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Francis Drake en Santo Domingo

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Por Miguel Reyes Sánchez                                                                                                                        

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, el Mar Caribe se convirtió en una zona donde las potencias de la época, ante el monopolio comercial por parte de España, la emprendieron contra los navíos españoles y las poblaciones costeras de la metrópolis y sus colonias.

El mecanismo de estas potencias fue la piratería, cuando Inglaterra, Francia y las Provincias Unidas de los Países Bajos, fomentaron la proliferación de los corsarios.

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Sir Francis Drake fue uno de los más celebres corsarios. En Inglaterra es un ícono o héroe nacional, mientras en España se considera un rufián por los saqueos y muertos.

El 26 septiembre 1580, Francis Drake completa la vuelta al mundo, convirtiéndose en el segundo en lograr esta hazaña, sesenta años después de la de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano.

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Al corsario inglés se le reconocen dos importantes descubrimientos geográficos, que había realizado allende la línea equinoccial: el primero, en el sur, estableció que Tierra del Fuego es un archipiélago y no parte de lo que se pensaba como Terra Australis, revelando el mar abierto y un nuevo paso hacia el Pacífico, hasta entonces el único paso conocido era el Estrecho de Magallanes, y el segundo, la “Nueva Albión”.

Drake se convirtió de repente de Pirata a Caballero, con su asiento en el Parlamento y vicealmirante de la Armada Inglesa.

Luego de su triunfal regreso a Inglaterra, Sir Francis Drake en 1584 presentó a la corona un proyecto, en que la Reina obtendría un quinto de los beneficios de cualquier mina de oro y plata que pudieran ser descubiertas, siempre que no estuvieran en posesión legal de ningún otro de los príncipes cristianos, y la posibilidad de fundar el equivalente inglés de la Casa de Contratación española para poder regular el nuevo comercio que se estableciera.

El 14 de septiembre de 1585, Drake emprendió su primera expedición a Las Indias Occidentales, zarpando de Plymouth al mando de una  al mando de una flota de 23 naves y 2,300 hombres.

A comienzos de 1586, Santo Domingo sufrió el más devastador ataque de piratería de su historia, cuando Francis Drake atacó la ciudad con una flota de 23 navíos y unos 1800 hombres.

En Europa existía la idea de que Santo Domingo era una de las más ricas metrópolis del Nuevo Mundo, por lo que Drake esperaba encontrar en la misma grandes riquezas. Pero, esta ciudad para entonces era un puesto de avanzada pobre y escasamente poblado.

El 11 de enero de 1586, los piratas ingleses llegaron de sorpresa por Haina y desembarcaron con un primer contingente de 600 a 700 hombres

Cuando se confirmó la noticia se produjo un pánico en la población, y para alertar a los residentes, los oidores de la Real Audiencia hicieron repiquetear las campanas de la Catedral.

Esto ocasionó que huyeran despavoridos, llevándose sus joyas y metales preciosos, hacia el norte del país. Hasta las máximas autoridades emprendieron la huida: el gobernador Cristóbal de Ovalle y Juan Melgarejo, alguacil mayor, fueron de los primeros en abandonar la ciudad. Incluso, Ovalle dejó hasta a su esposa, la cual fue capturada por los ingleses y se convirtió en el principal rehén de Drake.

Además de las evidentes muestras de incapacidad y cobardía de las autoridades, debemos convenir que la situación en el plano militar era crítica. Las milicias acantonadas en Santo Domingo estaban formadas por unos 800 hombres a pie y otros 100 a caballo, apenas armados de picas y lanzas, escasos arcabuces con pocas municiones y pólvora.

El ataque sobre Santo Domingo se inició el 12 de enero en la Sabana del Rey, al oeste de la ciudad, donde se organizaron las tropas inglesas en dos columnas.

En media hora, ya habían alcanzado las murallas de la urbe. Con muy poco esfuerzo pudieron ocupar la ciudad. En la tarde, ya habían capturado la mayor parte de la localidad, con excepción de la Fortaleza Ozama, que resistió hasta la noche.

Drake no tenía la intención de ocupar la isla, lo que sin dudas hubiera sido desaprobado por su reina, pues Inglaterra aún no estaba en guerra con España. Lo único que quería era conseguir un buen rescate y el saqueo de la ciudad.

Un mes completo pasaron los ingleses en Santo Domingo hospedados en la Catedral, saqueando todo lo que pudieron, quemando y destruyendo edificios, iglesias y conventos. Se llevaron todos los bienes muebles y quemaron todo lo que pudiera ser pasto de las llamas. Pero las construcciones y edificios públicos eran de tal solidez, al estar construidos con piedra, que se negaron a desplomarse.

Los pocos residentes que quedaron en Santo Domingo fueron presos y tuvieron por cárcel dos de las capillas de la catedral, cuyos tesoros fueron desvalijados y los archivos destruidos, siendo los documentos más antiguos que se conservan en nuestra patria a partir de 1590.

Francis Drake exigía un rescate de 200,000 ducados, pero las autoridades de la colonia le ofrecieron 25,000 ducados, que era a lo que alcanzaban las joyas, la plata y el oro sacado por el presidente y los vecinos, monto considerado por el corsario como “pírrica suma”. Luego de largas negociaciones accedió y desalojó la plaza el 10 de febrero de 1586, llevándose las campanas de las iglesias, la artillería, cueros y alimentos.

El saldo fue negativo para todos: los inversionistas ingleses perdieron dinero, aunque Inglaterra tuvo un triunfo político, pero fue el germen de la guerra anglo-española. Para España fue peor, ya que sus colonias fueron devastadas y sus habitantes sumidos en la miseria. Mientras, Santo Domingo quedó postrada.

Como señala Frank Moya Pons: “a los ingleses y a los enemigos de España en Europa, les demostró que el imperio español seguía siendo vulnerable y que España no tenía fuerzas suficientes con qué aplicar totalmente su doctrina del mare clausum, que ella oponía a las teorías de la ocupación efectiva de que hablaban los ingleses para rechazar el monopolio español y portugués tanto en América como en Asia”

Solo Drake logró alzarse con el santo y la limosna.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

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