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El deber ser del maestro en el contexto escolar

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El proceso educativo debe ser el constructo social encargado de dirigir o al menos influir directamente en el curso de la historia y el desarrollo de las nuevas sociedades. De igual manera, la escuela debe ser ese micromundo en el que los seres humanos desde la infancia vivan y construyan sus vidas, ya no sólo en función del futuro sino también del presente, como seres valiosos y activos de su sociedad; por lo tanto, adquiere una nueva función; no sólo la de heredar el mundo, sino la de responder al mundo, la de humanizarlo creando cultura. Es decir, la escuela debe insertarse en la vida generadora de la sociedad.

Estas consideraciones demandarán necesariamente una redefinición de quién es o debe ser el maestro en el contexto escolar. Las propuestas educativas de la escuela activa* colocaron en el centro de la educación a las nuevas generaciones, a los alumnos, pero ahora se hace necesario considerar una realidad muy importante, y es que en la educación el maestro es un ser vital en permanente relación con los alumnos en el proceso pedagógico. Es él quien hace realidad un proyecto educativo. Es él quien da vida a la concepción pedagógica imperante, quien en su actuar cotidiano forma a los alumnos según el concepto que la sociedad tiene y espera de ellos. Es él, quien hará posible que se redimensione la educación.

La educación es un proceso en el que las personas, los ambientes y los elementos pedagógicos se relacionan como parte de un todo que no puede fragmentarse. Un aspecto es reflejo del otro, la acción de un elemento de este proceso define a los otros. Por lo tanto, no puede plantearse un concepto de ser humano para formar a los alumnos sin que en el maestro esté implicada esta concepción. Esta imagen de ser humano es encarnada por el maestro en su ser y actuar cotidiano y es él quien, como representante de la sociedad, hará posible desde sí mismo nuevas relaciones y marcos pedagógicos en los que se podrá desplegar el potencial del ser humano.

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El ser maestro ha sido un ejercicio profesional permanente en todas las épocas del desarrollo de la humanidad, reconocido en su formación ética e intelectual multidisciplinaria. A la humanidad de hoy, le corresponde ver y leer la imagen de un maestro más posicionado de su sentido de profesión docente, desde la éticidad de su formación como hombre culto, es decir, reconocido por el mismo como un sujeto que sabe quién es, dentro de su estructura valorativa, como un sujeto que reconoce su estructura intelectual desde su acercamiento a la o a las disciplinas que son su fundamento docente.

El maestro culto se construye en su acontecer diario, en su historia, en su visión de formación; su propia formación, la que es imagen para otros, que como él, quieren ser maestros. El maestro camina por una globalidad, la cual le permite un campo de acción muy amplio que colma muchos ámbitos en la sociedad en la que interactúa. Ahora, ante los nuevos desafíos de nuestra sociedad y de la educación, debemos partir de nuevos marcos antropológicos que conciben al ser humano como un ser rico en potencial y posibilidades, un ser creador, en permanente diálogo con el mundo. Estas nuevas concepciones no sólo deben darse con respecto al alumno que ha de educarse, sino también con respecto al ser humano-maestro que es parte esencial del proceso educativo.

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En este sentido, el maestro cumple con la finalidad de la educación que lo compromete a conseguir que los estudiantes adquieran las herramientas necesarias para comprender el mundo en el que están creciendo y que les guíen en su actuar; poner las bases para que lleguen a ser personas capaces de intervenir activa y críticamente en la sociedad plural, diversa, y en continuo cambio, que les ha tocado vivir. Además de desarrollar los conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes (el saber, el saber hacer, el saber ser, el saber estar) necesarios. Los alumnos han de aprender a movilizar todos estos recursos personales (saber actuar) para conseguir una realización personal llegando a ser personas responsables, autónomas e integradas socialmente, para ejercer la ciudadanía activa, incorporarse en la vida adulta de manera satisfactoria, ser capaces de adaptarse a nuevas situaciones y de desarrollar un aprendizaje permanente a lo largo de la vida.

Desde lo social, un maestro culto, conocedor de su propia realidad, se siente responsable de la generación de ambientes escolares, que defiendan un rasgo humanizante de las relaciones sociales, que eduquen para la convivencia humana basada en la democracia y el respeto mutuo. Aprender es convivir con propósitos. Convivir comprendiendo el mundo supone un compromiso individual con objetivos colectivos. Este compromiso individual supone cultivar un interés por comprender a los otros. Comprender a los otros pide mucha comunicación y respeto. Sabemos que, cuando se trata de construir conocimiento, la comunicación ha dejado de ser en un solo sentido. Un maestro culto, también reconoce su acción pedagógica en la relación escuela-contexto, donde la escuela deje de ser una estructura que solo ocupa un espacio físico en una región, para convertirse en agente protagónico, que mejora la calidad de vida de ese sector.

El maestro es un espejo; es decir, su imagen será proyectiva a sus alumnos; sobre todo, cuando estos son niños pequeños, ya que, por lo general, tratan de imitarlos, queriendo ser, en algunos casos, su imagen y semejanza. Asumir consciente y consecuentemente su labor es también su mayor responsabilidad. Un arquitecto puede construir los cimientos de un edificio y este se podrá caer, pero podrá volverse a construir; en cambio, el maestro no puede cimentar equivocadamente estructuras cognitivas y valorativas en sus estudiantes, porque esto no tendrá marcha atrás.

El maestro de hoy es muy cuestionado, ya que, hasta hace unos años era un personaje muy respetado en cualquier contexto. Ahora al maestro se le discute todo, ya sea su forma de abordar la clase como de asumir el clima del aula, esa tensión del maestro, también se ha visto manifiesta en estos tiempos de crisis donde las autoridades educativas con tal de deslegitimizar al magisterio le da poco valor a su rol.

Por todo esto, una actitud más comprometida con sus procesos de auto-formación y comprensión de sus propias realidades, es indispensable como aporte a la formación de las comunidades; de tal manera, que le permita al maestro hacer reflexiones permanentes de su rol, de su práctica y desempeño como hacedor de cultura.

P.D. En ocho semanas, es evidente que el panorama ha cambiado de manera explosiva, la sorpresa no ha permitido hacer una reflexión consciente de cómo producir un cambió intempestivo en nuestras opciones rutinarias: Una salida de campo, un debate en el aula, talleres prácticos, aplicaciones para el aprendizaje, hemos reemplazado, en algunos casos, las historias de nuestros alumnos, manifiestas en sus caras, por una pantalla y sin tregua giramos hacia lo que nos ofrece la tecnología hoy en día. Abordamos nuevas formas con la modalidad del teletrabajo, las clases virtuales u on line, o la orientación pasiva de guías orientadoras para el trabajo en casa.

En todo caso, es pertinente admitir que ante esta situación sui generis, también se valida el compromiso de los maestros por alcanzar el aprendizaje significativo a través de las herramientas virtuales o digitales en tiempos de Pandemia. Esta nueva y repentina realidad de cómo abordar el proceso formativo implicará un profundo cambio en la pedagogía y didáctica en los que habrá necesidad de complementar muchas actividades, propias de la presencialidad, que los docentes sabemos que son esenciales para el proceso educativo en su conjunto.

 

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