Una reflexión sobre la enseñanza y el aprendizaje al cierre del año escolar 2024-2025
A solo una semana de cerrar las aulas y archivar los cuadernos de planificación, este es un buen momento para que los docentes se detengan un instante y reflexionen sobre su práctica. Más allá del cierre administrativo, el fin del año escolar invita a una evaluación personal, una revisión serena del camino recorrido. ¿Qué logramos? ¿Qué nos faltó? ¿Realmente enseñamos, o simplemente pasamos contenido?
En muchos casos, los planes curriculares se completaron. Se abordaron los temas establecidos, se aplicaron evaluaciones, se entregaron calificaciones. Pero más allá de ese cumplimiento formal, surge una inquietud legítima: ¿cuánto de ese contenido fue comprendido, interiorizado, aplicado?
Rutinas aceleradas y aprendizaje superficial
Los calendarios ajustados, las interrupciones por actividades cocurriculares, los cambios de horario y la carga administrativa marcaron el ritmo del año. En medio de estas condiciones, muchos docentes se vieron obligados a priorizar el avance del programa, a veces en detrimento de una comprensión profunda por parte del estudiante.
No se trata de falta de compromiso, sino de limitaciones estructurales. La presión por cumplir con el currículo y la escasez de tiempo redujeron el margen para una enseñanza más significativa. La sensación de estar cumpliendo más que educando se hizo presente en no pocas aulas.
La motivación: un reto compartido
Uno de los factores clave en esta reflexión es la motivación. En muchas clases, el interés por aprender pareció diluirse. El uso constante de dispositivos móviles, el ausentismo y las brechas de aprendizaje acumuladas dificultaron la participación activa de los estudiantes.
Del lado docente, también hubo fatiga. Las exigencias institucionales, los desafíos estructurales y la falta de reconocimiento afectaron el entusiasmo. Sostener el deseo de enseñar en medio del agotamiento ha sido, para muchos, un acto de vocación.
Enseñar es más que cumplir
Este cierre de ciclo invita a repensar el sentido de enseñar. No se trata solo de cubrir contenidos o preparar para exámenes, sino de despertar curiosidad, fomentar pensamiento crítico y construir vínculos genuinos con los estudiantes.
Para lograrlo, se necesitan condiciones que muchas veces no están garantizadas: tiempo para acompañar procesos, estabilidad emocional, respaldo institucional y recursos adecuados. Cuando el enfoque se limita al cumplimiento, la enseñanza corre el riesgo de reducirse a una simple transmisión de información.
Enseñar, en su esencia, es transformar. Pero esa transformación requiere más que voluntad: necesita un entorno que valore los ritmos del aprendizaje, apoye al docente y permita detenerse para retomar el camino con propósito.
Mirar hacia adelante con honestidad
El desafío ahora es convertir esta reflexión en acción. No desde el reproche, sino desde la conciencia profesional. Los docentes saben que la educación tiene desafíos, pero también que vale la pena repensarla, hacerla más humana y más cercana a quienes aprenden.
En las reuniones de cierre, más allá de las estadísticas y los informes, recorre las escuelas una conversación necesaria: cómo lograr que el próximo año no sea solo un cumplimiento de metas, sino un espacio real de aprendizaje con sentido.
Porque al final, enseñar es dejar huella. Y aunque el cansancio pese, muchos docentes siguen creyendo —con convicción y esperanza— que esa huella aún es posible.


