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¿Qué aportó Sigmund Freud a la educación?

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Transcurriendo el siglo XXI, los educadores debemos asumir definitivamente que sólo profundizando nuestros conocimientos, podremos revertir tanta triste experiencia sufrida aún hoy por los niños dentro del ámbito escolar.

Recurrir a Freud, es descubrir que la pedagogía sin frustración ni represión es posible, en una especie de armonía espontánea de los placeres y los deseos interhumanos.

Recurrir a Freud es aprender que en idénticas condiciones, maestro y alumno, deben lograr la adaptación a la realidad y el único camino posible es reconocer que en la relación pedagógica, el inconsciente del educador se demuestra mucho más que todas sus pretensiones conscientes.

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Freud y la educación

Pronunciar “Sigmund Freud” dentro del ámbito educativo, suele suscitar con frecuencia que se lo asocie sólo como al creador de una técnica de tratamiento científico, sin que esta asociación incluya la teoría que la sustenta. Es mucho, mucho más que un método científico el maravilloso legado que de Freud heredamos.

Freud descubrió la existencia del inconsciente y es tal la trascendencia que éste descubrimiento conlleva en sí mismo, que gran parte de la humanidad ha reaccionado con profundo rechazo ante la posibilidad de conocer la inmensidad de su significado.

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Quizás, una de las causas de esta reacción la encontremos tomando como veraz una premisa universal que solemos practicar los humanos: subestimar el poder de la negación.

Al introducir Sigmund Freud la variable del inconsciente, surgió la defensa del pluralismo, la valoración de las subjetividades, la importancia de la valoración subjetiva y la descalificación del Conductismo.

El psicoanálisis, posicionó al sujeto como sujeto comprendiendo su conducta a través de la historicidad, el género y la creatividad de pensamiento, lo que no sintoniza sistemáticamente con el concepto tradicional de estímulo-respuesta del Conductismo.

A su vez, la doctrina evolucionista convirtió al hombre en parte de la naturaleza; en un animal que ha evolucionado en la escala natural y de acuerdo con estos planteos, el hombre se convirtió en objeto de estudio científico dado que se concluyó que la mente, puede estudiarse científicamente y medirse cualitativamente.

Para Freud, la infancia aparece como un período dominante en la formación de la personalidad y su influencia es decisiva en la reflexión educativa del siglo XX.

Pocos autores contemporáneos han abordado la problemática educativa sin hacer referencia -directa o indirectamente- a la teoría psicoanalítica, sin que por ello, hayan buscado diseñar una pedagogía psicoanalítica. No se trata de pensar la educación a partir del psicoanálisis. Lo necesario y fecundo, es pensar la educación con el psicoanálisis.

Los pedagogos partidarios de la no directividad -quienes plantean la disciplina como autónoma- toman a Freud como quien denuncia a la educación como un proceso represivo, generador de neurosis.

El pensamiento de Freud acerca de educación y de la adaptación del niño a la realidad natural y social, testimonia una unidad, una continuidad y una firmeza indudables.

Esta coherencia se debe a que el psicoanálisis brinda una visión global sobre la existencia, de la cual la niñez es el momento fundacional.

A la vez, su pensamiento sobre educación se funda en dos aspectos: el biológico y el histórico.

La biología le permitió a Freud comprender la inmadurez del niño recién nacido, quien necesita -a diferencia de otras especies animales- una protección y por consiguiente, una influencia más prolongada de los adultos (no sólo nace desnudo e incapaz de alimentarse sino que además, ése estado dura mucho tiempo).

La historia infantil individual, está marcada por la acción de los adultos y esas marcas subsisten y son indelebles durante toda la vida.

En el desarrollo de la infancia están los trastornos del adulto y muchas veces aparecen en los niños dificultades, producto de la acción de los padres o educadores.

Por otra parte, Freud percibió la implicancia de la cultura, es decir, la condición del hombre como ser cultural.

La naturaleza se encuentra en todas partes así como el hecho biológico y el instinto pero, el hombre llega a ser hombre porque ese instinto se somete a la disciplina de la cultura, dado que para que el hombre perdure, tiene que ser capaz de adquirirla y producirla.

Las normas sociales y culturales fracturan el orden natural y éstas definen el lugar de la educación quien en sí misma, tiende a disciplinar la naturaleza instintiva sin suprimirla.

Freud considera a la educación la herramienta fundamental a través de la cual, el hombre logró desarrollar la ciencia, la tecnología y las artes; siendo la educación quien posibilitó una imagen de universo coherente y preciso.

Desde el punto de vista moral, la escuela prepara al sujeto para renunciar a los deseos infantiles; enseña a intercambiar un deseo ilusorio por una realización realista, y educa para soportar ciertas frustraciones necesarias para la vida en común.

Desde el punto de vista del saber -de la adquisición de conocimientos- la educación posibilita que el hombre pase del estado de servidumbre al de libertad.

