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La otra cara de la educación: el desafío de los docentes de multigrado

Multigrado. En la geografía dominicana, como en muchos rincones de América Latina, existen escuelas que a primera vista parecen pequeñas. Aulas modestas, patios sencillos, pizarras gastadas por el uso. Pero dentro de esas paredes ocurre un fenómeno que pocas veces recibe el reconocimiento que merece: la fuerza silenciosa de los maestros y maestras de multigrado.

Estos docentes, muchas veces en comunidades rurales apartadas, son directores, orientadores, gestores, mediadores y, al mismo tiempo, maestros de varios niveles escolares. En un solo salón conviven niños de distintas edades, grados y ritmos de aprendizaje. Allí, las matemáticas se mezclan con la lectura inicial, los juegos con la escritura avanzada, los sueños de los pequeños con las aspiraciones de los mayores.

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El esfuerzo invisible

Lo que rara vez se ve —y casi nunca se reconoce— es la magnitud del trabajo que sostienen. Preparar una clase multigrado no es tarea sencilla: requiere horas extra de planificación para adaptar los contenidos de acuerdo con cada nivel. Además, estos maestros se convierten en puente entre la escuela y la comunidad, gestionando recursos, atendiendo necesidades sociales y respondiendo a autoridades educativas con recursos limitados.

A esto se suma la carga emocional: acompañar a estudiantes en contextos de vulnerabilidad, sostener la motivación en soledad y mantener viva la esperanza de que la educación es, aún en circunstancias difíciles, un camino hacia el futuro.

Un modelo de comunidad

Sin embargo, en medio de esa complejidad se revelan valores que dignifican al multigrado. Los estudiantes mayores apoyan a los más pequeños, desarrollando liderazgo y responsabilidad. La solidaridad no se enseña en abstracto, sino que se vive día a día. La escuela se convierte en el corazón de la comunidad, un espacio donde todos caben y donde se cultiva un tejido social basado en la ayuda mutua.

Reconocer para transformar

En un tiempo en que la educación enfrenta desafíos globales —desde la equidad hasta la calidad—, los maestros de multigrado representan un ejemplo de resiliencia y compromiso. Su labor demuestra que el tamaño de una escuela no define su impacto, sino la grandeza del corazón de quienes la sostienen.

Reconocer su esfuerzo no es un gesto simbólico: es una urgencia. La política educativa debe mirar más hacia estas realidades, apoyando con formación, recursos y acompañamiento a quienes, desde aulas pequeñas, están construyendo una República Dominicana más justa, educada y solidaria.

Porque, al final, ser maestro o maestra de multigrado es más que enseñar: es sostener la esperanza. Y en esa esperanza late el futuro de todo un país.

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