Educación. Hace apenas unas décadas, bastaba con cursar hasta cuarto de primaria para que un niño dominara la lectura, la escritura y las operaciones básicas con soltura. Hoy, sin embargo, muchos estudiantes llegan a ese mismo grado con deficiencias notables en comprensión lectora, redacción y cálculo matemático. ¿Qué ha cambiado?
La esencia del aprendizaje antes
Los salones eran modestos y los recursos limitados, pero el compromiso era inmenso. El respeto por el maestro era incuestionable. Los padres respaldaban con firmeza el proceso educativo y existía una alianza tácita entre escuela y hogar. El aprendizaje era profundo y duradero porque se priorizaba la comprensión antes que la memorización.
La paradoja del presente
Actualmente, los niños crecen en entornos saturados de información, pero a menudo con poca atención sostenida. Las aulas cuentan con más recursos tecnológicos, pero también enfrentan mayores desafíos de conducta, apatía y falta de hábitos de estudio. A esto se suman modelos educativos fragmentados, donde los contenidos se sobrecargan, pero se profundizan poco.
¿Qué puede estar fallando?
Poca exigencia y falta de límites claros: A veces, por miedo a “traumatizar” a los niños, se ha relajado la disciplina y la evaluación rigurosa.
Débil vínculo escuela-familia: La educación necesita coherencia entre el hogar y el aula. Hoy muchos estudiantes no reciben refuerzo ni acompañamiento fuera del centro escolar.
Enfoque en resultados, no en procesos: La prisa por cumplir el currículo opaca la necesidad de fortalecer habilidades clave como leer con comprensión y pensar críticamente.
Falta de formación continua y vocación docente: La motivación y actualización del maestro siguen siendo pilares indispensables.
Hacia una solución con sentido
No se trata de volver al pasado, sino de rescatar lo que funcionó: la importancia del compromiso, el ejemplo, la repetición con propósito y el respeto al conocimiento. Educar no es solo transferir contenidos, es formar seres humanos responsables y autónomos.
Hoy más que nunca necesitamos volver a mirar a esos maestros que forjaron generaciones sólidas, no para copiar su tiempo, sino para rescatar su esencia. Porque el verdadero progreso no es avanzar sin mirar atrás, sino aprender de lo que hicimos bien.