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Gladys West, la matemática que ayudó a crear el sistema GPS que hoy nos guía

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“Segunda calle a la derecha. A 500 metros habrá llegado a su destino”. Para muchos de nosotros, dar instrucciones a un ser querido sobre cómo llegar a un sitio es algo ya desacostumbrado. En vez de eso mencionamos la dirección para que él o ella lo introduzca en su móvil y una aplicación de mapas le indica el camino. Antes de eso, de los móviles, dispositivos específicos se encargaban de esta tarea, instalados a menudo en el salpicadero del coche.

Estos sistemas, llamados GPS (siglas de Global Positioning System, o sistema de posicionamiento global), son algo tan habitual que hemos convertido esas siglas en una palabra propia, gepeese y sirven para que nos orientemos incluso donde nunca habíamos estado antes, incluso los que no saben cómo leer un mapa. Si esto es posible es gracias a Gladys West, matemática estadounidense que contribuyó a modelizar la esfera terrestre y a desarrollar los modelos satelitales que después se utilizaron para la creación del GPS.

Educación para no pasarse la vida recogiendo tabaco

West nació en 1930 en Virginia, Estados Unidos, y como persona negra vivió desde pequeña los efectos de la segregación racial y la discriminación. Nacida en una familia de granjeros, dedicó mucho tiempo en su infancia a trabajar en los terrenos de la granja familiar. Sin embargo, desde pequeña supo que no quería trabajar toda su vida recogiendo tabaco y decidió que la educación sería su forma de buscar una vida diferente para sí misma.

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Comenzó esa educación en la Escuela Roja, como se conocía al colegio de primaria al que asistió West, que se encontraba a unos cinco kilómetros de distancia que ella recorría a pie. Todo el alumnado recibía la lección en la misma aula. West destacó pronto entre sus compañeros.

Hacia el final de su educación obligatoria, su familia trataba de ahorrar para poder enviarla a la universidad, pero los gastos imprevistos se comían los ahorros familiares una y otra vez, así que West decidió que si quería seguir estudiando tendría que encontrar los medios para hacerlo: la oportunidad de conseguir una beca, otorgada solamente a los dos mejores alumnos de cada promoción apareció como la única solución a su problema. West decidió que una de ellas tendría que ser para ella. “Empecé a hacer todo lo que estaba en mi mano para ser de las mejores, y cuando me gradué del instituto, conseguí una de las becas”. Esto le dio la posibilidad de acudir a la Universidad del Estado de Virginia, de mayoría tradicionalmente negra.

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Sin embargo, a pesar de que su matrícula estaba pagada gracias a esa ayuda económica, el problema del dinero no había desaparecido: aún tenía que pagarse el alojamiento y los gastos. Al principio pudo contar con cierta ayuda de sus padres, pero pronto decidió que necesitaba un trabajo. Su profesora de matemáticas, que reconoció su potencial, le ofreció un trabajo a tiempo parcial como niñera.

West pronto comprobó que sus capacidades le habían permitido ser la mejor en la escuela y el instituto de su pueblo, pero que para mantenerse a la altura de sus compañeros en la universidad tenía que dejarse los codos estudiando, además de trabajar. “Estaba tan entregada que no me importaba estarme perdiendo la diversión, pero ahora lo pienso y sí que debió importarme”, comentaba la propia West en una entrevista publicada por The Guardian en 2020.

Matemáticas, el campo elegido: “Nada se iba a interponer en mi camino”

Decidió centrarse en las matemáticas porque era un área muy respetada, aunque ejercida principalmente por hombres, algo que ella aseguraba años después que nunca le había importado mucho. “En mi corazón sabía que nada se iba a interponer en mi camino”. Se graduó y comenzó a trabajar como profesora, ahorrando para continuar sus estudios.

Volvió a la universidad años después y obtuvo un título de máster en matemáticas. De nuevo ejerció brevemente la docencia, pero pronto encontró trabajo en la base naval de Dahlgren, en Virginia. En ese momento fue la segunda mujer contratada como programadora en esa base en toda su historia, y una de los únicos cuatro trabajadores negros de toda la base.

Gladys West y Sam Smith (Dahlgren, 1985). Wikimedia Commons.

West fue contratada porque en ese momento la marina comenzaba a trabajar con ordenadores, y su labor era desarrollar la programación para las máquinas. En esa entrevista para The Guardian recordaba cómo había sido su primer día, que el edificio de la base era gris y que llegó temprano, cuando los trabajadores aún estaban tomando el café y relajados. Allí conoció al que luego sería su marido, Ira West, aunque en un primer momento se negó a prestarle atención o distraerse con cualquier cosa que no fuese el trabajo.

