Una vida intensa y extraordinaria que se ha mantenido por miles de años; su palabra, aún tan fresca y llena del vigor de entonces, nos sigue interpelando hoy desde los espacios en que la vida nos ha colocado.
JULIO LEONARDO VALEIRÓN UREÑA
Su vida conocida en las escrituras fue breve e intensa. De su nacimiento y su presencia en el Templo entre los doctores de la Ley, pasamos a la misión para traer la “Buena Nueva” y con ello, restaurar la Alianza. Con su bautismo por Juan, el Bautista, “la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad”.[2]
A decir de Pagola[3], “se llamaba Yeshúa, y a él probablemente le agradaba”. Del mismo autor referido, el nombre quiere decir, según la etimología más popular, “Yahvé salva”. Fue el nombre que le dio su padre cuando lo llevó a ser circuncidado, según la tradición judía. El nombre de Jesús en nuestra lengua castellana nos viene del griego Iesous. En su época y en su cultura, lo importante en la identidad de una persona no son sus características propias sino más bien al grupo al cual pertenece. Se dice que la gente le llamaba Yeshúa bar Yosef o Yeshúa ha-notsrí, “Jesús, el hijo de José” o “Jesús el de Nazaret”.
Su vida se sitúa en Galilea, territorio entonces bajo el dominio del Imperio Romano y de eso Jesús tenía pleno conocimiento. Tanto, que en el Evangelio de Lucas se relata aquel episodio cuando escribas y sumos sacerdotes al acecho de sus palabras con el fin de entregarlo al poder y la autoridad del procurador, envían sus espías para provocarle y, así lo hicieron: “¿Nos es lícito pagar tributo al César o no? Pero él, sospechando que actuaban con astucia, les dijo: Mostradme un denario. ¿De quién lleva la imagen y la inscripción? Ellos respondieron: Del César. Él les dijo entonces: Pues bien, lo que es del César devolvédselo al César; y lo de Dios, a Dios”. (A coger a otro de… diría un buen dominicano).
Como sociedad fundamentalmente agraria, los judíos vivían principalmente del campo, pero por su condición de pueblo subyugado lo tenían en una situación extrema de pobreza. Como era de esperarse, uno de los rasgos más característicos de esa sociedad era la enorme desigualdad social entre la gran mayoría que vivía del campo, teniendo que pagar tributos a una pequeña élite que vivía en las ciudades entonces.
La lengua que predominaba en esa época era el arameo. Se dice que las lenguas arameas forman parte de una rama de las lenguas semíticas con una historia de al menos 3000 años de antigüedad y que fue la lengua en que fueron escritos algunos de los textos bíblicos. Hoy es una lengua muerta.
Se dice que fue la lengua con la que Jesús predicó. En una traducción del Padre Nuestro, la oración que Él les enseñó a sus discípulos, del arameo al español, diría:
Padre-Madre, Respiración de la Vida ¡Fuente del sonido, Palabra en Acción,
¡Creador del Cosmos!
Haz brillar tu luz dentro de nosotros, entre nosotros y fuera de nosotros, para que podamos hacerla útil.
Ayúdanos a seguir nuestro camino respirando tan solo el sentimiento que emana de Ti. Nuestro Yo, en el mismo paso, pueda estar con el Tuyo, para que caminemos como Reyes y Reinas con todas las otras criaturas.
Que tu deseo y el nuestro, sean uno solo, en toda la Luz, así como en todas las formas, en toda existencia individual, así como en todas las comunidades. Haznos sentir el Alma de la Tierra dentro de nosotros, pues, de esta forma, sentiremos la Sabiduría que existe en todo.
No permitas que la superficialidad y la apariencia de las cosas del mundo nos engañen y nos libere de todo aquello que impide nuestro crecimiento.
No nos dejes caer en el olvido de que Tú eres el Poder y la Gloria del mundo, la Canción que se renueva de tiempo en tiempo y que todo lo embellece.
Que Tu amor esté solo donde crecen nuestras acciones.
¡Que así sea!
Una profunda y hermosa oración que nos hace sentir parte del todo y del universo, reconociendo que son nuestras acciones que lo harán y hacen a Él presente entre nosotros.
Con su bautismo por el Bautista y el asesinato de éste en manos del tetrarca Herodes Antipas por las inquinas de su mujer, quien había sido la esposa de su hermano, y aunque no era su agrado, mandó a decapitarlo y complacerla a ella, entregándole en bandeja, como se lo había pedido, su cabeza; fue el momento en que Jesús inició la misión que lo condujo irremediablemente a su pasión, muerte (y no cualquier muerte) y su resurrección.
