Alfabetización. En los últimos años, las neurociencias se han instalado con fuerza en el debate educativo. Libros, conferencias y programas de formación docente destacan sus aportes para comprender cómo funciona el cerebro al aprender, y se multiplican las recomendaciones pedagógicas inspiradas en este campo.
Un ejemplo es el reconocido neurocientífico francés Stanislas Dehaene, quien en su obra Aprender a leer describe cómo la alfabetización transforma ciertas áreas cerebrales y propone estrategias basadas en la conciencia fonológica: juegos de rimas y sílabas, trazado de letras, asociación grafema-fonema y rutinas sistemáticas de lectura. Para Dehaene, leer comienza con la decodificación y se consolida al automatizar dos rutas complementarias: la fonológica (para nuevas palabras) y la léxica (para recuperar significados).
Estos hallazgos resultan fascinantes y ofrecen pistas valiosas. Sin embargo, ¿pueden las neurociencias dictar cómo se debe enseñar?
Luces y sombras del enfoque neurocientífico
Aceptar que los procesos cognitivos tienen una base cerebral es evidente: sin cerebro, no hay aprendizaje posible. Pero otra cosa es reducir el aprendizaje escolar a lo que muestran las resonancias magnéticas o los electroencefalogramas. Como advierten especialistas críticos, el riesgo es caer en simplificaciones: atribuir al cerebro lo que corresponde al ser humano en interacción con otros.
Leer no es solo decodificar letras. Es también comprender, interpretar, disfrutar, construir significados y compartirlos en comunidad. Es un acto social y cultural que trasciende lo puramente biológico. La historia de la alfabetización muestra que leer y escribir cambian según las épocas, las sociedades y las condiciones de vida.
El papel irremplazable del docente
Las neurociencias pueden ayudar a entender mecanismos internos del aprendizaje, pero no sustituyen la pedagogía, la didáctica ni la experiencia docente en el aula. Enseñar requiere mucho más que conocer el cerebro: implica crear ambientes significativos, reconocer la diversidad, atender emociones, contextos familiares y culturales, y acompañar procesos humanos complejos.
Si se adoptan recetas “científicas” sin diálogo con la escuela, se corre el riesgo de dejar a los docentes como simples aplicadores de protocolos diseñados desde un laboratorio. Y la educación, más que respuestas estandarizadas, necesita creatividad, sensibilidad y conocimiento situado.
Un llamado al equilibrio
La neurociencia aporta claves valiosas: la importancia de la conciencia fonológica, de la atención a los sonidos, de la práctica sistemática. Pero estas claves deben integrarse en una visión más amplia donde el maestro es protagonista y la lectura es entendida como un derecho cultural y social.
En definitiva, no se trata de elegir entre cerebro o sociedad, entre ciencia o pedagogía. Se trata de reconocer que aprendemos con el cerebro, sí, pero sobre todo como personas en comunidad, con historias, lenguajes y sueños.
Porque alfabetizar no es solo entrenar neuronas: es abrir puertas a la ciudadanía, la cultura y la libertad.

