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La Escuela Planeta Tierra: ¿una ficción?[1]

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Esta historia la inspiran muchos directores y directoras, como comunidades educativas que he conocido en mis años en educación y que me mostraron que siempre era posible una mejor educación.

Por JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA

Se llamaba Juan y su mejor amiguita Miguelina. La escuela fue su lugar de encuentro y allí fue creciendo su amistad que aún hoy, después de varios años, permanece. Ambos están en el sexto grado de primaria y cada día ir a la escuela, es un gran motivo de alegría.

  • Mami, mami apura que quiero llegar temprano a la escuela, era la petición casi a diario de Juan, lo que su mamá casi no comprendía.
  • ¿Y cuál es tu afán?, generalmente era el comentario de ella.
  • Oh mami, me gusta juntarme con mis amigos y ver quienes hicieron la tarea.

Como Miguelina y Juan, otros niños y jóvenes estudiantes también se habían conocido en la misma escuela. Entre ellos reinaba un ambiente muy positivo y cuando ocurrían situaciones de disgusto contaron con la maestra, Patria, que aprovechaba esas circunstancias para ponerlos a reflexionar sobre el problema que había pasado y de cómo afrontarlo. La profe era una maestra de unos 40 años que, con una formación magisterial sólida, pero, sobre todo, con una formación humana que mostraba a diario en el trabajo de clase, como en las reuniones de profesores y, sobre todo, con las familias que acudían con regularidad a la escuela. Siempre se mostraba amable con los demás, rasgo que toda la comunidad educativa reconocía en ella. Era una inspiración. De esa manera, iban aprendiendo distintas maneras de afrontar los problemas y, por supuesto, iban aprendiendo que eran posibles soluciones amistosas de las cuales aprendían mucho.

  • Equivocarnos es de humanos, decía ella, lo importante es que podamos ver por qué suceden las cosas y buscar juntos las mejores soluciones.
  • Si profe, decía Pedrito, tenemos que aprender de nuestros errores ¿no? Es lo que siempre usted nos dice.
  • Así es Pedrito, los errores siempre nos enseñan muchas cosas, pero si no lo hablamos, imagínate ¿cómo nos vamos a dar cuenta?

La Escuela Planeta Tierra estaba enclavada en un barrio muy pobre y, por supuesto, las familias que tenían a sus hijos e hijas estudiando en ella, también lo eran. Tanto las madres como los padres, en su mayoría, eran chiriperos, es decir, “empleados ocasionales”, aunque algunos que habían estudiado en la misma escuela y siguieron estudiando alguna carrera técnica y universitaria, todos ellos hacían grandes esfuerzos por mantener a sus hijos e hijas en la escuela. Reconocía lo importante de educarse.

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  • No quiero que Pedrito siga mis pasos, no. Quiero que estudie, termine y vaya a la universidad…

Era el pensar de Ramiro, hombre bajito que salía muy temprano del barrio para ver con qué mantener a su familia. Su mujer, pensaba igual, y junto a Ramiro se mantenía siempre alerta para que sus tres pequeñines siempre fueran a la escuela. Ella había completado la primaria en el campo del cual venía, pero la situación se puso tan difícil que no tuvo otra que buscar suerte en la capital a casa de una tía, hermana de su mamá, que había venido años antes por las mismas razones.

  • Le pido a dios que los cuide y proteja, que de lo demás me encargo yo… era el pensamiento que Tina siempre tenía presente, cuando de sus hijos se trataba.

Hay que decir, para comprender mejor la situación, que en La Escuela Planeta Tierra su directora era una mujer de algo más de 50 años, Matilde, que había estudiado magisterio y desde hacía ya 5 años ganó el concurso para directores que hace el Ministerio de Educación, alentada por sus propios compañeros y compañeras que la animaron por el liderazgo que ella ya tenía ganado en la escuela.

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  • Tú tienes que participar en el concurso, recuerda que Daniel se jubila y nos vamos a quedar sin director, así que echa pa´lante que aquí todos te vamos a apoyar.

Ése era el pensar de la mayoría de sus compañeros de la escuela. Daniel había logrado desarrollar en la comunidad educativa de la escuela un alto compromiso con la misma. No había una reunión del Equipo de Gestión, de la asamblea de profesores, pero también de las reuniones de padres, madres y amigos de la escuela en que él no animara e insistiera en que la educación era una responsabilidad compartida y que la escuela tenía que ser y mantenerse siempre como la esperanza para que los niños y niñas del barrio pudieran estudiar una carrera técnica o ir a la universidad. Pero que para ello había que cuidarla, mantenerla siempre limpia y organizada, que no era posible que un niño o una niña de la escuela no aprendiera a leer y pensar, que esa era la gran responsabilidad que todos ellos tenían y que, además, eso estaba por encima de cualquier cosa. Ése era el decir constante de Daniel y que siempre remataba con su frase preferida: “aquí no tenemos tiempo para perder el tiempo”.

La escuela era un gran espacio de participación de todos, y eso él lo había confirmado y desarrollado mucho más en la Escuela para Directores. Allí, en contacto con otros tantos directores y directoras con los cuales pudo compartir experiencias, fue fortaleciendo su idea de que su escuela tenía que poner la diferencia. Por eso organizó los organismos de participación, tanto de estudiantes como maestros; le puso mucho empeño a la Asociación de Padres, Madres y Amigos de la Escuela, pero también se reunió con las organizaciones de la comunidad, las iglesias y con líderes del barrio para que todos juntos asumieran la escuela como el proyecto más importante del barrio… y definitivamente que lo había logrado. Y no era que no hubiese problemas de muchos tipos, pero pudo mostrar que juntos todos y con un propósito común, las cosas eran diferentes. Así que Matilde, la directora que llevaba el liderazgo de la Escuela en este momento era la consecuencia del trabajo que Ramiro inspiró.

La historia de Miguelina y Juan era la historia de prácticamente todos los niños, niñas y jóvenes que estudiaban en la Escuela Planeta Tierra. Era tal el clima que reinaba en la escuela que prácticamente todos los días había que “sacar a los muchachos y muchachas” de la escuela. Era el sentir del personal de la escuela. Si algo había en todos ellos era el orgulloso por su escuela, que los hacía cuidarla y mantenerla limpia.

  • No puedo desmayar, se decía constantemente Matilde, Dios me puso aquí para que nuestros estudiantes sean mañana hombres y mujeres buenos, trabajadores.

Definitivamente, la Escuela Planeta Tierra, estuvo y sigue estando en buenas manos, pero sobre todo, de una comunidad comprometida con que siga así.

[1] Aunque se trata de una historia ficticia, algunas de las cosas que se narran personalmente he sido testigo de ellas en alguna que otra escuela de nuestro país. Es lo que mantiene mi esperanza de que es posible una mejor educación.

Fuente: acento.com.do

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