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Aporte: La educación moral y cívica como brújula ética y ciudadana en República Dominicana

Por Gustavo Morel

“La Educación Moral y Cívica es el arte de cultivar en el corazón de cada persona la semilla de la virtud y la conciencia social. Es el camino que nos enseña a ser ciudadanos de bien, capaces de discernir entre lo correcto y lo incorrecto, de actuar con integridad y de construir una sociedad justa y armoniosa” (Google, 2025).

A mediados del siglo XIX, un conglomerado social de ascendencia hispana, que respondía al nombre de Pueblo Dominicano, decidió emanciparse del yugo haitiano y, cual niño haciendo pinitos, inició un viaje que le conduciría a gestar su propio destino en el concurso de los pueblos civilizados del planeta Tierra.

Desde el nacimiento mismo de la República Dominicana en aquel “febrero inmortal”, los valores cívicos y morales se hicieron patentes en el lema glorioso de Dios, Patria y Libertad, en el Juramento Trinitario, en el Manifiesto del 16 de enero, en el Escudo y en la Constitución.

Durante los convulsos períodos históricos de la Primera y Segunda República Dominicana, (1844-1916), la educación ciudadana estuvo llamada a fortalecer el nacionalismo, la estabilidad política y a consolidar la identidad nacional teniendo como pilares fundamentales los valores cristianos.

A pesar de las dificultades económicas, políticas y sociales de dichos períodos la educación siempre estuvo presente, muy especialmente con la llegada de Eugenio María de Hostos, fundador de la Escuela Normal de Santo Domingo en 1880 y con la creación del Instituto de Señoritas por Salomé Ureña al año siguiente. El pensamiento y filosofía de este ilustre maestro borinqueño fomentaron la responsabilidad ciudadana, el pensamiento crítico, el laicismo, la justicia social y la solidaridad.

Conjuntamente con el modelo educativo hostosiano en los citados períodos históricos, en la República Dominicana fue usado un libro de texto que lleva por título: Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, del pedagogo venezolano Manuel Carreño, el cual, todavía en la actualidad, los “mayores” citan con nostalgia cuando de educación cívica se trata.

“Sin el conocimiento y la práctica de las leyes que la moral prescribe, no puede haber entre los hombres ni paz, ni orden, ni felicidad; y en vano pretenderíamos encontrar en otra fuente los verdaderos principios constitutivos y conservadores de la sociedad que distinguen al hombre civilizado y culto”, asevera Carreño.

Las dos primeras décadas del siglo XX, caracterizadas por gobiernos efímeros, crisis producto de la pérdida de la soberanía económica, magnicidios, una intervención militar extranjera, terremotos y sequías, las enseñanzas de una pléyade de grandes maestros encabezada por Hostos, jugaron un papel determinante en la formación del ciudadano dominicano. Dos producciones literarias de mucha importancia en el campo educativo de “El Sembrador” fueron: “Lecciones de Derecho Constitucional” y “Tratado de moral”, ambas orientadas a la formación ciudadana de los maestros normalistas.

De la fecunda labor del “Ciudadano de América”, como metonímicamente se le conoce a Hostos, nacieron los maestros Arturo Grullón, Félix Evaristo Mejía y Agustín Fernández, todos ellos de la primera cohorte de maestros normales. Pero, aunque parezca que la labor de enseñar era exclusivamente masculina, la mujer dominicana tuvo y sigue teniendo un rol de primer orden en la formación integral de los dominicanos.

En ese orden descolló Salomé Ureña, formadora de maestras como Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Luisa Ozema Pellerano y Catalina Pou. A ese parnaso se unen posteriormente figuras como Ercilia Pepín, Luisa Lizardo Vidal, Julia María Soto, Anacaona Moscoso, Gladys E. De los Santos, Rosa Smester, Abigaíl Mejía y Trina de Moya.

Cada maestro y maestra mencionados impartieron docencia y escribieron ensayos y libros sobre educación ciudadana en República Dominicana contribuyendo grandemente a mantener vivos el idealismo y la filosofía Duartianos. En un contundente enunciado desde la “rebeldía cívica”, la maestra Gladys E. de los Santos sentenció: “Tienen la responsabilidad de transmitir los valores patrios y cívicos a las próximas generaciones. Niños y niñas deben tener en la escuela el templo donde se cultivan la belleza, el bien, la verdad y los sentimientos patrióticos”.

Con la entronización de Rafael L. Trujillo al poder en 1930, el sistema pasó de llamarse “instrucción” a “educación” con la promulgación de la ley 786 de 1934. Así nació la Secretaría de Educación y Bellas Artes, marcando un punto de inflexión en cuanto a estructuración, organización, jerarquía y estabilidad. En cuanto a la educación moral y cívica se instituyó un cuadernillo llamado Cartilla Cívica, la cual el mismo dictador se atribuía su autoría.

La Cartilla, usada como libro de texto para lectura y escritura contenía enseñanza básica conceptual como patria, nación, símbolos patrios, ciudadanía, el Estado, la Constitución, orden y disciplina. Estas contaban con llamativas ilustraciones de renombrados artistas como V. Zanetty, Yoryi Morel y Silvano Lora. Ahora bien, en las tres décadas de la “Era” todas las estrategias y métodos emanadas del gobierno tenían la finalidad de adoctrinar al pueblo, fomentando en la psique del dominicano el culto a la personalidad del “jefe” y así “legitimar” la imagen de “Padre de la Patria Nueva”.

En los veintidós años de gobierno del Dr. Balaguer, caracterizados por autoritarismo, conservadurismo y dogmatismo religioso, la educación estuvo sumida en el atraso con una ley que databa de 1951, matizada por el control gubernamental, moral conservadora, poca innovación curricular, profesores mal pagados y mal formados, nacionalismo exacerbado y con una UASD constituida en nicho de oposición política por tener fuerza autónoma y pensamiento crítico.

Con la implementación del Plan Decenal de Educación de 1992, la educación moral y cívica pasa a ser un Eje Transversal que buscaba permear todas las asignaturas para fortalecer el vínculo entre escuela y sociedad. Este plan y la promulgación de la Ley General de Educación (66-97) produjeron un gran salto en la Educación Dominicana.

A nivel curricular la educación ciudadana fue tomada muy en serio. Pero, en la praxis, debido a ese enfoque transversal, en que todos los maestros de las diferentes áreas debían permear en su planificación y actividades áulicas los contenidos cívicos, los resultados esperados no fueron alcanzados. A esto se une la dificultad de controlar la avalancha de contenidos que recibe la población, especialmente los niños y adolescentes a través del internet.

Todo ello busca instruir en civismo y moralidad en las edades tiernas de los seres humanos para tener un adulto comprometido con la ética personal que redunde en beneficio de la sociedad. “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbio 22:6). Y Napoleón Bonaparte se fue más lejos al afirmar que la educación de un niño comienza veinte años antes de nacer, con la educación de sus padres.

A partir del 2000, comenzó a introducirse en Rep. Dom. la Educación Basada en Competencias. Una de dichas competencias fundamentales es la Ética y Ciudadana, la cual busca “formar ciudadanía responsable y solidaria que contribuya al propósito de la igualdad y equidad de género a crear espacios sociales de bienestar y convivencia pacífica entre todas las personas de una comunidad”

En definitiva, nos sentimos agradecidos de la iniciativa del MINERD de dar importancia capital a la Educación Moral, Cívica y Ética Ciudadana, anhelando que la misma represente la “vara y el cayado que nos infundan aliento”, fe, optimismo y esperanza para realzar el orgullo de ser dominicanos. Dios les guarde.

Fuente: https://hoy.com.do/

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