Las aportaciones de Fred resultan perfectamente válidas en el ámbito escolar, puesto que proporcionan explicaciones a ciertos comportamientos del educando y del educador y el psicoanálisis, considera que las experiencias o recuerdos tempranos permanecen intactos y en consecuencia, interfieren en el desarrollo posterior tanto de uno como de otros.

El punto de vista freudiano, relaciona la educación del niño con una tarea ética -particular del psicoanálisis- que tiene como guía conductora: la verdad.

Conocemos por autores como Doltó, las consecuencias psicopatológicas que sufrimos si desconocemos insistentemente la verdad de nuestra propia historia y nuestros deseos.

La educación para la realidad que Freud comenta en «El porvenir de una ilusión», consiste en que el niño no solo enfrente y se apropie de su realidad exterior sino fundamentalmente, de sus laberintos desconocidos y aunque para algunos pedagogos no lo parezca, estos laberintos están íntimamente conectados con los caminos externos de la educación.

Freud no cesó de advertir que esta comunicación que desconocemos parcialmente; se traba cuando es el educador quien no quiere saber nada de su propia vida infantil, de sus deseos más arcaicos, de sus carencias constitutivas.

El trabajo educativo tradicional, habitualmente preconiza un estado de quietud, como un lago de aguas peligrosamente estancadas y desde este silencio no se cuestiona nada; no hay revueltas ni disturbios. Las pasiones duermen sin soñar.

Parecería que el principal objetivo de algunos educadores es ignorar «el niño que él fue», ya que su reconocimiento tendría el riesgo de develar la máscara de la propia amnesia infantil.

Freud subraya que el educador no puede arrogarse el derecho de imponer fines y objetos a las pulsiones del educando y le aconseja, que se limite sólo a favorecer las potencialidades propias del alumno.

Las medidas educativas protegerán al niño y le ofrecerán elementos para que su inserción en la vida sea auténtica, sabiendo tolerar el dolor que esto implica. Se le ofrecen elementos, instrumentos y fundamentalmente palabras, que el niño debe poseer en un acto de apropiación activa para acceder al orden simbólico y cultural.

Si el niño tolera cierto displacer por la renuncia a la satisfacción inmediata, es porque se le ofrece y recibe algo a cambio: amor.

«No se tarda en comprobar que ser amado, es una ventaja a la que se puede y debe sacrificar muchas otras». (Freud, Consideraciones sobre la guerra y la muerte.1915)

En el ser humano, el amor  es simultáneamente garantía de protección y seguridad, propio de las pulsiones de auto-conservación.

Para que los procesos de simbolización y pensamiento puedan desarrollarse, es imprescindible soportar el displacer pero, a cambio de un plus de placer.

El pensamiento se enfrenta y procesa la realidad exterior, pero al psicoanálisis le interesa también, cómo abordar su otra realidad: la de los deseos.

Esta doble faceta es la que integra y concilia el mundo del afecto y el mundo cognitivo; siendo necesario mantener una frontera con pasaje entre ambos y no, construyendo un muro impenetrable.

Este intercambio creativo de los procesos primarios y secundarios es lo que permite observar en el niño: el juego, la fabulación, el error (tan poco admitido) y su capacidad de soñar.

Para que el pensamiento se desarrolle plena y satisfactoriamente, el niño deberá saber «algo» de su mundo psíquico y relacionar y explorar las compatibilidades, o no, con sus deseos.

Existe una estrecha relación entre no desear saber sobre la realidad exterior y no desear saber sobre la realidad psíquica.

Freud subraya que esto no sólo ocurre en el niño, sino, también en el educador cuya amnesia infantil bloquea el saber de los niños que educa. Preconiza una educación para la realidad, que es una educación que tiene en cuenta los deseos del sujeto y cuestiona a aquella que los ignora.

Justamente el precio por este no saber, fuerza aún más la represión ocasionando síntomas, entre ellos, los frecuentes trastornos en el aprendizaje escolar. Lo reprimido reaparece en esta dificultad de comprender, asimilar o memorizar en el niño.

El educador, como en otro tiempo lo fue la función paterna, representa las normas sociales, el acceso a la humanidad y al orden simbólico.

En el texto de 1914 «La psicología del escolar» Freud comenta que la adquisición de conocimientos está íntimamente ligada al tipo de relación (amor-odio) que el alumno mantiene con su profesor y reitera que las consecuencias de la idealización, son el sometimiento y el desconocimiento.

La ilusión pasa a ser una máscara caricaturesca cuando huye de esta verdad, ignorando la división a la que el sujeto está sometido.

La ética tradicional basada sólo en los ideales (lo imaginario), es sustituida por una ética que tiene en cuenta a la realidad, pero en su doble vertiente: la exterior social, que debemos enseñar y aprender para resolver los obstáculos para la sobrevivencia y la interior, donde la armonía se logra sólo por momentos y es la que la ilusión trata de enmascarar.

No cabe duda que una educación que ignora las dimensiones auténticas del ser humano, puede brindar una aparente comodidad, logros y plenitudes, pero, su precio es demasiado elevado. Es el de no preguntarse, no cuestionarse, no pensar.

Fuente: https://www.xpsicopedagogia.com.ar/

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