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La revolución trovadoresca del amor

Enrique Sánchez Costa
Santo Domingo, RD

El mundo anti­guo y medie­val era violen­to, patriarcal y opresivamen­te jerárquico. El fuerte re­gía sobre el débil, el amo sobre el siervo, el instruido sobre el analfabeto, el rico sobre el pobre, el hombre sobre la mujer. La finali­dad de la mujer era ser una buena esposa. Y, entre las clases altas, ni siquiera esa decisión trascendental la tomaba ella. Los padres ca­saban a los hijos para pro­longar la estirpe y estable­cer alianzas mercantiles o diplomáticas. El amor en­tre esposos surgía, si acaso, después de la unión matri­monial.

El panorama es toda­vía menos romántico si te­nemos en cuenta que, co­mo  afirma C. S. Lewis, “para la visión medieval el amor apasionado era per­verso en sí mismo, y no de­jaba de serlo si el objeto era la esposa”. Algo patente en una vieja máxima, que Pe­dro Lombardo difundirá en 1150: “El amor ardiente de un hombre por su propia esposa es adulterio”. Fren­te a todo ello reaccionará, en los siglos XII y XIII, la poesía trovadoresca, que reivindicará la pasión amo­rosa, aplaudirá el deseo y exaltará a la mujer. Tal se­rá su impacto en la cultura, que nuestra concepción del amor romántico bebe de ese “amor cortés o, en pa­labras de los trovadores, de ese “fino amor”.

Los protagonistas

Los trovadores viven en las cortes feudales del sur de Francia y el norte de Cata­luña, componen sus poe­sías o “canciones” en pro­venzal y las acompañan de música. Muchos de ellos son nobles, pero también  hay clérigos, mercaderes o incluso artesanos. Su poe­sía se difunde luego en las cortes de toda Europa, con practicantes en el norte de Francia (los “trouvères”) y en las zonas germánicas (los “Minnesinger”).

Para exaltar a la mujer amada, los trovadores la convierten, poéticamen­te, en señora feudal: se­rá su “domna”, “domina” (dama), o también su “mi­dons” (mi don, mi señor). Trasladando los rituales feudales al amor, el trova­dor jura fidelidad a su señora  y pide, postrado ante ella, que esta le tome en­tre sus manos y le dé un be­so, haciéndolo su vasallo, su servidor (amador). Es­cribe el conde de Poitiers: “Me someto y entrego a ella / puedo inscribirme en la lista de sus siervos; / y por ebrio no me tengáis / si a mi buena señora amo / pues no puedo vivir sin ella / tan hambriento estoy de su amor”.

Características

La poesía trovadoresca celebra “la dulzura de la primavera”, cuyo calor derrite el hielo de la indiferencia y permite la floración del amor. Cantan los pájaros, irrumpe la jovialidad, la música, el juego, el deseo. El trovador requiere con sus poemas a la dama (casada): le pide una señal, una mirada, una caricia, a veces −incluso− la entrega sexual. Pero no todos los trovadores son sensuales o potencialmente adúlteros.

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