Saber. Inspirados en una reflexión del profesor Enrique Sánchez, del Departamento de Humanidades de la Universidad San Pablo CEU de Madrid, compartimos estas palabras que invitan a detenernos, observar con honestidad lo que estamos viviendo y hacernos una pregunta urgente: ¿a qué hemos renunciado en nombre de la comodidad?
Hoy, en lugar de maestros, seguimos influencers. En vez de silencio, elegimos ruido. Nos hemos acostumbrado a un mundo que premia lo fácil, lo inmediato, lo que no incomoda. La cultura ha cedido espacio al entretenimiento y la educación, muchas veces, renuncia a exigir, a profundizar, a confrontar.
Hemos creado una sociedad donde todo parece distinto, pero en realidad se repite con otros nombres y disfraces. Las modas cambian, pero los patrones se imitan. Se habla de originalidad, pero casi todo es copia. En medio de eso, el saber verdadero —ese que remueve, que transforma— se vuelve una rareza.
¿Y si volvemos a lo esencial?
No se trata de rechazar lo nuevo, sino de no conformarnos con lo superficial. De no perder lo que da sentido: la palabra, la contemplación, la belleza, la duda, el esfuerzo, el arte. Lo que nos lleva a hacernos preguntas, a vivir con propósito.
La educación debería ser una aventura, no una rutina. Debería ayudarnos a buscar —no a repetir—; a pensar —no solo a aprobar—. Porque sin tensión, sin dificultad, sin caminos empinados, no hay crecimiento.
Elegir una vida más intensa
Reivindicar el saber es también apostar por una vida más plena. No perfecta, pero más consciente. Una vida que no huye de las preguntas difíciles ni del silencio necesario. Una vida que no se conforme con distraerse, sino que quiera comprender.
Que no se trate solo de enseñar contenidos, sino de encender una búsqueda. Que cada uno —docente, padre, estudiante, lector— pueda hacerse cargo de su papel en esta gran tarea: cultivar una mente lúcida y un corazón despierto.


