Dominicano. Antes de que una vela española rozara el horizonte, la isla – Quisqueya, Ayiti, Bohío- respiraba orden y armonía bajo el mundo taíno. Los cacicazgos, los conucos, las danzas del batey, los cemíes y la música de maracas formaban una civilización serena, con una espiritualidad profunda y una economía equilibrada.
Era un pueblo que sabía vivir sin destruir.
En medio de ese paisaje sagrado fluía el río Ozama, “río de aguas navegables”, vena luminosa que unía las montañas de Yamasá con el Caribe. Para los taínos era camino, alimento y mito. Su curso definía la vida.
Ese equilibrio se quebró en 1492, cuando la Corona española designó a Cristóbal Colón como almirante, virrey y gobernador de las Indias.
Él fue el primer gobernante europeo de la isla. Su llegada abrió un ciclo de ruptura, violencia y transformación.
Su hermano, Bartolomé Colón, fundó en 1496 una ciudad en la boca del Ozama: primero La Nueva Isabela y, más tarde, Santo Domingo; nombre dado en honor a Santo Domingo de Guzmán y, discretamente, al padre de los Colón.
Era el comienzo de la ciudad más antigua del Nuevo Mundo.
Pero la colonización verdadera —el orden institucional, el control rígido, la explotación sistemática— llegó con Nicolás de Ovando en 1502.
Con 32 navíos y 2,500 colonos, reorganizó la isla, levantó la ciudad de piedra, expandió las minas, instauró las encomiendas y ejecutó actos de brutalidad irreparables como la masacre de Jaragua y la represión en Higüey. La estructura colonial nació bajo su dureza.
En ese mundo donde todo cambiaba a la fuerza, empezó un fenómeno que marcaría para siempre la identidad dominicana: el mestizaje.
Desde los primeros años, españoles e indígenas se mezclaron, a veces por alianzas; muchas veces por violencia. Para 1510 ya se veían niños de sangre hispano-taína en los alrededores de Santo Domingo.
Los taínos, devastados pero no vencidos, sobrevivieron mezclándose, refugiándose en los montes, sirviendo en los hatos; transmitiendo su lengua, su agricultura y su linaje de madre a hija.
Paralelamente, la llegada de africanos esclavizados desde 1502 convirtió a la isla en un cruce de pueblos. Ellos sostuvieron los ingenios, las minas, la construcción, la defensa militar, y dejaron una huella indeleble en la música, la religión, la cocina, la energía cultural y la resistencia cotidiana. Muy pronto surgió el cruce afro-taíno, afro-hispano y el triple mestizaje que caracteriza al Caribe. El español aportó lengua, fe, instituciones y arquitectura.
El africano aportó ritmo, fuerza, espiritualidad y sabor.
El taíno aportó agricultura, vocabulario, memoria y una forma de vivir la tierra.
Para mediados del siglo XVI, la sociedad de La Española era el primer mosaico racial del continente: blancos peninsulares, criollos, mestizos, mulatos, zambos, taínos mezclados, africanos recién llegados, libertos, artesanos, vaqueros, campesinos. Era un laboratorio humano donde todo se encontraba.
En el siglo XVII, con la caída del oro y el auge del ganado, surgió una población rural autónoma, mezcla profunda de raíces taínas y africanas con la lengua española encima como un manto flexible. Fue la época de los hatos, de la vida libre y dura, del campesinado criollo que dio forma al carácter dominicano.
Ya en el siglo XVIII, la identidad estaba hecha: una mayoría mixta, parda, mulata; una minoría blanca peninsular y criolla; afrodescendientes libres y esclavos; linajes indígenas todavía palpables, sobre todo en zonas rurales. Música, fe y costumbres profundamente sincréticas.
La isla ya no era taína, ni africana, ni española: era dominicana, hija de tres sangres que se encontraron en medio de la historia y, aun desde la herida, crearon belleza.
Así nació este pueblo: de un mestizaje temprano, intenso y decisivo; del cruce de madres taínas, antepasados africanos y voces españolas; de una mezcla que no fue un accidente, sino el corazón mismo de nuestra existencia colectiva.
Ese es nuestro origen: un tejido vivo hecho de dolor, resistencia y creatividad. Un origen mestizo que todavía respira en cada gesto de esta tierra.
Fuente: listindiario.com

