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El maestro que investiga transforma su práctica docente

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La disposición a cuestionarnos y buscar respuesta hay que desarrollarla de manera continua. Un verdadero profesional de la enseñanza no tiene por qué esperar instrucciones de los organismos supervisores para mejorar su práctica docente.

El pasado jueves 24 de marzo, por invitación de mi muy estimada amiga Sandra González, tuve un conversatorio con un “excelente grupo de jóvenes” que están estudiando para su licenciatura en educación en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC). Pensando en ellos escribo este breve ensayo, con el propósito de fortalecer una idea que deje “colgada” en las mentes y el corazón de ellos: la formación inicial docente debe ser capaz de prefigurar al maestro que tanto aspiramos y requerimos en nuestro país.

Motivado por esa idea, me anima a reflexionar y escribir acerca de la importancia de la investigación en la formación, como en el quehacer profesional, de todo aquel que quiere desarrollarse como un innovador y generador de aprendizajes significativos en el aula.

A ellos de manera especial, pero también a todos aquellos que actualmente están en su proceso de formación y, por supuesto, a los miles de maestros que están en las aulas haciendo de “tripa corazón”, para alcanzar ese sueño de muchos: que todos los niños, niñas y jóvenes adolescentes, como también, los jóvenes adultos, aprendan, desarrollen todas las competencias y habilidades que les demanda el mundo y la sociedad de hoy.

Parto del siguiente principio: un maestro que investiga tiene grandes oportunidades de transformar su práctica docente y, por tanto, para alcanzar los más altos niveles de logros de aprendizajes de sus estudiantes.

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La investigación científica procura que encontremos respuestas distintas a las que la experiencia nos llega a creer. No se trata de restarle importancia a la experiencia, sino más bien, de encontrar evidencias que hagan posible ponderar nuevas posibilidades, tanto en el orden de las preguntas que debemos hacemos frente a la realidad, como de sus posibles respuestas alternativas.

La ciencia no es un saber dogmático, más bien probable, plausible, que siempre nos guía por el camino de construir nuevos conocimientos o fortalecer aquellos que son pertinentes. La investigación, desde esa perspectiva, abre puertas hacia la innovación pedagógica y, sobre todo, al convencimiento de que, así como cada estudiante es único, son únicos y característicos, cada grupo de estudiantes con que un maestro se vincula en el sagrado acto de educar. De ahí el binomio inseparable de investigar para innovar o innovar desde la investigación.

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En los procesos de aprendizaje son múltiples los factores que inciden en su desarrollo, algunos referidos al propio sujeto-estudiante, como su percepción del clima del aula, su interés, motivación, valoración que tiene por la educación, además de la historia previa de aprendizaje, las capacidades desarrolladas y un largo etcétera que les dejo para su imaginación. Otro factor lo aporta el docente y que incluye, además de su motivación, el interés, las competencias y habilidades desarrolladas para enseñar, el dominio de lo que debe enseñar, las relaciones entre colegas por desarrollar buenas y novedosas prácticas docentes y otras muchas razones. El aula que genera dinámicas de relaciones que involucran a los sujetos fundamentales, maestros-alumnos, permite a su vez la aparición de otros factores importantes, como son las expectativas para aprender, la gestión efectiva del tiempo y de las oportunidades de aprendizajes, el sentimiento de valoración y aprecio, un ambiente positivo para aprender y, como esos, otros tantos aspectos que se derivan de las relaciones que le da sentido a la escuela y al sistema educativo.

El aula forma parte del “panal” que es la escuela, por tanto, la gestión institucional de los directivos de los centros aporta otros aspectos importantes, como es el liderazgo efectivo, el acompañamiento que retroalimenta y refuerza las buenas prácticas, entre otro, creando las condiciones que hagan posible que el aula se constituya en un espacio donde se aprende. Finalmente, el contexto familiar y comunitario pone su nota en este concierto de aprendizaje que es la razón fundamental de la escuela, y en él se pueden ponderar la valoración de la educación, el ambiente familiar y comunitario, las expectativas sociales, etc.

Por supuesto, todos esos factores se relacionan y generan distintos ambientes de aprendizajes, algunos más favorables que otros, y que serán claves para el acto de aprender y enseñar.

En los estudios internacionales como nacionales que se han desarrollado en el país una evidencia se ha hecho notable. A pesar de que el factor predictor más potente para explicar los logros de aprendizaje de los estudiantes ha sido el quintil socioecómico en que estos y sus familias se ubican, siendo más bajos en los del quintil uno, es decir, los más pobres, sin embargo, aparecen escuelas en que dicha relación se invierte totalmente, es decir, que estudiantes del quintil más pobre muestra logros importantes. Por ejemplo, en el último estudio PISA, sale a relucir que el 12% de los estudiantes del quintil uno, su promedio en dicha evaluación está igual o por encima del promedio de aquellos que están en el quintil cinco, los más ricos. De la misma manera, en las evaluaciones diagnósticas nacionales en tercero y sexto de primaria, aparecen centros educativos del quintil uno cuyos promedios son tan altos como los del quintil cinco. Aún más, y hasta donde pude disponer de esos datos, que hay centros que muestran estos resultados tanto en las evaluaciones de tercero como la de sexto de primaria.

