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“Conversar, contratar, convertir, conquistar”. O la mentira del descubrimiento
Por Mariano Saravia
Por supuesto un interés económico. No en América, que ni sabía que existía. Pero sí en las Indias, por las especias y por los otros productos para comerciar.
Desde siglos antes, había rutas que unían Europa con China y pasaban por Medio Oriente y Asia Central sin problemas, como describía en sus crónicas Marco Polo. Desde épocas antiguas, esa ruta terrestre por Eurasia era llamada la “Ruta de la Seda”, y la que iba por agua, usando como escenario principalmente el Océano Índico era la “Ruta de las Especias”, quizás desde el 500 antes de nuestra era.
China controlaba las rutas terrestres desde Mongolia hasta el Turkestán para comerciar seda, pieles, objetos metálicos, jade y caballos, y también las rutas marítimas desde el Sudeste Asiático hasta India.
Por su parte, cuando el Imperio Romano conquistó Egipto en el 30 antes de nuestra era, llegó al Mar Rojo y también conectó con estas rutas comerciales. Así, se fue conformando el primer sistema mundo “afroeuroasiático”.
Por supuesto, estos intercambios comerciales muchas veces sufrían convulsiones con los cambios políticos. La expansión griega encabezada por Alejandro Magno, la incursión romana hacia el Este, la influencia de la India en el Sudeste Asiático (de ahí el término Indochina) y el desarrollo en toda la costa oriental de África de un mundo suajili.
Se propagaron enfermedades, pero también objetos, cultura, inventos y religiones. El budismo llegó a China para quedarse (era originario del norte de la India y Nepal).
Hasta que desaparecen los grandes imperios en un período común: el Han en el año 220, el parto (persa) en el 226 y el kushan en el 250. El Imperio Romano se dividió en dos en el 395 y el de Occidente cayó en el 476. Pero el comercio y las rutas entre China y la India continuaron siendo importantes.
Por su parte, los chinos se movían poco. Más bien los persas y los árabes eran los que iban hacia Oriente. La siguiente gran expansión fue la irrupción del Islam, como religión y como proyecto político, que a partir del siglo 7 se extendió por todo Medio Oriente, y luego por Asia Central, norte de África y hasta llegar a Europa por España. Luego, el Islam se extendió a Persia y al norte de la India con el Sultanato de Delhi.
O sea, ya en la Baja Edad Media el corazón del sistema mundo siguió estando entre China y la India. Marco Polo, en el siglo 13 escribió: Por cada cargamento de pimienta que va a Alejandría para luego ser exportado a tierras cristianas, llegan más de 100 al puerto de Caiton (hoy Hangzhou)”.
¿Por qué China no salió a conquistar el mundo?
Hubo un momento en que lo intentó, cuando se liberó de la dinastía mongola y comenzó el tiempo de los Ming. En 1405 el emperador Yongle ordenó grandes viajes y las expediciones estuvieron a cargo del almirante Zheng He, un musulmán eunuco que llevó su “flota del tesoro” hasta el puerto de Yedda, en la Península Arábiga, y luego a las costas orientales de África (o sea que el desembarco chino en África que tanto preocupa a algunos no es nuevo). Pero esa etapa de expansión se cortó abruptamente en 1433. ¿Para qué quería esa China confusionista salir al mundo si ella misma era el mundo? Creían que no había afuera nada que pudiera interesarles, ni en materia comercial, ni cultural, ni espiritual. Al contrario, sus inventos fueron esparcidos por el mundo: el papel, la bobina, la pólvora… hasta la imprenta, que luego se adjudicó un alemán llamado Gutemberg.
A partir de la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano experimentó un crecimiento exponencial y el Océano Índico fue un mar islamizado. Por su parte, la India tenía una posición central y la ruta terrestre desde Europa estaba dominada por el Ducado de Venecia en el siglo 15.
Ese es el verdadero motivo, eludir a Venecia, por el cual los portugueses se lanzan al mar tratando de dar toda la vuelta a África para llegar al centro del mundo que era la India. Y por ese mismo motivo, eludir a Venecia y competir con Portugal, pero sin copiarle, pensando y pensando, se le ocurrió a Colón ir al oeste para aparecer en el lejano Oriente y luego llegar a la India.
