Se tiene que partir de la generación de prácticas cotidianas cónsonas con ella misma que, al ser reflexionadas en lo personal y colectivo, desde estructuras organizativas que la hagan posible, esta irá emergiendo de manera paulatina.
Es mi preferencia abordar la cultura de paz por lo que ella es y no como estilo de vida contrario a la violencia.
Como forma de vida, la cultura de paz engloba y define un estilo de vida expansivo, generador de bienestar y felicidad para todos, por tanto, de inclusión e igualdad de oportunidades para todos. Como todo marco cultural de comportamientos se integran valores, actitudes, sentimientos y creencias, así como prácticas o comportamientos que promueven y condicionan las relaciones en un determinado sentido.
Cuando hacemos uso del concepto de paz, estaríamos refiriéndonos al respeto de los derechos y libertades de los demás, a la cooperación y solidaridad de las personas en procura de determinados propósitos vinculados al bienestar y a la justicia social, a la promoción y respeto de toda forma de vida. Pero también a aprender a conocer, aprender a aprender, aprender a ser y aprender a vivir juntos, como muy bien señala Jacques Delors en su libro “La educación encierra un tesoro”.
De esta manera, la paz deja de ser un concepto vago, vacío de contenido concreto, pues le proporcionamos sentido, pero también, formas de vida concretas con nosotros mismos, los demás y todo cuanto nos rodea.
Vista desde esa perspectiva la cultura de paz es un proyecto permanente que debe ir generando al mismo tiempo que modulando nuestras maneras de comportarnos frente a nosotros mismos como a los demás. Debe estar presente en las familias, en las escuelas, las iglesias, las instituciones donde laboramos, las instituciones de recreación, en las calles, en los medios de comunicación, es decir, en todos los espacios de vida social. Por lo tanto, debe formar parte de todo el proceso de socialización de la vida humana, modulando maneras de enfrentar las cosas, de comprenderlas y, por supuesto, de accionar ante ellas. Así, se van promoviendo y desarrollando relaciones comunicativas asertivas, dialógicas y favorecedoras del desarrollo de comportamientos empáticos.[2] Estaríamos hablando de un proyecto social de educación ciudadana donde impere el buen hacer y el buen decir, en resumen, del buen vivir juntos.
Tres cuestiones fundamentales: valores, actitudes y comportamientos. Tres cuestiones que deben ser vistos y analizados de manera integral y articulada. Cada uno tiene sus propias características al mismo tiempo que en su articulación, asumen otras características especiales. Veamos cada uno de esos elementos.
Mientras los valores son ideas, creencias o convicciones que sitúan determinadas cosas como preferibles y dignas de aprecio, por lo tanto, algo que se afirma con la fuerza de la convicción, no se negocian y son guías para la vida; las actitudes en cambio son predisposiciones internas de naturaleza cognitiva que nos impulsan de manera positiva o negativa frente a determinadas personas, grupos o representaciones simbólicas de los mismos, y que condicionan nuestras maneras de percibir y sentir la realidad, y los comportamientos las maneras cómo nos relacionamos con nosotros mismos, con los demás y nuestro entorno.
Como se aprecia, existe una relación muy estrecha entre los valores, las actitudes y los comportamientos. Es una relación indisoluble, armónica, que se recrea y fortalece en una perspectiva dialéctica, pues mutuamente se condicionan y fortalecen. En sentido general, muchos de nuestros comportamientos están condicionados por las actitudes, pero al mismo tiempo estas se estructuran alrededor de los valores, los que terminan fortaleciendo las maneras de comportarnos. Es un círculo armonioso e integrador, que proporciona sentido a la vida personal, grupal y organizacional.
Ahora bien, para construir una conciencia de paz se tiene que partir de la generación de prácticas cotidianas cónsonas con ella misma que, al ser reflexionadas en lo personal y colectivo, desde estructuras organizativas que la hagan posible, esta irá emergiendo de manera paulatina. Visto de manera inversa, las maneras cómo se organizan las estructuras proporcionan el contexto en que se generan determinadas prácticas, comportamientos que, al ser reflexionados y fundamentados, crean la oportunidad de generar una nueva conciencia acerca de lo que ellos significan. Es decir, pienso que el desarrollo de una conciencia de paz será posible cuando seamos capaces y nos demos la oportunidad de reflexionar nuestros comportamientos, personales y colectivos, en función de un marco axiológico determinado.
Acción – reflexión – acción es una dinámica virtuosa capaz de generar nuevas maneras de pensar y de actuar ante la realidad.
Nos proponemos seguir pensando sobre este tema y sus aplicaciones en diferentes ámbitos, a fin de contribuir con el desarrollo de una cultura de paz en la familia, la escuela, otras organizaciones y la sociedad en general.
[1] El pasado 21 de julio y por iniciativa de la Comisión Nacional de Bioética, se llevó a cabo un conversatorio sobre el tema Bioética y cultura de paz, el cual puedes encontrar en https://youtube.com/watch?v=tj2uR_vfQcM&feature=share y aquí expongo algunas de las ideas expuestas por mí entonces.
[2] Recuperado en La cultura de paz y su importancia en el proceso de formación ciudadana en el contexto educativo colombiano (sld.cu)