La educación y los educadores han de estar al servicio de la vida, para despertar todas las riquezas y las posibilidades de los educandos: estimular y hacer crecer, no solo sus aptitudes físicas y cognitivas, también lo mejor de su mundo interior y el sentido gozoso y responsable de la vida.
Definitivamente, educar no es instruir, adoctrinar, mandar, obligar, imponer o manipular. Educar es el arte de acercarse al educando, con respeto y amor, para asistirle en el despliegue de una vida verdaderamente humana. El docente y la escuela humanizadora respetan al niño, no lo humillan, no destruyen su valía personal, sino que crean una relación educativa que promueve un clima de alegría y creatividad. La judía Simone Weil decía: “la inteligencia no puede ser estimulada sino por la alegría. Para que haya deseo tiene que haber placer y alegría. La alegría de aprender es tan necesaria para los estudios como la respiración para los corredores”.
La educadora e investigadora, Dra. Berenice Pacheco-Salazar, en su libro “De la violencia a la solidaridad”, asegura, al referirse al clima escolar: “un centro educativo puede tener un clima escolar “nutritivo o positivo”, que favorece el desarrollo del estudiantado, o, en su defecto, un clima escolar “negativo, tóxico” u obstaculizador de los aprendizajes”. Por lo regular, el clima escolar positivo se distingue por una comunicación efectiva en la comunidad educativa y por el trabajo colaborativo entre docentes y estudiantes, donde se afrontan eficazmente los conflictos.
Por el contrario, en los climas escolares tóxicos o negativos se exhiben comportamientos: injustos, ausencia de reconocimiento, se descalifica a la persona y se menosprecia con la crítica destructiva; se centra en los errores, la persona se siente invisible y excluida; se desconocen las normas y se verifica la arbitrariedad al aplicarlas; asimismo, se irrespeta la diversidad, no se promueve ni se premia la creatividad; el conflicto se aborda atropellando, avasallando: autoritarismo y competitividad; rige el miedo y la rigidez ante el cambio; se promueve la memorización; la violencia y el individualismo permea el clima escolar.
Sin lugar a dudas, una escuela bajo tales características genera estrés escolar en todos sus miembros. Y cuando la respuesta al estrés es inadecuada, el costo para restablecer el equilibrio o la homeostasis podría ser muy alto, generando patologías psiquiátricas.
El psiquiatra Alejandro Maturana, en su artículo “estrés escolar”, considera que “el estrés escolar consiste en la respuesta del organismo a los estresores que se dan dentro del espacio educativo y que afectan directamente el rendimiento de los alumnos”. Las emociones típicas de los estudiantes bajo estrés son visibles: rabia, ansiedad, frustración, insomnio, cansancio y dolores diversos. A nivel cognitivo conductual se observa: dificultad para planificar y organizar tiempos y materiales, falta de atención y concentración, dificultades para mantenerse en su puesto, comerse las uñas y morderse los labios continuamente. Definitivamente, la sana convivencia escolar promueve el desarrollo integral del educando y de los docentes: físico, socioemocional, intelectual y espiritual. ¡Formemos el honrado ciudadano y el buen cristiano!
Fuente: listindiario.com