Hoy es una fecha de triste recordación para el patriotismo nacional, pues un 15 de julio de 1876, hace 148 años, en la ciudad de Caracas, Venezuela, falleció Juan Pablo Duarte, el ilustre fundador de la República Dominicana, luego de haber padecido “larga y penosa enfermedad e inenarrables sufrimientos morales”, que sin duda debieron ocasionarle gran decepción y profunda melancolía, según una nota necrológica escrita por el prócer puertorriqueño Andrés Salvador Vizcarrondo, amigo íntimo de Duarte y con quien entonces compartía el amargo fruto del destierro.
Ciertamente, de entre los patriotas liberales-nacionalistas quisqueyanos que lucharon contra la dominación haitiana (1822-1844), para proporcionarle al pueblo dominicano un Estado nación libre e independiente de toda dominación extranjera, ninguno padeció tantas amarguras y vicisitudes como el hijo de Juan José Duarte y Manuela Diez.
En esta oportunidad, no es menester detenernos en la descomunal hazaña política realizada por la joven generación que encarnaron Duarte y los trinitarios, consistente en liberar a un pueblo dominicano y dotarlo de una república soberana y democrática, en una época en que la mayoría de la gente de edad, es decir, los conservadores, descreía de la capacidad del colectivo para proclamarse independiente y mantenerse incólume sin el concurso protector de una potencia extranjera.
Muy pocos dominicanos, cuando estudian la trayectoria pública de Juan Pablo Duarte, reparan en la circunstancia de que, a lo largo de sus 63 años de existencia terrenal, el patricio pasó la mitad de su vida en el exilio (32 años); a lo que debe agregarse la particularidad de que el creador de La Trinitaria fue el único de esa generación revolucionaria que mereció ser desterrado junto con toda su familia. Así, los primeros dos decenios de vida republicana los pasó Duarte en el exilio, “el mayor destructor de almas”, al decir de Augusto Roa Bastos; pero tan pronto se enteró del crimen de lesa patria, que significó la Anexión a España, regresó al país en 1864 en plena guerra restauradora, dispuesto a incorporarse de manera activa al ejército libertador. Sin embargo, el gobierno restaurador, en cambio, consideró que sus servicios a la Patria eran más útiles en Venezuela y lo designó como Embajador Plenipotenciario para que gestionara recursos bélicos y financieros, así como respaldo moral del gobierno venezolano, en beneficio de la causa restauradora.
Después de consumada la gloriosa Guerra de Liberación (1863-1865), y ya restaurada la República de Febrero, Duarte jamás regresó al país. Las pugnas caudillistas por el poder político, por un lado, y la Guerra de los Seis Años contra Buenaventura Báez y su proyecto anexionista a los Estados Unidos, por el otro, contribuyeron a mantenerle alejado de su tierra natal al tiempo que su frágil contextura física, desde hacía algún tiempo, había comenzado a deteriorarse como consecuencia de una crónica tisis pulmonar que le abatía gradualmente.
Cuando finalizó el sexenio de Buenaventura Báez (1868-1874) y una nueva generación política llegó al poder liderada por el general Ignacio María González, hubo interés por lograr que el fundador de la República regresara al lar nativo. En efecto, en una carta del Presidente de la República, dirigida a Duarte, de fecha 19 de febrero de 1875, se le participó lo siguiente:
“Mi querido General y amigo:
“Me había abstenido de escribir a Ud., porque no quería hacerlo mientras no me fuera posible, como hoy, anunciarle la completa pacificación de la República que concibió y creó el patriotismo de Usted.
“La situación del país es por demás satisfactoria, y si concedemos a los dominicanos la suma de juicio necesaria para establecer un paralelo entre nuestro pasado y nuestro presente, debemos confiar en que esa situación se consolidará cada día más y en que ha sonado ya la hora del progreso, para este pueblo tan heroico como desgraciado.
“Mi deseo, mi querido General, es que Ud., vuelva a la patria, al seno de las numerosas afecciones que tiene en ella, a prestarle el contingente de sus importantes conocimientos, y el sello honroso de su presencia.
