«Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo».
Aristóteles
Claro que me has de corregir. Estoy en formación. Me atrevo y pruebo. Me equivoco muchas veces. Sé que ese es tu trabajo: enseñarme mis errores para que no vuelva a repetirlos.
Me pones límites y me marcas el camino. Eso está bien y lo entiendo, aunque no me gusta. Atreverse implica arriesgarse y experimentar. Y equivocarse. Pero no solo aprendo de mis errores. Cuando me corriges criticándome, con ironía o con castigos aprendo a corregir así también a los demás. Si me gritas entiendo que es necesario gritar para que me escuchen. Una bofetada “inocente” me indica que yo también debo pegar para que los demás me obedezcan. Y cuando aprendo esto, me convierto en ti y dejo de ser yo mismo.
Me duele que me grites y me descalifiques. Me duele en lo más profundo que creas que “no llego”. Cuando me riñes, yo siento que no valgo. Cuando me criticas, yo siento que nunca podré tomar buenas decisiones sin ti. Cuando me levantas la voz y te pones nervioso, siento que esos mismos sentimientos son los que provocaré en otras personas cuando me vuelva a equivocar. Entonces ya ni me atrevo ni puedo.
Me enfurezco cuando eres arbitrario con las normas. A veces es “si” pero esa misma norma, a veces es “no” y yo no sé distinguir por qué. En ocasiones me avergüenzas delante de los demás. O me ofreces ayuda cuando no es necesario, como si yo fuera inútil. Me recuerdas constantemente lo que debo hacer y entonces lo que tengo ganas es de no hacerlo. De pequeño te gritaba y tú me obligabas a obedecer. Pero ahora…ahora tengo ganas de romper cosas y de pegarte y te aseguro que no te obedeceré por miedo. Antes me voy de casa…
Lo que necesito, y lo que habría necesitado desde pequeño para no llegar a donde hemos llegado, es que me enseñes a resolver problemas. Que me expliques por qué mi comportamiento no es aceptable. Habría sido fantástico si hubieras podido ver la situación desde mi punto de vista también. Necesito que me dejes elegir y que me ayudes a asumir las consecuencias de mis actos. Cuando me castigas, me quitas el privilegio de aprender de ellas.
Me gustaría que me corrigieras con el respeto que se merece cualquier hijo. Pero como veo que eso es muy difícil para ti, me conformo con que me corrijas como si yo fuera el hijo de tu mejor amigo.
Eso me asegurará tu paciencia y tu autocontrol. Nada me enseña más que cuando yo pierdo el control, tú lo mantengas. Corregir puede hacerse de muchos modos. Eso es fácil. Pero si quieres que además aprenda de mis errores y que confíe en mis propios recursos, entonces…entonces eso ya es más complicado…
Te pido un favor, antes de corregirme, pregúntate: “¿Lo que le voy a decir y cómo se lo voy a decir harán de él una persona mejor?”
Esta pregunta posiblemente te ayudará a intervenir con el respeto que me merezco.
Fuente : www.solohijos.com