Así fue que este navegante genovés, junto con presidiarios, deudores y aventureros, llegó a un nuevo continente en octubre de 1492, y luego de tres viajes, murió convencido de que había llegado a las Indias por el oeste.
Sin embargo, está fuera de discusión que 4 siglos antes habían llegado los vikingos a las costas de Terranova (hoy Canadá) después de cruzar de Noruega a Islandia y luego a Groenlandia. Y 5 siglos antes de los vikingos (casi 1.000 años antes que Colón), habían sido los austronesios (polinesios, habitantes del Sudeste Asiático y de Oceanía) quienes saltaron de isla en isla sobre el Pacífico, llegando a la Isla de Pascua y luego a las costas occidentales de Sudamérica. Los arqueólogos han seguido la marca de la papa (alimento americano) y su implementación temprana en Nueva Guinea. El inca Túpac Yupanqui dejó el Cusco durante un año para conocer las islas del Pacífico y volvió con hombres negros y oro. Hay una tradición oral en las Islas Marquesas que habla de la llegada de un gran jefe llamado Tupa, que venía del levante.
Pero como para algunos, conquistar es descubrir, dijeron que Colón descubrió América. “Conocer el mundo equivale a poseer la mitad de él” escribió Tomamaso Campanella en su obra La Monarquía Hispánica de 1598.
¿Fue la primera globalización?
No fue una verdadera globalización, porque el centro del mundo siguió estando en Oriente hasta el siglo 19, pero sí nos llega esta versión vía educación y vía cultura. La occidentalización de una parte del mundo fue presentada como globalización. Fue la pretensión de universalización de un punto de vista sobre el mundo.
El historiador Sanjay Subrahmanyam dice: “A la historia hay que examinarla no desde el puente superior de las carabelas de Vasco da Gama, sino desde los muelles de Calcuta, donde los mercaderes malayos, chinos o iraníes las esperaban”. A los portugueses y brasileros en particular, pero a todos los occidentales en general nos siguen contando la historia desde el puente superior de la carabela.
Lo mismo pasa con la llegada de los españoles a Abya Yala, que luego fue bautizada a sangre y fuego como América. La historia oficial nos habla de la “época de los grandes descubrimientos”, una expresión inventada a finales del siglo 19 con el positivismo, cuando se inventaron tantas falacias que todavía hoy tenemos en la cabeza y el corazón. Y podríamos preguntarnos ¿cuáles descubrimientos? ¿El portugués Bartolomé Díaz “descubrió” el Cabo de Buena Esperanza? ¿O a lo sumo le habrá dado nombre? ¿El español Vasco Núñez de Balboa “descubrió” el Océano Pacífico en lo que hoy es Panamá? ¿O a lo sumo le habrá dado un nombre? ¿El estrecho de Magallanes lleva el nombre del primer hombre que lo surcó? ¿Es que los onas no son hombres… y mujeres?
Lo maravilloso de la historia es que no se trata de un partido de fútbol en el que siempre nos hacemos hinchas de uno de los dos equipos, ni de un cuento en el que hay buenos y malos. Estas líneas no son para hablar bien de unos y mal de otros, simplemente para sacudir algunos preconceptos o ideas erróneas muy anquilosadas y percudidas en nuestras cabezas. Fijate que no me he metido en la historia de la conquista, que podría ser motivo de otra nota.
Quiero terminar con un par de ideas. Por un lado, sería sano por lo menos poner en duda la versión europea de “los descubrimientos”, y tratar de analizar la historia desde el muelle de Calcuta y no desde el puente de la carabela.
Por otro lado, lo que sí hay que aprender de los europeos es su amor propio, su propio convencimiento que les sirvió para convencer al resto del mundo de su supuesta superioridad. La idea falsa de los “grandes descubrimientos” sirvió para justificar todo lo que vendría después: los exterminios y la era de los imperios europeos. Como resumió el historiador Serge Gruzinski: “Conversar, contratar, convertir, conquistar”.