Docentes. En la República Dominicana hablamos todos los días de economía, seguridad, electricidad, inflación, competitividad y, últimamente, de la “salvadora” inteligencia artificial. Pero curiosamente evitamos hablar de la mayor amenaza silenciosa que enfrenta nuestro desarrollo: la escasez de docentes, y el impacto devastador que esto tiene en la educación, ese pilar sin el cual ningún país puede aspirar a progresar.
Para mí, este no es un tema técnico ni académico. Es un asunto vital. Lo confirma el libro Reflexiones Educativas de una Exministra de Educación, de Jacqueline Malagón, cuando afirma:
“Sin suficientes maestros cualificados, motivados y bien respaldados, la educación técnico profesional —la que impulsa la productividad, el empleo y la movilidad social— simplemente no funciona.”
Y, sin embargo, hemos normalizado la crisis. Hemos aceptado como parte del paisaje educativo que falten maestros, que falte continuidad, que falten oportunidades para miles de jóvenes. Ese conformismo nos está costando desarrollo.
El déficit docente no es un dato más en un informe: es una señal clara de un sistema que no logra sostenerse. Lo vemos en aulas sin maestros, en escuelas que dependen de suplencias temporales, en comunidades rurales donde la educación es intermitente. Y sabemos, porque está documentado, que no contamos con suficientes profesionales capacitados, que las condiciones laborales no son competitivas, que la retención es mínima y que la migración de talento —que encuentra mejores oportunidades en otros países— deja vacíos difíciles de llenar. Todo esto se intensifica en zonas rurales, donde la desigualdad se traduce en exclusión educativa.
¿Cómo hablamos de desarrollo si no garantizamos lo más básico: docentes disponibles, motivados y bien formados?
Otra alerta importante es nuestra tendencia a creer que las reformas en papel resuelven problemas estructurales. Aprobamos planes, normativas y fusiones institucionales, pero la voluntad real para dignificar la carrera docente sigue quedándose corta. Es como si quisiéramos modernizar la educación sin tocar a quienes la hacen posible.
Ahí surge nuestra contradicción más profunda:
pedimos calidad sin garantizar condiciones; pedimos compromiso sin ofrecer incentivos.
Y Malagón lo resume de manera magistral cuando advierte que no habrá mejora real mientras la formación inicial siga débil, mientras la actualización no sea constante y mientras la carrera docente no ofrezca un horizonte profesional atractivo y ascendente. Sin esas bases, cualquier reforma es un espejismo.
La escasez de docentes es particularmente peligrosa en la educación técnico profesional, donde se juega el empleo del mañana. Este es el puente directo entre escuela y trabajo, entre conocimiento y desarrollo económico. Pero es también el sector que más sufre la falta de docentes altamente cualificados. No podemos hablar de industria 4.0, manufactura avanzada, transición energética o turismo sostenible si no tenemos quienes formen a los jóvenes en esas áreas.
La falta de maestros técnicos no es un problema educativo:
es una amenaza económica y estratégica.
Frente a todo esto, la propuesta más urgente —y quizá más transformadora— es la necesidad de un nuevo contrato social con nuestros docentes. No se trata solo de salarios; se trata de dignidad profesional.
Incluye garantizar estabilidad laboral real, libre de presiones políticas; evaluaciones basadas en mérito, no en burocracia; oportunidades claras de crecimiento; incentivos por desempeño; acceso a vivienda y bienestar; formación continua de calidad; y, algo esencial, espacios reales de liderazgo para los docentes en las decisiones del sistema.
Sin estas medidas, seguiremos atrapados en un ciclo interminable de improvisación. La verdad incómoda —pero inevitable— es que no existe un país que camine hacia el desarrollo sin docentes.
Lo dice con contundencia el propio libro: “Sin docentes bien formados, motivados y respaldados, la educación a todos sus niveles no podrá cumplir su misión de preparar jóvenes para generar riqueza productiva y sostenible en el país.”
Si queremos saber hacia dónde va una nación, no debemos mirar su PIB, sus rascacielos o sus aeropuertos. Debemos mirar cómo trata a sus maestros. Ese es el verdadero indicador de desarrollo.
La escasez de docentes no va a resolverse sola. No desaparecerá con comunicados ni con ajustes cosméticos. Requiere visión, inversión y valentía política. Los países que han logrado transformaciones profundas priorizaron la educación, la despolitizaron y la colocaron en el centro de su estrategia de desarrollo.
La pregunta hoy no es si podemos darnos el lujo de invertir más en docentes. La pregunta es si podemos permitirnos no hacerlo. Y si seguiremos dando la espalda a la verdadera reforma que necesitamos: abordar el sistema educativo con una mirada de desarrollo y liberarlo de la politización que lo ha frenado por décadas.
La respuesta es evidente.
Y el tiempo —seamos honestos— ya se agotó.
Fuente: listindiario.com