En mi acercamiento vivencial e investigativo que he desarrollado desde finales de los años ochenta, una evidencia es incontrovertible, el maestro es quien pone la diferencia, pues con sus capacidades, motivación, interés y gestión logran que los factores adversos pierdan el “poder” de sus efectos.

Como podrán imaginar, colocarse ante el aula y los sujetos convidados a ella como maestro e investigador, puede constituirse en una herramienta muy poderosa para lograr los propósitos de enseñar con calidad y propiciar aprendizajes, también de calidad.

Al través de la investigación-acción, el maestro como los directivos de los centros y otros docentes, pueden convertir la escuela en un espacio de innovación y desarrollo de buenas prácticas docentes y, por consecuencia, de altos logros de aprendizaje de sus estudiantes.

La investigación – acción es una estrategia de conocimiento y cambio que, guiada por el espíritu de búsqueda y una razón cuestionadora del propio quehacer educativo, puede constituirse en una oportunidad de generar desarrollos y cambios significativos en el proceso de enseñar y aprender.

Los procesos educativos son muy dinámicos, como lo son los sujetos envueltos en ellos y, más aún, los contextos que actualmente vivimos en un mundo que cambia de manera continua en todos los sentidos.

Los niños, niñas y jóvenes adolescentes de hoy son muy distintos a los de ayer, están inmersos y son parte de un mundo y una realidad distinta, donde se están produciendo constantemente grandes cambios, tanto en la disposición como el contenido del conocimiento mismo. El maestro, en esas nuevas circunstancias, debe constituirse en un sujeto activo y propiciador de nuevas maneras de gestión de oportunidades para aprender. Incluso, la propia formación docente debe ser revisada desde esta perspectiva, so pena de seguir una ruta que solo conduce a la reproducción de viejos esquemas mentales de enseñar, y que hoy no muestran su utilidad en el ámbito de la enseñanza y de los aprendizajes.

Un maestro investigador e innovador es una buena garantía para producir cambios que transformen la educación dominicana. El maestro investigador e innovador, como profesional de la enseñanza y de los aprendizajes, debe reconocer que tiene un poder en sus manos que va mucho más allá de los estrechos límites que les imponen muchas veces los liderazgos educativos nacionales. Ellos son los principales hacedores de políticas, pues a final de cuentas, son ellos quienes hacen de la educación un hecho concreto y real.

Una gestión pedagógica que no sea capaz de estudiarse y valorarse profundamente tiene muy pocas posibilidades de transformación y cambio.

La escuela puede ser un buen laboratorio para responder múltiples preguntas de cotidianidad misma: ¿Qué aprenden y no aprenden mis alumnos y alumnas, y por qué? ¿Dónde están sus mayores dificultades? ¿Cuáles factores explican esos resultados? ¿Cuáles características tienen mis estudiantes que obtienen las mejores calificaciones?

Yo mismo, como maestro, ¿he desarrollado todas las competencias de lo que significa enseñar efectivamente? ¿Qué hacen los maestros de mi escuela o de mi distrito de aquellos estudiantes que tienen los mejores logros? ¿Cuáles estrategias docentes son las que producen mejores aprendizajes en las diferentes áreas disciplinares: lengua española, matemática, ciencias, etc.? ¿Cómo afecta el clima del aula y del centro los aprendizajes? Si las relaciones entre maestros, así como entre maestros y alumnos mejoran, ¿afectan de manera positiva los logros de aprendizaje? ¿Tener más o menos tareas para la casa cambia los aprendizajes de los estudiantes en matemática y otras áreas? ¿Fomenta mi escuela hábitos de lectura en la comunidad educativa? ¿Se producen cambios en los aprendizajes de mis estudiantes si los maestros intercambiamos de manera frecuente nuestras experiencias? ¿Qué características personales y profesionales tienen mis mejores maestros? ¿Experimenté yo mismo, como gerente de la escuela, cambios importantes en mi gestión por haber pasado por los talleres y cursos de formación continua?

Hay que estar dispuesto a estudiar y descubrir las brechas de la gestión institucional y pedagógica que producen cambios. Hay que disponerse a estudiar y analizar los problemas. Recoger, organizar y analizar evidencias, extrayendo conclusiones y recomendaciones que puedan ponerse en práctica.

La gestión docente en cualquiera de sus ámbitos: institucional o pedagógica, es una profesión fundada en teorías y principios científicos que deben ser continuamente revisados y analizados y, sobre todo, evaluados en su efectividad. La disposición a cuestionarnos y buscar respuesta hay que desarrollarla de manera continua. Un verdadero profesional de la enseñanza no tiene por qué esperar instrucciones de los organismos supervisores para mejorar su práctica docente. Eso es parte consustancial de su ser profesional.

El maestro investigador –innovador, es una alternativa para generar procesos de reflexión desde la práctica docente mediante la investigación – acción, que permita el desarrollo y fortalecimiento de una gestión de calidad.

No olviden nunca, si queremos nuevas respuestas, tendremos que hacernos nuevas preguntas.

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