Los malos alumnos “No vienen solos”. Así describe Daniel Pennac, escritor y exprofesor francés, a esos estudiantes señalados por el sistema como “malos alumnos”, los que cargan con etiquetas, fracasos escolares, indiferencia o burla. Pero lo que él propone en su libro Mal de escuela (2008) es una visión profundamente humana: esos alumnos no son solo cifras en el boletín, sino seres en construcción que llegan al aula con mucho más que libros en la mochila.
Lo que traen –dice Pennac– es una cebolla emocional. Capa tras capa: miedo, tristeza, frustración, rabia, heridas invisibles del pasado y un presente que no siempre les da tregua. Un entorno familiar complejo, experiencias escolares previas desalentadoras y una autoestima desgastada hacen que muchos niños y adolescentes lleguen al aula sin espacio mental ni emocional para aprender.
Entonces, ¿cómo enseñar en esas condiciones?
Pennac, que fue un alumno con grandes dificultades y luego un maestro apasionado, lo resume en una escena casi poética: a veces basta una sola palabra amable, una mirada sincera, una actitud estable y respetuosa para que el estudiante se sienta seguro y comience a dejar su carga a un lado. Solo entonces puede empezar la clase.
Desde Plan LEA, esta reflexión nos invita a ir más allá de las calificaciones. A mirar con más empatía y menos juicio. A recordar que, muchas veces, el aprendizaje no comienza con un libro abierto, sino con un adulto que ve al estudiante como un ser humano primero.
El reto educativo actual no es solo formar, sino acompañar. Y esto empieza reconociendo que lo que a menudo se considera “mala conducta” o “falta de interés” puede ser una manifestación de dolor no atendido.
En un contexto donde se discute sobre calidad educativa, resultados académicos y políticas públicas, esta mirada de Pennac es un recordatorio fundamental: educar también es cuidar.
¿Qué podemos hacer desde el aula o el hogar?
🔹 Escuchar con paciencia.
🔹 Hablar sin etiquetas.
🔹 Reconocer pequeños logros.
🔹 Mostrar coherencia y afecto.
🔹 Construir espacios seguros donde cada estudiante se sienta valorado.
Porque, como dice el autor: “La clase solo puede empezar cuando la cebolla ha sido pelada”.
Y en ese pelar, también estamos educando.
Fuente: Carlos Lomas


