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¿La razón de vacaciones?

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Por Julio Valeirón

El amigo Leopoldo Artiles compartió recientemente en su muro de Facebook un artículo de Pablo Javier Piacente, publicado en Levante el 14 de enero de este mismo año, bajo el título “La humanidad está abandonando la razón, según estudio”. (La humanidad está abandonando la razón, según un estudio – Levante-EMV)

El artículo se basa en un estudio realizado entre investigadores de las universidades de Wageningen (Países Bajos) y de Indiana (Estados Unidos), Marten Scheffer, Ingrid van de Leemput, Els Weinans y Johan Bollen, publicado en el portal PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America (El auge y la caída de la racionalidad en el lenguaje | PNAS), con el título “El auge y la caída de la racionalidad en el lenguaje.

El estudio se basa en el análisis masivo del lenguaje en la “argumentación libre de los hechos”, tomando como punto de partida los libros publicados en Gooble Books, en inglés y español.  Resulta interesante el siguiente hallazgo: “después del 1850, el uso de palabras cargadas de sentimientos disminuyó sistemáticamente, mientras que el uso de palabras asociadas con la argumentación basada en hechos aumentó constantemente. Este patrón se invirtió en la década de 1980, y este cambio se aceleró alrededor del 2007, cuando en todos los idiomas, la frecuencia de las palabras relacionadas con los hechos disminuyó mientras que el lenguaje cargado de emociones aumentó, una tendencia paralela a un cambio del lenguaje colectivista al individualista”.

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Es decir, dos hechos interesantes a resaltar a partir de la década de 1980: se aprecia una disminución del lenguaje centrado en los hechos a cambio de las emociones, al mismo tiempo, que una disminución del lenguaje colectivista por un lenguaje individualista (intimista agregaría).

En el referido estudio se pone en evidencia que el uso de palabras como “determinar” y “concluir” aumentó de manera significativa después del 1850, mientras que disminuyó el uso de palabras como “sentir” y “creer”. Del mismo modo, muestran los investigadores, se aprecian cambios significativos en la “proporción de pronombres singulares a plurales como “yo” / “nosotros” y “él” / “ellos”. Apuntan los estudiosos del tema que dicho cambio también se verifica en los artículos publicados en el New York Times, lo que los lleva a la conclusión de que el fenómeno no es solo propio de los libros analizados. Ese mismo comportamiento se corresponde con las tendencias crecientes de búsqueda en Google por los usuarios de esta plataforma, que reflejan este auge por el lenguaje centrado en las emociones y la individualidad.

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Reconociendo la complejidad y predilección en el uso del lenguaje, que pueden cambiar por varias razones, entre ellos el contexto tecnológico, llaman la atención acerca de cómo estos “patrones de cambio en las frecuencias pueden reflejar hasta cierto punto cambios en la forma en que las personas sienten y ven el mundo”. Señalan además “la oleada de argumentación política de la posverdad, en la que  triunfan los sentimientos sobre los hechos, sugiere que estamos viviendo en un período histórico especial cuando se trata del equilibrio entre la emoción y el razonamiento”.

El tema se hace interesante a partir de lo planteado por Martín Montoya, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra, en su artículo “La era de la posverdad, la posveracidad y la charlatanería”, publicado en el 2019 en la revista Palabra, en el cual señala:

“El año 2016 fue catalogado por muchos periodistas y analistas políticos como el año de la posverdad. Este término es la traducción de post-truth, elegida palabra de ese año por Oxford Dictionaries. Su significado se refiere a algo que denota unas circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes, en la formación de la opinión pública, que la apelación a las emociones y creencias personales. Bajo estos términos, quien desee influir en la opinión pública deberá concentrar sus esfuerzos en la elaboración de discursos fáciles de aceptar, insistir en lo que puede satisfacer los sentimientos y creencias de su audiencia, más que en los hechos reales”.

La verdad, en ese contexto, se torna en un tema complejo y difícil, pues el relato o la narrativa de los hechos parece obedecer más al privilegio de la verdad sentida o interesada que la verdad demostrada.

Esto se ve reflejado en los discursos políticos, como incluso en los programas de “comentarios noticiosos” de radio y televisión, en que la ausencia de análisis de los problemas tanto nacionales como internacionales, además de la formulación de propuestas programáticas basadas en evidencias, se hace muy notorio.

¿Hacia dónde conduce todo esto? No podemos obviar que el nivel de desarrollo que hemos alcanzado en los últimos cien años obedece al importante desarrollo del conocimiento científico y tecnológico aplicados en el dominio de la naturaleza en sus múltiples manifestaciones, pero que al mismo tiempo ha significado la puesta en peligro de la vida misma por un modelo económico de desarrollo que, partiendo de ese desarrollo, ha propiciado el descalabro del equilibrio ecológico y el agotamiento progresivo de los recursos del planeta. Es por ello por lo que incluso el psiquiatra y filósofo español Diego Gracia, reconocido en el mundo de la ética por sus importantes reflexiones y compromiso con su desarrollo y difusión, habla de la necesidad de una ética de la vida: no solo es digno el ser humano, digna es la vida.

Quizás debamos reconocer y poner sobre el tapete la necesidad del equilibrio entre la razón y las emociones, y con ello, ganar con el poder del conocimiento científico, al mismo tiempo, que de la fuerza de las emociones para impulsarnos a una mejor vida. Razón y emociones son aspectos esenciales que los humanos hemos desarrollado a lo largo de nuestra existencia, como una manera de enfrentar, comprender y actuar ante el mundo. El desarrollo de una manera más holística e integrada de comprender el mundo nos permitiría dar cuenta tanto de aquellas cosas que podemos observar, medir y cuantificar, como aquellas que se nos escapan a esas posibilidades. Lo evidente es solo una forma de manifestación de la realidad, y quizás una mínima parte; lo otro, seguirá siendo un enigma.

A propósito, Humberto Maturana, biólogo chileno y Premio Nacional de Ciencias Naturales, fallecido en mayo del año 2021, nos dejó la siguiente conjetura:

“No es cierto que lo seres humanos somos seres racionales por excelencia. Somos, como mamíferos, seres emocionales que usamos la razón para justificar u ocultar las emociones en las cuales se dan nuestras acciones”. “Todo sistema racional tiene un origen emocional, ya que los razonamientos lógicos aceptados nacen de los deseos, gustos y preferencias de cada persona”.

Es un tema apasionante que deberá generar no menos debates en el mismo sentido. ¿Qué somos en esencia, razón o emoción, o una suerte dialéctica entre ambas realidades?

 

 

 

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