Escuela. Cada año, cuando inician las clases, volvemos a mirar a la escuela: sus aulas recién pintadas, pupitres alineados y un aire de esperanza que se respira entre estudiantes, docentes y familias. Sin embargo, con el paso de los meses, muchas veces esa ilusión se apaga cuando el entorno comienza a deteriorarse: paredes rayadas, baños descuidados, mobiliario roto. Y surge entonces una pregunta inevitable: ¿de quién es la responsabilidad de cuidar la escuela?
La respuesta no recae en una sola institución, sino en todos nosotros. La escuela que se cuida no es solo la que recibe mantenimiento desde fuera, sino aquella donde se fomenta la cultura del cuidado desde dentro. He visto planteles nuevos que a los pocos meses muestran señales de abandono, también he visto otros que, con menos recursos, se mantienen en buen estado gracias a una comunidad que entiende que educar es también proteger y cuidar, porque al cuidar la escuela se cuida el futuro.
Cuidar una escuela es más que mantener paredes limpias o techos en buen estado. Es enseñar a los estudiantes a respetar los espacios comunes, a valorar lo que se comparte y a sentir orgullo de lo que es suyo. Es cuando la comunidad se organiza para reparar un aula, sembrar un jardín o pintar una verja, y en el proceso los niños aprenden una lección de vida: que cuidar es también educar.
En los últimos años hemos visto cómo la educación ha ganado un lugar central en la conversación nacional. La vuelta a clases se celebra, las familias reciben apoyo con incentivos, las mochilas llegan a manos de quienes más lo necesitan, y se fortalece la alimentación escolar. Son pasos importantes, aunque a veces queden opacados por las críticas.
Pero más allá de los esfuerzos externos, la clave está en el sentido de pertenencia que construyamos dentro de cada comunidad educativa. Una escuela florece cuando quienes la habitan sienten que es suya, cuando entienden que cuidarla no es una tarea impuesta, sino un acto de amor.
Necesitamos interiorizar la idea de que la educación no solo se imparte en los libros, sino también en los gestos cotidianos de cuidado. Que mantener viva y digna a la escuela es un compromiso compartido entre el Estado, las familias, los docentes y los propios estudiantes.
Porque al final, la escuela que se cuida no solo enseña matemáticas, ciencias o lengua. Enseña algo más profundo y duradero: el valor de la responsabilidad, del respeto y del trabajo en comunidad. Y esa es, quizás, la lección más importante que puede darnos.


