Fue aquella memorable noche, 27 de febrero de 1844, cuando Francisco del Rosario Sánchez enarboló por primera vez la bandera dominicana sobre la Puerta del Conde.
Todos los presentes aplaudieron, al tiempo que al unísono pronunciaron el lema “Dios, Patria y Libertad,” seguido del nombre de Juan Pablo Duarte.
Un espíritu de festivo y de celebración se esparció entre los presentes. Pero, aunque el motivo de separación e independencia había sido proclamado, en ese momento todavía no se había materializado plenamente.
Los dominadores haitianos no estaban en actitud de entregar el gobierno a unos jóvenes rebeldes, así nada más.
Al amanecer del día 28 de Febrero, todo Santo Domingo estaba despierto.
Las emociones estaban exaltadas, y predominaba la incertidumbre: ¿Qué sucedería entonces? ¿Cómo reaccionarían las fuerzas haitianas? ¿Qué perseguían los insurgentes? ¿Querían unirse a Francia, España o Inglaterra?
Aparte de la Puerta del Conde, los insurgentes habían tomado el puerto y La Fortaleza de manera pacífica. Efectivamente, los insurgentes habían tomado control de la ciudad de Santo Domingo. Solo hubo una víctima a causa de una resistencia imprudente.
Las autoridades haitianas se vieron desbordadas por los acontecimientos, pero su reacción fue mantener la calma para evitar derramamiento de sangre.
Lo primero que hicieron los revolucionarios fue crear un gobierno provisional llamado Junta Gubernativa, con la misión de organizar jurídica y políticamente el naciente estado y dotarlo de una Constitución política.
Varios emisarios fueron enviados a diferentes partes del país para informar lo que estaba pasando y de esa manera tranquilizar a las comunidades de criollos, antiguos esclavos, que podían mostrar recelos ante el nuevo orden.
En el proceso se enteraron, que en San Jose de los Llanos, Vicente Celestino Duarte, el hermano de Juan Pablo Duarte, también había proclamado la existencia de la República Dominicana, aunque el día anterior, y en un evento menos dramático.
Mientras, el jefe militar haitiano que comandaba la plaza del distrito de Santo Domingo, exigió mediante comunicación escrita una explicación del nuevo gobierno acerca de cuáles eran los propósitos del pronunciamiento político.
El mismo 28 de febrero, la Junta Gubernativa respondió la referida comunicación, detallando los motivos que dieron lugar al movimiento revolucionario. Además, informaron a las autoridades haitianas que no intentaban tomar odiosas represalias, y aclararon que los dominicanos solo aspiraban a vivir en libertad, disfrutando de igualdad, unión y paz entre todos.
Con la intermediación del señor Eustache Juchereau de Saint Denys, Cónsul de Francia en Santo Domingo, una comisión del nuevo gobierno y otra integrada por militares haitianos firmaron un acuerdo mediante el cual las autoridades haitianas capitulaban y se comprometían a reintegrarse a su país lo antes posible.
Por su parte, el gobierno dominicano, de acuerdo con el acta de capitulación, se comprometió a lo siguiente:
-Garantizar las propiedades de particulares adquiridas legalmente;
-Respetar a las familias haitianas y velar por una salida honrosa de los funcionarios públicos; y,
-Despedir a las autoridades y ciudadanos sin ser perturbados ni perseguidos durante el trayecto para abandonar el territorio dominicano.
Las partes también acordaron que el 29 de febrero, previa rendición de cuentas, se haría formal entrega a las nuevas autoridades de los archivos y del tesoro público.
En cuestión de horas, los dominicanos quedaron en control completo del gobierno sobre el territorio nacional.
Reorganizado el gobierno, ahora llamado Junta Central Gubernativa, el primero de marzo se promulgó una Resolución haciendo un llamado para que los ciudadanos haitianos establecidos en la parte española regresaran cuanto antes a su país, al tiempo que les advirtieron que el gobierno dominicano no procedería al uso de la fuerza para expulsar a nadie.
El día 2 de marzo, la Junta Central Gubernativa envió una comunicación a los principales líderes de La Trinitaria, Juan Pablo Duarte, Pedro Alejandrino Pina y Juan Isidro Pérez, quienes desde mediados de 1843 se encontraban exiliados en Curazao, informándoles del éxito de “nuestros proyectos” y exhortándolos a regresar a su patria.
Ahora faltaba informar al gobierno haitiano en Puerto Republicano, la capital haitiana (hoy Puerto Príncipe), de las intenciones de la separación, y esperar la respuesta.
Al cabo de unos días, el nuevo Gobierno dominicano informó por escrito al presidente haitiano Charles Herard que el pueblo dominicano en virtud de “los padecimientos que ha sufrido en el tiempo de su agregación a la República Haitiana”, había tomado “la firme resolución de reivindicar sus derechos, creyéndose por sí más capaces de proveer a su prosperidad, seguridad y bienestar futuro, erigiéndose en un estado soberano cuyos principios están consagrados en el Manifiesto de que acompañamos a usted dos ejemplares”.
El intercambio de comunicaciones entre ambos gobiernos no tuvo los efectos deseados. El presidente haitiano, visiblemente disgustado por la actitud de los dominicanos de constituirse en república independiente, convocó a su estado mayor militar y, al amparo de un decreto de la Asamblea Constituyente, ordenó invadir la parte del Este.
En los próximos días formaron un imponente ejército con instrucciones de someter a la obediencia a los sediciosos “hispano-haitianos”, como ellos llamaban a los dominicanos, a fin de preservar mediante el uso de la fuerza, “la unidad de la República”.