A pesar de sus capacidades, su talento académico y su éxito hasta el momento, West tuvo que lidiar con el sentimiento de ser inferior que la mayoría de la gente que la rodeaba, algo que, contaba, le pasaba seguramente a muchos otros afroamericanos en su momento. Este sentimiento le impulsó siempre a trabajar tan duro como era capaz. Aunque sus compañeros siempre fueron amables y respetuosos, al principio ninguno de ellos se relacionaba con ella fuera de la oficina, algo que ella se esforzó porque no le molestase. “¿Sabes cuando sabes que ocurre algo pero que no quieres que te afecte? Empecé a pensar para mí misma que me convertiría en un ejemplo como la mujer negra que era, como West, que sería tan buena como fuese capaz haciendo mi trabajo y siendo reconocida por ello”.

Un sistema para modelizar la Tierra

A principios de los 60, West participó en un trabajo, que resultó muy premiado, que demostró la regularidad del movimiento de Plutón respecto a Neptuno. Años después se convirtió en la jefa del proyecto que desarrollaría parte del equipo del Seasat, el primer satélite desarrollado para monitorizar los océanos, y como tal dirigió un equipo de cinco personas. Para esta tarea, West se encargó de programar un IBM 7030, un ordenador significativamente más rápido que otros equipos del momento. Esto permitía obtener cálculos precisos para desarrollar un modelo de la esfera terrestre, que luego fue una de las piezas sobre las que se construyó el GPS.

IBM 7030. Wikimedia Commons.

Aunque eso ella no lo sabía entonces, que sus desarrollos ayudarían a crear tecnología que todo el mundo terminaría llevando en sus coches o bolsillos y cambiando la forma en que nos movemos por el mundo. “Nunca se te ocurriría que lo que estás desarrollando como tecnología militar terminará siendo tan emocionante. No piensas que se pueda terminar transfiriendo a la vida civil, fue una agradable sorpresa”.

Curiosamente, West es de esas cada vez más escasas personas que prefieren un mapa, o pedir indicaciones, a un dispositivo GPS: “Me gusta hacer las cosas con las manos. Si veo la carretera, y veo dónde gira y a dónde va, me siento más segura”.

Mientras ella y su equipo desarrollaban el trabajo, West aprovechó todas las oportunidades que tuvo para seguir aprendiendo y formándose. Iba a clases por las tardes y al final obtuvo otro título de máster en administración pública por la Universidad de Oklahoma.

Un modelo como mujer negra en los años de la lucha por los derechos civiles

Por lo demás, su vida giraba entorno a la base, y eso resultaba a veces un poco solitario y la aislaba del mundo a su alrededor. Aunque su departamento no estaba segregado por razas, en el exterior sí que se libraba un intenso conflicto relacionado con los derechos civiles y las situaciones de segregación eran parte importante del mismo. Sus compañeros de la universidad participaban en él de forma activa, mientras que West y su marido les apoyaban y se mantenían expectantes.

Para West esto era una fuente de conflicto interno: apoyaba las protestas pacíficas y sus reivindicaciones pero no se le permitía participar bajo el riesgo de perder su trabajo. Así que decidió poner en marcha una revolución más tranquila, más callada, que pudiese llevar a cabo dentro de la base militar. Se entregó aún más a su trabajo, con la idea de que siendo la mejor pudiese empezar a borrar algunos de los estigmas y prejuicios que pesaban contra la población negra. “Si no han trabajado con nosotros, no nos conocen, no saben nada excepto que trabajamos en las casas y en los campos, así que hay que enseñarles quiénes somos. Intentamos hacer nuestra parte siendo un ejemplo como personas negras: sé respetuoso, haz tu trabajo y contribuye mientras todo esto ocurre”.

Y eso fue lo que hizo. Pronto ascendió y se ganó el respeto de sus colegas, porque su trabajo era complejo y tenía que manejar con precisión enormes bases de datos. Había que ser meticuloso y desarrollar los procesos y modelos adecuados para que el resultado final fuese útil y adecuado.

Ira y Gladys West (2020). Wikimedia Commons.

West se jubiló en 1998, a los 69 años, con la idea de seguir avanzando con sus estudios. Un ictus la obligó a retrasar ese objetivo, pero en el 2000, a los 70 años, concluyó su doctorado en el área de las administraciones públicas.

Aunque durante su carrera West no recibió reconocimientos ni honores especiales, años después sus aportaciones sí fueron ampliamente reconocidas. En 2018 pasó a formar parte del salón de la fama de las fuerzas aéreas de Estados Unidos.

Fuente: https://mujeresconciencia.com/

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