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La mejor manera de revertir el calentamiento global podría ser cultivar ostras

Las ostras tienen una gran capacidad de absorber carbono, filtrar agua y restaurar ecosistemas. En el mar Menor se van a cultivar 55.000 ejemplares.

A lo largo de las últimas décadas, muchas estrategias se han puesto encima de la mesa para mitigar los efectos del calentamiento global. Sin embargo, pocas de ellas suenan, a priori, tan originales y llamativas como la cría masiva de ostras. Estos moluscos, tradicionalmente vinculados a la gastronomía de lujo, van camino de convertirse en uno de nuestros mejores aliados por su capacidad para absorber el carbono, filtrar el agua y restaurar ecosistemas costeros dañados. De hecho, el Instituto Español de Oceanografía ha iniciado un proyecto para que las ostras ayuden a recuperar un paraje en tan grave riesgo como el mar Menor.

En concreto, un equipo de investigadores españoles ha iniciado un proyecto de repoblación de ostras planas (Ostrea edulis) en la zona. Se trata de una especie autóctona desaparecida a consecuencia de la sobreexplotación y la contaminación con la que se cree que se podrá recuperar el equilibrio ecológico de la mayor laguna de agua salada de España. Además, los 55.000 ejemplares que se van a cultivar servirán como filtros biológicos naturales que mejorarán la calidad del agua y reducirán su turbidez.

Los responsables del Instituto Español de Oceanografía a cargo del proyecto aseguran que las ostras pueden filtrar volúmenes muy altos de agua cada día, así como retener nutrientes, sedimentos y compuestos orgánicos que alteran los ecosistemas marinos. Su actividad también favorece el desarrollo de otras especies, lo que supone un fuerte impulso a la biodiversidad y refuerza la estabilidad de los hábitats costeros. Es decir, su impacto va mucho más allá del entorno local en el que viven.

Un impacto medible

En mayo, un estudio publicado en la revista Nature trató de cifrar el impacto de las ostras en este tipo de ecosistemas. Para ello, sus autores realizaron un análisis exhaustivo de las granjas de ostras en Irlanda. Los datos hablan por sí solos.

Por cada tonelada de ostras cultivadas se fijan, aproximadamente, 3,05 kg de nitrógeno, 0,35 kg de fósforo y casi 70 kg de carbono. Por tanto, su mera presencia en el entorno contribuye a reducir la presencia de contaminantes y a compensar parte de las emisiones generadas por las actividades humanas.

La clave está en las conchas de las ostras, que almacenan el carbono de forma estable y actúan como sumideros naturales. Además, la huella de carbono de este tipo de explotaciones es mucho menor que la de la ganadería terrestre, lo que convierte a la acuicultura de bivalvos en una alternativa más sostenible para la producción de proteína animal.

Mucho potencial y algunos riesgos

Sin embargo, los autores del estudio advierten de que el éxito de esta estrategia depende en gran medida de la responsabilidad en la gestión. Y es que la eficacia ambiental de las granjas de ostras varía en función de la ubicación y de la energía utilizada en el proceso productivo.

Eso sí, la optimización de estos factores puede consolidar esta actividad como una de las pocas industrias alimentarias con balance ecológico positivo. Prueba de ello es que, tras los primeros análisis, el mar Menor está mostrando algunos signos de mejora, como una mayor oxigenación del agua y menor turbidez.

Fuente: https://www.nationalgeographic.com.es/

Elizahenna Del Jesús
Elizahenna Del Jesús
Coordinadora Editorial en Plan LEA, Listín Diario, graduada Magna Cum Laude de la Licenciatura en Letras Puras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD)

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