Por Elizahenna Del Jesús
A lo largo de los años, el papel del maestro ha evolucionado drásticamente, pasando de ser una figura de respeto y autoridad a un profesional atado por normativas y códigos que, si bien buscan proteger a estudiantes y docentes, muchas veces limitan su capacidad de actuar de manera humana y empática. Esto plantea una pregunta crucial: ¿es posible proteger los derechos de los estudiantes sin despojar a los maestros de su humanidad?
El maestro de ayer: más que un educador
En el pasado, el maestro era un guía, un consejero y un soporte emocional para sus estudiantes. Era común escuchar historias de profesores que, preocupados por el bienestar de sus alumnos, los buscaban en sus hogares para asegurarse de que asistieran a clases. En esa época, el rol del maestro iba más allá de impartir conocimientos.
Un ejemplo conmovedor es el de la profesora Gilda D’Oleo, quien relató a Plan LEA cómo logró rescatar a un grupo de alumnas en situaciones de vida difíciles. A través de actividades sociales, esta docente ganó la confianza de sus estudiantes y las ayudó a superar traumas que impactaban su comportamiento. Esta intervención, que iba más allá del aula, era parte esencial de la labor docente de entonces.
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El maestro no solo era educador, sino también un ser humano dispuesto a ofrecer apoyo emocional, psicológico y moral, elementos que contribuían al desarrollo integral de sus alumnos.
El maestro de hoy: atado por el código ético
Actualmente, los maestros enfrentan normativas que restringen su accionar, como se detalla en un reciente artículo de Listín Diario. El código ético docente establece sanciones severas por faltas como violencia psicológica o verbal, lo que busca proteger a los estudiantes de abusos, pero al mismo tiempo ha creado un ambiente donde los profesores temen intervenir incluso cuando un estudiante claramente necesita ayuda.
Es innegable que las normativas son necesarias, especialmente frente a casos de abuso sexual o físico por parte de docentes que han empañado la noble labor del magisterio. En este sentido, el código busca proteger a los estudiantes y garantizar un entorno seguro para ellos. Sin embargo, también ha generado una barrera que impide a los maestros involucrarse de manera más humana en la vida de sus alumnos.
Por ejemplo, un docente que desee corregir a un estudiante que muestra una actitud negativa puede abstenerse de hacerlo por temor a que cualquier comentario sea interpretado como violencia psicológica o verbal. Este miedo a represalias limita la capacidad del maestro para actuar como mentor y guía, dejando a los estudiantes sin una figura que podría marcar una diferencia en sus vidas.
¿Cómo encontrar el equilibrio?
Es claro que el sistema educativo debe proteger a los estudiantes y a los docentes. Los casos de abuso no pueden ser tolerados, pero ¿es necesario que esta protección venga al costo de deshumanizar a los maestros?
Una posible solución es revisar el código ético para incluir pautas que permitan un enfoque más equilibrado. Por ejemplo:
- Capacitación emocional para los docentes: Proveer formación específica sobre cómo intervenir de manera adecuada y respetuosa en situaciones difíciles, sin que ello sea interpretado como una violación ética.
- Supervisión en lugar de sanción inmediata: Antes de aplicar sanciones, evaluar cada caso con la participación de un comité ético para determinar si el maestro actuó con intención de apoyar o si hubo abuso de poder.
- Espacios seguros para la comunicación: Crear instancias donde los estudiantes y maestros puedan dialogar sobre problemas académicos o personales con mediación de orientadores escolares.
- Diferenciar la intervención de la corrección: Se debe permitir que los maestros hagan observaciones y tomen medidas para ayudar a los estudiantes, siempre dentro de un marco de respeto y empatía.
Un maestro más humano y una educación más integral
El maestro es y debe seguir siendo una figura clave en el desarrollo emocional y académico de los estudiantes. Si bien los códigos éticos son necesarios para prevenir abusos, no deben convertirse en una camisa de fuerza que impida a los docentes ser humanos, involucrarse y marcar una diferencia en la vida de sus alumnos.
La educación no puede limitarse a transmitir conocimientos; debe ser un espacio donde el maestro también pueda brindar apoyo emocional y ser un mentor. Es urgente revisar las normativas actuales para encontrar un equilibrio que proteja a los estudiantes sin deshumanizar a los maestros. Solo así podremos recuperar la esencia del magisterio y construir una educación verdaderamente transformadora.