Niños delincuentes. Un fenómeno profundamente alarmante gana terreno en nuestro país: la creciente participación de niños, incluso de hasta 12 años, en actividades delictivas.
Según nuestras fuentes, son muchos los menores que ya están siendo enrolados en este mundo ilegal.
Estos niños parecen constituir la nueva generación de relevo, una cohorte que está siguiendo los peligrosos pasos de los adolescentes actuales, quienes a su vez transitan por caminos ya abonados por las pandillas juveniles.
Inicialmente, son utilizados para cometer robos de motocicletas, teléfonos celulares y otros objetos de valor.
Sin embargo, una vez que dominan estos delitos, suelen trascender a otros más graves y ominosos, como el microtráfico de drogas y, con frecuencia, su propio consumo.
De continuar esta tendencia, el problema malogrará el futuro de una generación de niños que bien pudieron haber tomado senderos más prometedores a través de la educación y la formación en valores.
Para dimensionar la gravedad de la situación, basta con considerar este dato elocuente: entre febrero y abril de este año, se registraron 859 delitos cometidos por adolescentes.
El robo agravado encabezó la lista con 328 casos, seguido por la agresión sexual con 179 y los homicidios con 170 incidentes.
Son múltiples y bien conocidos los factores que contribuyen a esta problemática, entre ellos, el alto número de niños y adolescentes que han perdido a sus padres a causa de la violencia doméstica.
Asimismo, aquellos que, desguarnecidos de la atención y el cuidado de sus tutores, terminan buscando refugio y sentido de pertenencia en las pandillas.
A esto se suma la falta de acceso a una educación de calidad y a oportunidades para aprender oficios que, a corto plazo, les permitan generar ingresos lícitos y labrarse una vida digna.
La influencia de adultos delincuentes en sus barrios crea las condiciones ideales para su reclutamiento en bandas criminales, quienes se aprovechan de la edad de los niños para obtener penas más leves dentro de la jurisdicción de menores, un sistema cuyas estadísticas, por sí solas, resultan aterradoras.
El resultado es que las cárceles se encuentran atiborradas de infractores precoces, sin que los esfuerzos por su regeneración y reinserción social muestren, de forma tangible, los resultados positivos que la sociedad urgentemente necesita.
Fuente: listindiario.com


