Gregorio Luperón. El 8 de septiembre de 1839, en Puerto Plata, nació Gregorio Luperón, uno de los próceres más valientes de nuestra historia. Su vida estuvo marcada desde temprano por la adversidad, pero esas dificultades forjaron en él la perseverancia, la disciplina y la pasión por la libertad que lo convirtieron en líder de la Guerra de la Restauración.
Infancia de retos y aprendizajes
Su padre no lo reconoció y adoptó el apellido de su madre, Nicolasa Duperón (que con el tiempo se transformó en Luperón). Creció en condiciones difíciles, pero eso no lo detuvo. Fue un autodidacta, lector incansable y curioso. A los 12 años ya dirigía un negocio, demostrando responsabilidad y liderazgo. Aprendió inglés antes que español gracias a un maestro británico, lo que amplió su visión del mundo.
Juventud y compromiso político
Con apenas 18 años inició su carrera política. Y a los 22, cuando se produjo la Anexión a España en 1861, supo identificar que aquello era dañino para la patria. Su rechazo a esta decisión lo llevó al exilio, pero volvió con más fuerza para unirse a los movimientos que desembocaron en el Grito de Capotillo (1863), inicio de la Restauración.
Su primera gran hazaña militar fue el sitio de Santiago en septiembre de 1863, donde su valentía inspiró a las tropas. Desde ese momento fue visto como un líder de “valor fabuloso”.
Un líder sin ambiciones personales
A diferencia de otros, Luperón nunca buscó el poder por interés personal. Su único objetivo era restaurar la República y defender sus libertades. Él mismo escribió:
“Al lanzarme en la arena de la revolución sólo he tenido por móvil el ansia de ver restaurada la República Dominicana, sus leyes y sus libertades”.
Fue presidente provisional en 1879-1880, pero se apartó para que gobernaran otros líderes como Fernando Arturo de Meriño o Ulises Francisco Espaillat. Siempre prefirió el bienestar del país antes que sus propias ambiciones.
La lucha contra las anexiones
Luperón también combatió con firmeza los intentos de anexar nuevamente el país, esta vez a Estados Unidos. Incluso rechazó una oferta millonaria del presidente Ulysses S. Grant, demostrando una voluntad inquebrantable y un amor profundo por la patria.
Sus últimos días
Aunque cometió errores, como haber apoyado a Ulises Heureaux (Lilís), nunca dejó de alzar la voz contra las injusticias. Gravemente enfermo, pidió regresar a su Puerto Plata querida. Falleció el 20 de mayo de 1897, con una frase que resume su espíritu indomable:
“Los hombres como yo no deben morir acostados”.
Fuentes consultadas: Hugo Tolentino Dipp, Juan Bosch, José Chez Checo.