“Al efecto se dan órdenes al señor Cónsul de la República en Curazao para que ponga a la disposición de Ud., los recursos que necesita para su transporte con el de su apreciable familia.
“Espero confiado que Ud., realizará mis deseos, que son, me atrevo a asegurarlo, los de todos los buenos dominicanos.
“Con mis saludos respetuosos par su apreciable familia me suscribo de Ud., muy amigo,
“Ignacio María González”.
Es fama que paralelamente a esa solicitud del presidente González, y sin tener conocimiento de la misma, en diciembre de ese mismo año, el general Gregorio Luperón propuso que los munícipes de Puerto Plata realizaran aportes económicos a fin de que el general Juan Pablo Duarte, “benemeritísimo patriota, Padre de la Patria y Mártir de todas nuestras contiendas” pudiese regresar al país cuya libertad e independencia habían sido posibles gracias, en gran parte, a sus firmes convicciones democráticas y nacionalistas.
Se sabe que Duarte recibió la carta del presidente González, pero se desconoce si leyó dicha misiva y si pudo haberse enterado de que en su amada patria se habían producido trascendentales cambios en la superestructura política; y que, más importante aún, una nueva generación de dirigentes clamaba por su retorno al país con el propósito de dispensarle el debido reconocimiento por su invaluable contribución a la independencia nacional.
Sin embargo, su salud estaba ya muy deteriorada, y pese a numerosos testimonios que dan cuenta de que el patricio siempre “deliraba con el porvenir de su patria”, no le fue posible siquiera contemplar la posibilidad de regresar a su adorada Quisqueya. Es fama que desde el mes de marzo de 1875 sus condiciones de salud fueron agravándose a tal extremo que pronto quedó inhabilitado para trabajar (situación que mermó los ingresos económicos del hogar) y, al cabo de poco tiempo, se vio obligado a permanecer postrado en la cama, sin poder levantarse. Cada día que pasaba se acrecentaba la dificultad respiratoria de Duarte, pero no había desenlace, prolongándose así su agonía final.
Ese último año y medio de su existencia fue sobremanera tortuoso. Uno de sus más acreditados biógrafos, el historiador Pedro Troncoso Sánchez, refiere que Duarte “sufrió todavía durante largos meses las torturas de la asfixia. Cuando la extenuación de su cuerpo apenas le permitía percibir lo que pasaba en su rededor, por su mente delirante desfilaban los pasajes culminantes de su existenciaÖ”. Y cuando ya se encontraba al borde del sepulcro, su confesor, el presbítero Francisco Tejera, fue quien recogió las últimas palabras conscientes de Juan Pablo Duarte, reveladoras de su profunda convicción cristiana, pues fueron de perdón para quienes le habían ofendido y perseguido. En la tradición oral de la familia Duarte también se sostiene que, en los momentos culminantes de su existencia, en estado delirante, el patricio balbuceó una palabra parecida a “Patria” y que fue entonces cuando expiró.
El día en que tuvo lugar el sepelio de ese insigne Padre de la Patria representa una asombrosa coincidencia entre el inicio de su actividad revolucionaria y el final de su existencia terrenal. Su devota hermana Rosa, en sus “Apuntes para la historia de la Isla de Santo Domingo y para la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Diez”, códice mejor conocido como “Diario de Rosa Duarte”, consignó lo siguiente:
“El General falleció a las tres de la mañana del 15 de julio de 1876. Se había pronunciado independiente a las 11 de la mañana del 16 de julio de 1838. Bajó a la tumba a las 11 de la mañana del 16 de julio al cumplirse 38 años que se consagrara a solo vivir por su Patria”.
Nunca fue la muerte tan piadosa, escribió Troncoso Sánchez, cuando aquella lejana madrugada del 15 de julio de 1876 “besó y puso paz perpetua en la frente atormentada de Juan Pablo Duarte”, el ilustre fundador de la República Dominicana.
(*) El autor es historiador. Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.
Fuente: listindiario.com