Cada 14 de julio, la figura de Joaquín Balaguer vuelve a colocarse en el centro del debate nacional. Para algunos, fue el gran arquitecto del desarrollo dominicano en el siglo XX. Para otros, una sombra autoritaria que prolongó los ecos de una dictadura cruel. Lo cierto es que pocos personajes han marcado tanto el destino del país como este hombre de voz pausada, mirada enigmática y una pluma tan afilada como su ambición política.
Balaguer nació en 1906, en Villa Bisonó, un rincón de la provincia Santiago. Desde muy joven, se destacó como estudiante brillante, de esos que prefieren la compañía de los libros al bullicio del patio. Estudió Derecho y más tarde amplió sus conocimientos en París. Era culto, elocuente, meticuloso. Pero su destino no sería solo el de un académico o escritor: decidió caminar por el sendero del poder.
Joaquín Balaguer: un silencioso aliado del régimen
Su ascenso coincidió con el de Rafael Trujillo. En lugar de oponerse al dictador, Balaguer decidió jugar desde adentro. Fue embajador, ministro, redactor de discursos. No gritaba, no aplaudía demasiado, pero siempre estaba allí, discreto, obediente, útil. Cuando en 1937 se produjo la tristemente célebre masacre de haitianos en la frontera, Balaguer no protestó. Como canciller, se encargó de limpiar la imagen del país ante la comunidad internacional. Silencio y diplomacia.
De cortesano a presidente
Tras el asesinato de Trujillo en 1961, Balaguer asumió brevemente la presidencia. Intentó algunos cambios, pero las heridas del pasado eran muy profundas y la presión de todos los sectores terminó por sacarlo del poder. Se exilió, pero no se rindió.
Regresó en 1966, en medio de una crisis profunda, y ganó las elecciones con el respaldo de sectores conservadores y, en parte, de los Estados Unidos. Tenía una misión: ordenar el país. Y lo hizo… pero a su manera.
Doce años de orden y miedo
Durante sus famosos “Doce Años”, Balaguer construyó escuelas, presas, carreteras, viviendas populares. Apostó por el progreso material, y lo logró. Pero ese orden tuvo un costo. En su gobierno, ser opositor podía significar desaparecer. La represión fue sistemática. Cuerpos paramilitares, como la temida “Banda Colorá”, actuaron con impunidad. Estudiantes, intelectuales, campesinos, obreros… muchos perdieron la vida sin juicio ni explicación. El miedo se instaló como parte del paisaje.
El escritor que no siempre escribió todo
Balaguer escribió más de 50 libros. Uno de los más recordados es Memorias de un cortesano de la Era de Trujillo, donde relata —a su modo— los años que vivió bajo el ala del dictador. En ese texto dejó una página en blanco dedicada al asesinato del periodista Orlando Martínez, en 1975. “Esta página se inserta en blanco…”, escribió, reconociendo que había cosas que prefería no contar, al menos no aún.
Esa página en blanco se convirtió en símbolo de lo que muchos sintieron con Balaguer: alguien que sabía mucho, pero decía poco.
¿Por qué enseñar sobre Balaguer en las escuelas?
Joaquín Balaguer murió en 2002, a los 95 años. Para algunos, fue el presidente que les dio su primera casa, el que asfaltó su calle, el que nunca dejó de trabajar. Para otros, fue responsable de la muerte de seres queridos, de la impunidad y de una democracia mutilada.
Su figura representa una valiosa oportunidad educativa para comprender la complejidad de la historia dominicana reciente. Conocer sus luces y sombras permite a las nuevas generaciones reflexionar sobre el poder, la memoria histórica, el ejercicio de la ciudadanía y los desafíos de construir una democracia sólida.
Más allá de las controversias, estudiar su vida es una puerta para conocer nuestra identidad nacional y entender los caminos —aciertos, errores y tensiones— que nos han llevado hasta el presente.


