Un día como hoy, 15 de julio de 1876, en la ciudad de Caracas, moría en la miseria el más grande de los dominicanos: Juan Pablo Duarte. A los 63 años, reducido por la enfermedad y las privaciones, el fundador de la República exhalaba su último suspiro lejos de la patria que tanto amó y por la que lo dio todo.
Su muerte no tuvo discursos oficiales ni honores de Estado. Fue una despedida sencilla, casi silenciosa. Lo acompañaban sus hermanas Rosa y Francisca, quienes subsistían con modestia cosiendo para sobrevivir. El mobiliario era escaso. El dolor, profundo. Duarte falleció en la penumbra, mientras su hermana rezaba y su hermano Manuel deliraba en una habitación vecina, perdido ya en la confusión de la locura.
Juan Pablo Duarte: Una vida marcada por el sacrificio
Aquel hombre, que en vida había sacrificado su patrimonio familiar dos veces por la causa de la independencia, fue enterrado en una humilde tumba en el cementerio de Tierra de Jugo. Solo algunos vecinos y amigos asistieron. Nadie imaginaba que ese anciano abatido había sido un símbolo puro del patriotismo americano, comparado incluso con el propio Jesús Nazareno por su entrega, su humildad y su sacrificio.
Durante su vida, Duarte no solo enfrentó el exilio y las enfermedades, sino también la indiferencia de muchos de sus contemporáneos. Su compromiso con los valores democráticos y su rechazo a los cargos públicos por ambición personal lo llevaron a vivir apartado de los privilegios y las glorias. Fue un idealista que no negoció principios.
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El regreso del héroe
Siete años después de su muerte, aún no se habían podido saldar las deudas de su enfermedad y entierro. Fue entonces cuando sus hermanas solicitaron ayuda al gobierno dominicano. Ocho años más tarde, en 1884, los restos de Duarte finalmente regresaron al suelo que lo vio nacer, transportados en la goleta “La Leonora” y recibidos por todo un país que comenzaba, por fin, a comprender la magnitud de su legado.
Desde entonces, el río Ozama –testigo silencioso de su vida, sus exilios y retornos– vio llegar sus restos entre vítoreos y lágrimas. Su memoria comenzó a cobrar la dimensión que merecía. Fue velado con honores, colocado en la Catedral y reconocido como el verdadero Padre de la Patria.
Recordar para no olvidar
Hoy, a casi 150 años de su partida, no solo recordamos al líder de nuestra independencia, sino al hombre que vivió con una fe inquebrantable en la justicia y una entrega total a su país. Duarte no solo soñó con una patria libre: la defendió con cada acto, con cada sacrificio, incluso en el olvido y la pobreza. Recordarlo es entender que el verdadero amor a la patria no se grita con palabras, sino que se demuestra con hechos… con el alma, la vida y el corazón.
Fuente: Historia Dominicana en Gráficas


