfonsina Bairán, quien también era descendiente de árabes, de esos que fueron acogidos por Trujillo como consecuencia de la crisis humanitaria que produjo la Segunda Guerra Mundial.

Tras el asesinato de su esposo, Alfonsina decide vengarse. Se casa con el propio asesino de éste y funda un prostíbulo al que todos llamaban el Bar de la Turca. Rodeada de sus perros y de las chicas que ofrecían servicios sexuales, Alfonsina pasó todo su tiempo triste y cabizbajo, hasta que llegó el momento en que desapareció de forma misteriosa. ¿La asesinó Trujillo? No se supo más de ella, ni siquiera el mismo narrador lo explica.

Los signos de la dictadura están presentes en cada una de las acciones de los actantes. Incluso en el narrador principal, un omnisciente que no alcanza la categoría de un dios porque aunque cuenta lo que está pensando por la mente de su amante Bartolina, al final de la novela queda perplejo, sin respuestas a muchas preguntas, cuyas contestaciones sí hubiese podido responder un narrador omnisapiente.

Alfonsina Bairán representa, desde mi perspectiva, la frustración que se vivió en el período dictatorial. Decenas de esposas que no supieron más de sus maridos, y viceversa. Padres y madres que un día cualquiera vieron salir a sus hijos e hijas a la escuela para no regresar jamás. En cierta ocasión, unos jóvenes pescadores del río Ozama se llenaron de pavor al encontrar el cuerpo muerto flotando de Valentín Abad. Estaban seguros que ese profesor había pronunciado algunas palabras no tan afines al régimen y que, posiblemente, llegaron a los oídos del déspota.

Conjuntamente con el ambiente terrorífico que atribulaba a los ciudadanos pensantes, el narrador describe, al otro lado del contén, a los enajenados por el régimen. La percepción de que el déspota era un dios imprescindible fue construida a través de propaganda que colocaba a Trujillo primero que a Dios, en cada hogar, por lo que para los ignaros Trujillo era un hombre bueno.

Es por eso que el discurso soterrado, en la literalidad de esta interesante obra, denuncia, de manera magistral, tal actitud retrógrada y legitimadora del desgobierno. Una vez que se difunde la noticia sobre la muerte del déspota, los acólitos lo lloran evidenciando su limitada visión sobre el panorama real que vivía el país: “¡Coño!, me dije, aterrorizado, ¡están adoloridos! ¡Por la muerte de esa bestia están adoloridos!” (P. 121: párr. 4),se lamenta el narrador.

El existencialismo sartreano es evidente en la diégesis de los personajes, incluyendo al narrador principal, quien ante la muerte y desapariciones inexplicables de numerosos ciudadanos se introduce dentro de una crisis existencial que lo hace exclamar: ¡Muerte, coño, llévame a mí también! (P. 117: párr. 6).

La narración en apariencia es lineal, aunque en los últimos capítulos retrocede al ambiente y acciones del inicio para concluir con la incertidumbre y la confusión que produjo la desaparición de Alfonsina Bairán. Estamos, pues, ante una prosa poética, un “macropoema” narrativo que transcurre mayormente en pretérito perfecto simple del singular. En otras ocasiones se emplea el pretérito imperfecto y el tiempo presente compuesto.

El estilo enunciativo es diverso. Son comunes oraciones simples y compuestas por diferentes procedimientos sintácticos (subordinación, coordinación, yuxtaposición); mientras el uso del presente progresivo se constituye en estrategia con la que el narrador le admite viveza y dinamismo a la descripción secuencial de las acciones. Veamos:

“Mientras los hechos ocurrían se aisló de tal forma que había olvidado la presencia de él. Lo sintió, en el silencio achispado, que le oprimía el hombro, y lo vino a ver a penas cuando los soldados se interpusieronarrastrando al muchacho, cruzando la plaza en diagonal, obligando a la multitud a sosegar el apocamiento”.(P. 25: párr. 2; resaltados míos).

Esta novela de nuestro colosal intelectual y humanista, Andrés L. Mateo, puede ser estudiada desde diversas perspectivas. Los actantes son lingüísticamente tan cultos y precisos como el propio autor, por lo que estamos ante una prosa cuya lectura seguro proporcionará un mayor universo morfosintáctico, semántico y pragmático a los lectores. Empero, sobre todo, esta novela presenta oportunidades ineludibles para contextualizar los hechos del mundo ficcional creado dentro del mundo de la historia real que representaron tres décadas de retroceso en la ruta hacia una democracia todavía en cierne.

La balada de Alfonsina Bairán es sólo una muestra de las valiosas obras representativas de la cultura dominicana e hispánica que deben ser leídas porque, sobre todo, tras la hermosura del velo significante que la adorna, se encuentran los intersticios discursivos necesarios para propiciar el fortalecimiento de nuestra identidad como dominicanos, antídoto del neocolonialismo que aún intenta ideologizar nuestras posibilidades de pensarnos y repensarnos como dominicanos.

Andrés L. Mateo (1999) La balada de Alfonsina Bairán. Tercera reimpresión, 2011. Madrid: Alianza Editorial.     

Gerardo Roa Ogando en Acento.com.do

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