Dra. Elupina Tirado
Esta semana tres acontecimientos desgarradores sacudieron la República Dominicana: una madre se lanzó de un cuarto piso con su hija en brazos; otra está acusada de la decapitación de su hija de apenas unos seis años y en otro hecho similar, una madre hirió a su hija en el cráneo.
Reflexionar sobre estos casos nos lleva a un territorio profundamente escabroso y complejo. Cuando hurgamos en casos como estos, solemos encontrar historias personales y familiares envueltas en múltiples capas de sufrimiento, traumas y, en muchos casos, patologías mentales no tratadas e incluso a veces, ni siquiera diagnosticadas.
Es importante detenernos para dimensionar adecuadamente la magnitud de la tragedia: vidas inocentes que han ha sido cegadas por quienes naturalmente deben ser las garantes de la mayor protección y cuidado. Estos hechos desafían las normas más básicas del vínculo humano, especialmente entre madres e hijos que, en culturas como la dominicana, se percibe como uno de los lazos más fuertes, sublimes y sagrados.
¿Qué puede llevar a una madre a destruir aquello que creó con amor? Tradicionalmente en el seno de la familia y la sociedad dominicana dar vida y criar a un hijo, implica un proceso lleno de apego y afecto, elementos esenciales para el adecuado crecimiento emocional, físico y psicológico del niño. Los padres, impulsados por instintos protectores, crían y cuidan a sus hijos, creando lazos de amor, pertenencia, arraigo y seguridad.
Estos filicidios, aunque coinciden en tiempo y espacio, cada uno tiene un contexto y una configuración distinta, aunque es probable que factores como enfermedades mentales graves; como la depresión severa, la psicosis o la esquizofrenia, sean la causa subyacente que lleve a una madre a perder el contacto con la realidad. En estas circunstancias, puede llegar a estados de delirios y alucinaciones que la induzcan a cometer actos tan espeluznantes como los que ha vivido el país en los últimos días.
La mente humana es compleja y, bajo un estrés extremo o un trastorno mental, la percepción de la realidad se puede distorsionar tanto que ya no sea posible discernir entre lo normal y lo insano; lo bueno y lo malo, lo humano y lo monstruoso.
Una joven madre desesperada, expuesta al escrutinio y el escarnio social, sin una estructura familiar que le apoye y sirva de sostén, puede ver la muerte como la única salida para ella y su vástago. En situaciones así, incluso puede llegar a creer que está protegiendo a sus hijos de un peligro o sufrimiento futuro, probablemente movida por creencias distorsionadas, inculcadas en el seno de la propia familia; por ignorancia, e incluso, por fanatismo religioso.
El impacto de estos sucesos va más allá de la familia inmediata. Son hechos que sacuden la comunidad y estremecen la sociedad en su conjunto. Nos obligan a reflexionar sobre la salud mental, la estructura familiar y los mecanismos de apoyo que deberían estar presentes, pero que ante situaciones en las que se prueba su existencia, comprobamos que no están presentes.
La sociedad debe ir más allá del horror inicial y buscar soluciones sistémicas para prevenir este tipo de tragedias. Esto implica una mayor educación sobre salud mental, sistemas de apoyo efectivos para madres y familias, y erradicar de una vez por todas el estigma que se yergue sobre las patologías mentales. La salud mental colectiva es un problema de salud pública, tanto como el dengue, Covid o cualquier otra enfermedad.
En la República Dominicana, el Ministerio de Salud Pública ha establecido diversos organismos dedicados a la protección de la salud mental, que la población poco conoce o a los que no se tiene fácil acceso. No obstante, es vital fortalecer y expandir los programas de educación emocional y sensibilización psicoafectiva, con un enfoque especial en la protección y el bienestar emocional de las familias.
Es fundamental normalizar la atención psiquiátrica y psicológica en nuestro país, para que la petición de ayuda, ante situaciones psicoemocionales, que no se pueden manejar sin asistencia profesional, deje de verse como una debilidad, o condiciones inhabilitantes, sino como un acto de responsabilidad por el autocuidado que permita a individuos y familias adelantarse y prevenir desenlaces funestos.
La detección temprana de señales de alarma y una intervención profesional oportuna y adecuada puede salvar vidas y prevenir situaciones irreversibles de las que nadie en esas familias y en toda la comunidad queda indemne.
La autora de es te artículo es Psicoterapeuta Corporal.