Seleccionó sus seguidores y los reunió para que fueran testigos de la Buena Nueva que debían luego continuar; con ellos, anduvo por todos esos territorios dando a conocer la buena nueva centrada en el amor: “ama al otro como te amas a ti mismo” (¡qué difícil, ¿no?!), perdona, hasta 70 veces 7, si fuera necesario (¡qué complicado es seguir a Jesús!); en ese caminar, escuchó la agonía de su pueblo, hizo muchos milagros curando enfermos, resucitando muertos, multiplicando panes y peces… muchas mujeres con solo tocar su vestido sentían que todo se transformaba. Perdonó a los que eran pecadores sin insultarlos, compartió en las fiestas y bodas de los amigos, llegando incluso a convertir en vino el agua, cuando su madre se lo pidió.
Para ser comprendido por el pueblo pobre les habló en parábolas, una manera breve y sencilla de narrar historias, que en su simbología era fácil extraer una enseñanza moral, por lo que resultaba muy efectivo dejando huellas, difícilmente de olvidar, por quien las oía. Su finalidad, “provocar” maneras de comportamientos. Charles Harold Dodd, teólogo protestante, señala que es un aspecto muy característico de la doctrina de Jesucristo contenida en los Evangelios, teniendo un impacto tan importante sobre la imaginación que hacía que se fijara en la memoria.
Precisamente, quienes ostentaban el poder veían un enemigo al que había que eliminar, y aun conociendo las escrituras, “no querían ver”. Y como ya estaba escrito, uno de los suyos lo entregó, sellando con su traición su pasión y muerte. El otro, el principal discípulo, Pedro, sobre el cual se edificaría su Iglesia, cuando las cosas se pusieron difíciles, lo negó y no una, sino tres veces, tal y como Él mismo se lo había dicho.
Se burlaron, le martirizaron hasta el límite, lo coronaron con espinas, le hicieron cargar con su propia cruz, le clavaron en un madero, y se volvieron a burlar de él, repartiéndose incluso sus ropas. Con una lanza le abrieron el costado, y en un grito casi de desesperación llegó a exclamar: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?” que quiere decir: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”[4]. Ya estaba exhausto, pero encontró fuerzas para seguir perdonando cuando al “buen ladrón” le dijo: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Pero aún más, y en el éxtasis de su bondad, fue capaz de volver exclamar: “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”. Fue una ejecución tan brutal, injusta e inhumana, que sus discípulos huyeron del lugar, llenos de temor y miedo. Solo su madre María, la Magdalena y su hermano Juan estuvieron con él en sus últimos momentos.
Pero aquel hombre ultrajado y asesinado, emergió de entre los muertos y resucitó al “tercer día”, que en el lenguaje bíblico según señala Pagoda significa “el día decisivo”, aquel que nos “trae la salvación”. Haciéndose presente en primer término a la mujer, la Magdalena y luego a sus discípulos.[5]
La mujer ha tenido en la vida de Jesús un lugar singular e importante, pues ellas estuvieron siempre en la vida, como en su muerte y resurrección.
En estos días, que casualidad, recibí la llamada de Tana, animadora de Comunidades Eclesiales de Base del Sector de la Esperanza; una señora a quien recuerdo con mucho aprecio y admiración de aquellos años en que junto a mis amigos-hermanos, como a nuestras compañeras, nos fuimos a vivir la fe encarnada al barrio de los Guandules y Gualey, transcurría la segunda mitad de los años 70, años muy difíciles políticamente. Vivir la fe desde la “perspectiva preferencial de los pobres” fue y sigue siendo un reto difícil y, en ocasiones, muy complejo.
Una vida intensa y extraordinaria que se ha mantenido por miles de años; su palabra, aún tan fresca y llena del vigor de entonces, nos sigue interpelando hoy desde los espacios en que la vida nos ha colocado.
[1] Evangelio según San Lucas 22, 70. Biblia de Jerusalén. Editorial Desclée de Brouwer, S.A. 5ta. Edición, 2018.
[2] Evangelio según San Juan 1,14. Idem.
[3] Pagola, José A. (2007). Jesús, aproximación histórica. 8ª edición 2008. Madrid.
[4] Evangelio según San Marcos 15, 34-35. Idem.
[5] Evangelio según San Juan 20, 11-18. Idem
Fuente> acento.com.do