La invasión militar haitiana estuvo integrada por unos 30,000 hombres, fuertemente armados de artillería compuesta de obuses y piezas de grueso calibre.
Expertos militares haitianos consideraban que el éxito de esa campaña militar estaba garantizado debido a que los dominicanos carecían de un ejército organizado.
El periódico haitiano Le Progrés, el 2 de marzo de 1844, publicó una reseña sobre los sucesos en la parte del Este promovidos por los “rebeldes dominicanos”, y anunció que la revuelta pronto sería sofocada por el ejército.
Desde el punto de vista haitiano, los dominicanos no tenían la menor oportunidad contra sus abrumadoras fuerzas militares.
El ejército invasor fue estratégicamente desplegado en tres divisiones, cada una de las cuales se internó en territorio dominicano por los caminos o rutas tradicionalmente utilizados desde las invasiones de Toussaint Louverture, Dessalines y Cristóbal a principios del siglo XIX.
La primera de esas divisiones, dirigida personalmente por el presidente Herard, tomó el camino de Las Caobas; la segunda fue confiada al general Souffront, quien entró a territorio dominicano vía Neyba. Ambas divisiones debían converger en Azua, para entonces continuar la marcha hacia Santo Domingo.
Mientras tanto, por el norte del territorio nacional, la tercera división al mando del general Pierrot, siguió la ruta de Puerto Plata y Santiago.
La táctica del ejército haitiano consistía en desarrollar un ataque combinado y fulminante, en forma de pinza, que debía concluir con la toma de la ciudad de Santo Domingo, asiento del gobierno central.
Ya para el 12 de marzo, Charles Herard y sus tropas se encontraban en el pueblo de Las Caobas.
Desde allí emitió una proclama a los haitianos, jurando salvar la patria “de los peligros de una escisión territorial”. En dicho pronunciamiento, sin embargo, admitió que entre los pueblos haitiano y dominicano existían rasgos de carácter, origen y costumbres diferentes. Pese a ello aseguró que, en cuestión de días, llegaría a las puertas de la ciudad de Santo Domingo.
Pero no había contado con la valentía de los dominicanos y su firme voluntad de ser libres a como diera lugar.
Al siguiente día, el 13 de marzo, en La Fuente del Rodeo, las tropas de Souffront fueron emboscadas por dominicanos con piedras, cuchillos, machetes, lanzas, garrotes y fusiles, ¡a gritos de “Viva la República Dominicana! ¡Dios, Patria y Libertad!”
En expectativa de la llegada de las tropas haitianas, el recién formado ejército dominicano se había pertrechado y acantonado en una serie de puntos estratégicos del país. Sabían que no podían vencer fuerzas superiores en enfrentamientos directos, por lo cual decidieron usar tácticas de guerrilla, que consistían principalmente en emboscadas y ataques por sorpresa.
La batalla de La Fuente del Rodeo fue la primera de varias escaramuzas entre la vanguardia del ejército haitiano y tropas dominicanas. En todos esos choques bélicos el ejército dominicano contuvo momentáneamente a los batallones haitianos, aunque numéricamente estos superaban a los dominicanos.
Aun así, esos breves enfrentamientos en nada alteraron los planes del ejército haitiano, que pudo reagruparse y continuar su marcha en dirección a Santo Domingo.
Sin embargo, nunca llegaron a la ciudad primada de América.
El día 19 de marzo las fuerzas comandadas por Herard llegaron a las inmediaciones de Azua, que entonces fue teatro de la primera batalla importante entre dominicanos y haitianos.
Tropas dominicanas estaban posicionadas en puntos estratégicos en la ciudad de Azua, quienes apoyados por fusilería y un cañón, se lanzaron sobre los regimientos haitianos en un asalto a machete que sembró el terror y la muerte, provocando una retirada desorganizada de los invasores.
Ese día una fuerza de 2500 soldados dominicanos derrotaron a 10,000 soldados del ejército haitiano, rechazando así la primera campaña militar del presidente haitiano Charles Herard.
La Batalla del 19 de marzo fue el inicio formal de la guerra dominico-haitiana, la cual duró 17 años y discurrió a través de cuatro campañas militares, que tuvieron lugar durante el período conocido como la Primera República (1844 a 1861).
La primera campaña fue la de 1844 y ocurrió durante el mes de marzo cuando se escenificaron las batallas del 19 de marzo, en Azua, y la del día 30, en Santiago.
La segunda campaña se llevó a cabo en 1845 teniendo como escenario las batallas de Estrelleta, en Elías Piña, y la de Beler, en Dajabón.
La tercera campaña ocurrió en el año 1849 en el que se efectuaron las batallas de El Número, cerca de Azua, y Las Carreras, en las proximidades de Baní.
Finalmente, en 1856 ocurrió la cuarta campaña militar, caracterizada por resonantes choques bélicos en Santomé, San Juan de la Maguana y Cambronal, en las cercanías de Neiba. En ese año también registra otras dos operaciones militares en Sabana Larga y Jácuba.
Además de las hostilidades terrestres ya mencionadas, acontecieron acciones militares navales en 1844, 1845, 1849 y 1854 en las que la incipiente marina dominicana salió victoriosa, a pesar de que el país entonces no disponía de una flotilla naval moderna.
La joven nación tampoco contaba con un ejército profesional y permanente, pero en todas las confrontaciones militares entre dominicanos y haitianos, las armas nacionales resultaron victoriosas y fueron esos triunfos militares los que permitieron que la República Dominicana conservara intacta su soberanía nacional.