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El país que dibujaron los niños: una lección de democracia desde la infancia

Por Emelinda Padilla Faneytt

A veces, en el ejercicio cotidiano de la docencia, la investigación y el trabajo educativo, creemos que ya nada puede sorprendernos. Pero hay momentos —contados, únicos— que te sacuden por dentro y te recuerdan por qué decidiste dedicar tu vida a la educación. Uno de esos momentos lo viví recientemente, como parte del equipo técnico que acompañó la consulta ciudadana infantil organizada por la Oficina del Defensor del Pueblo, en el marco del Primer Congreso Nacional de Niñas, Niños y Adolescentes, celebrado los días 3 y 4 de junio.

Mi tarea fue acompañar el proceso de escucha a niñas y niños de 5 y 6 años de distintas comunidades del país. A esa edad, donde todo es descubrimiento y emoción, les pedimos que nos contaran —con sus palabras, pero también con colores, formas y dibujos— cómo es el país que sueñan. Y lo hicieron. Más de 1,500 producciones de niños y niñas de todo el país fueron recibidas, analizadas y sistematizadas con mucho cuidado, no como piezas artísticas, sino como testimonios vivos de lo que la infancia necesita, desea y espera.

Los más pequeños, del nivel inicial, se expresaron a través del dibujo y la narración oral. Con trazos llenos de emoción y palabras que brotaban con espontaneidad, nos hablaron de lo que les duele y lo que les ilusiona. Por su parte, los estudiantes de primaria y secundaria compartieron sus sueños y demandas mediante dramatizaciones, juego de roles, poesías, cuentos, cartas y otros recursos creativos, todos con un mensaje claro: quieren ser parte activa de la construcción del país.

Fue emocionante. Muchos niños hablaban de parques sin basura, de escuelas limpias y alegres, de calles seguras, de familias unidas, del cuidado de los ambientes y espacios. Otros pedían más juegos, más tiempo con sus abuelos, más abrazos. Decían cosas sencillas y profundas: “quiero no tener miedo de salir a jugas”; “que mi maestra me quiera”; “que haya árboles donde jugar”. No hablaban de política, pero sus palabras estaban cargadas de sentido social y ético. Estaban hablando de derechos.

Como docente, ver esa claridad, esa inocencia lúcida, me conmovió. Pero no fui la única. Muchos de mis colegas, que también formaron parte del proceso, vivieron lo mismo. Fue una experiencia que nos recordó lo esencial: la educación no es solo transmitir conocimientos, es abrir espacios de expresión y dignidad.

En el Congreso, esos sueños fueron expuestos frente a autoridades, medios de comunicación, estudiantes y maestros. Pero lo más hermoso fue que los propios niños y
niñas se convirtieron en voceros de su generación. Con micrófono en mano, narraban
sus dibujos, explicaban sus ideas, se emocionaban al verse escuchados. Fue un
momento sin precedentes en nuestro país. Por primera vez, la infancia no fue decorado
de un acto institucional. Fue protagonista de un evento nacional. Y eso cambia todo. Porque cuando un país se detiene a escuchar a sus niños y niñas —no solo a mirarlos con ternura, sino a tomarlos en serio— está construyendo una democracia más profunda. No fue solo un Congreso. Fue una afirmación pública de que la voz infantil importa, cuenta, transforma.

Este ejercicio de consulta fue también un acto pedagógico colectivo. Cada docente que leyó un dibujo, cada técnico que escuchó una narración, cada adulto que se detuvo a pensar en esas pequeñas grandes ideas, recibió una lección. Aprendimos que la niñez no es una etapa de espera, sino de participación. Que los niños no son ciudadanos del mañana: son ciudadanos hoy. En lo personal, fue una de las experiencias más significativas de mi carrera.

Como mujer de aula, como investigadora, como dominicana, me sentí profundamente
interpelada. Nos toca ahora hacer algo con lo que escuchamos. Nos toca enseñar diferente, escuchar más, diseñar espacios reales de participación en nuestras escuelas. Nos toca honrar sus voces con acciones concretas.

Estoy convencida de que esta consulta no fue un final, sino un comienzo. Un llamado a incluir a la niñez en las conversaciones importantes. Un recordatorio de que todo cambio duradero debe comenzar con quienes hoy habitan los salones de clase, pero mañana cuidarán el país que estamos dejando.

En esos dibujos, en esas palabras, hay un país que aún no existe, pero que es posible. Y si queremos que ese país llegue, tenemos que escucharlos más seguido, y con más atención.

Gracias a nuestro DEFENSOR DEL PUEBLO, por esa maravillosa iniciativa.

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