Por: Emelinda Padilla Faneytt Dra. Ed.
Inteligencia artificial. En los últimos meses, la inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser un concepto futurista para convertirse en una herramienta presente en las conversaciones de maestros, estudiantes y familias. Aunque la mayoría de estas tecnologías se han desarrollado en otros países, con idiomas, acentos y referencias culturales muy diferentes a las nuestras, la pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo podemos hacer que la IA hable el mismo idioma que nuestros estudiantes, no solo en palabras, sino también en cultura y sentido?
La experiencia nos dice que el aprendizaje es más efectivo cuando conecta con lo que el estudiante conoce, siente y vive. Sin embargo, muchos de los contenidos que generan las herramientas de IA están llenos de ejemplos de estaciones de metro en ciudades europeas, referencias a climas que aquí no tenemos, o comidas y deportes que no forman parte de nuestro día a día. Esto no solo crea una distancia entre el estudiante y el contenido, sino que también limita el potencial motivador que la IA podría tener si se adaptara a nuestra realidad.
Imagínese una actividad de lectura para segundo de primaria en la que los personajes juegan vitilla en el recreo, visitan un colmado para comprar guayabas, o celebran la llegada de las lluvias en mayo. O un problema de matemáticas que, en lugar de hablar de manzanas y trenes, plantee cuántos cocos se pueden repartir entre tres vecinos, o cuántos minutos tarda una guagua en llegar de una comunidad rural a la escuela. Estos ejemplos, sencillos pero cercanos, despiertan el interés del estudiante porque hablan de su mundo.
También te puede interesar: De la tiza al algoritmo: cómo la inteligencia artificial puede apoyar a los docentes sin reemplazarlos
Aquí es donde la IA puede convertirse en una aliada poderosa, siempre que el docente asuma un papel activo como curador y adaptador de contenidos. La clave no está en aceptar lo que la máquina produce tal cual, sino en “tropicalizarlo”: ajustar las palabras, los nombres, los escenarios y las costumbres para que reflejen nuestra identidad. Este ejercicio no solo fortalece la comprensión, sino que también fomenta el orgullo por lo nuestro y la valoración de nuestras tradiciones.
La buena noticia es que, aunque hoy la mayoría de las herramientas de IA no vienen entrenadas con material educativo dominicano, el docente tiene la capacidad de “enseñarle” a través de ejemplos, instrucciones claras y retroalimentación. Por ejemplo, al pedirle a una IA que cree una historia para el aula, se le puede indicar: “utiliza nombres y lugares dominicanos, incluye expresiones propias del Caribe, y describe costumbres de la vida en una comunidad local”. El resultado será un texto mucho más cercano y significativo.
Además, esta adaptación cultural tiene un efecto multiplicador. No solo mejora la comprensión lectora o el interés por las matemáticas, sino que también refuerza la construcción de la identidad en un contexto globalizado. Cuando los estudiantes ven su acento, su comida y sus paisajes reflejados en el material escolar, comprenden que su cultura es valiosa y merece estar en el mismo plano que cualquier otra.
Claro está, este camino requiere tiempo, criterio y una reflexión ética: debemos asegurarnos de que la IA no reproduzca estereotipos ni distorsione nuestras realidades. El maestro, como mediador, tiene la última palabra para decidir qué se queda y qué se cambia. No se trata de “domesticar” la IA, sino de enseñarle a conversar con nosotros desde nuestro propio patio.
En definitiva, la inteligencia artificial puede ser una herramienta transformadora si logramos que hable con acento caribeño. El reto está en nuestras manos: usar la tecnología sin perder la esencia de lo que somos, para que nuestros estudiantes aprendan con el mundo, pero desde sus raíces.
