Por: Emelinda Padilla Faneytt Dra. Ed.
Inteligencia Artificial. El “cuco” en el que se ha convertido el tema de la inteligencia artificial (IA) ha generado un intenso debate en la educación. Muchos docentes se preguntan si estas tecnologías podrían reemplazar su labor, mientras otros ven en ellas una oportunidad para innovar y aliviar tareas que consumen tiempo. En la realidad dominicana, donde los maestros enfrentan aulas numerosas, diversidad de niveles y escasez de recursos, la pregunta clave no es si la IA sustituirá al docente, sino cómo puede convertirse en su aliada.
La figura del maestro sigue siendo insustituible. Ningún algoritmo puede transmitir el calor humano de una palabra de aliento, interpretar las miradas de un grupo que no entiende la explicación, o acompañar con empatía a un estudiante en un momento difícil. Sin embargo, la IA puede ser una herramienta de apoyo valiosa, especialmente para automatizar tareas administrativas, generar materiales adaptados y ofrecer recursos que de otra forma serían difíciles de producir con rapidez.
En un contexto donde muchas escuelas tienen conectividad limitada, la IA no necesariamente significa robots en el aula o pizarras inteligentes. Puede empezar con herramientas sencillas, algunas disponibles desde un teléfono, que ayuden a crear planificaciones, proponer ejercicios, diseñar evaluaciones o incluso traducir contenidos a un lenguaje más sencillo para estudiantes con dificultades de comprensión. Así, el docente dedica menos tiempo a la parte mecánica de la preparación y más a la interacción humana y pedagógica.
Pensemos, por ejemplo, en un maestro de ciencias en una escuela rural. Con apoyo de una IA, puede generar en segundos una serie de experimentos adaptados a los materiales que tiene a mano, sin necesidad de laboratorios costosos. O en una profesora de lengua que utiliza la IA para crear ejercicios de ortografía con palabras propias de nuestro español caribeño. Estas soluciones no sustituyen su trabajo, lo potencian.
Además, la IA puede ayudar a personalizar el aprendizaje. Un estudiante que avanza más rápido que el resto podría recibir actividades adicionales para profundizar; otro que presenta rezago puede trabajar con materiales adaptados a su ritmo. Esto, que en la práctica es muy difícil de lograr en un aula con 35 o 40 estudiantes, se vuelve más accesible con apoyo tecnológico.
Por supuesto, para que esto funcione, es fundamental que el docente mantenga el control. La IA no debe decidir qué enseñar ni cómo evaluar; debe ser un asistente que responde a las indicaciones del maestro. También es clave formar a los docentes en el uso crítico y ético de estas herramientas, evitando la dependencia ciega y cuidando la privacidad de los estudiantes.
La transición “de la tiza al algoritmo” no implica abandonar lo que nos ha dado buenos resultados. Significa integrar lo nuevo a lo valioso que ya tenemos: la pizarra donde se escribe con tiza, las dinámicas de grupo, el debate cara a cara y la relación directa con las familias. La tecnología, cuando se usa con sentido pedagógico, puede abrir caminos para que el maestro tenga más tiempo para escuchar, motivar y acompañar.
En definitiva, la IA no viene a quitar el lugar del docente dominicano, sino a reforzar su papel en una educación más inclusiva, creativa y adaptada a cada estudiante. El reto está en aprender a usarla sin miedo, con criterio y con la seguridad de que ninguna máquina puede reemplazar la vocación y la humanidad de un buen maestro.


