Tras la muerte de Albert Einstein el 18 de abril de 1955 y de su incineración, su cerebro, cortado en láminas y conservado por el patólogo Thomas Harvey, empezó un rocambolesco periplo de 52 años que terminaría en 2013.
“cuando escuché por primera vez la historia del cerebro de Albert Einstein pensé que era una leyenda urbana, pues era demasiado rara para ser cierta”, recuerda en una conversación con la BBC el escritor norteamericano Michael Paternini, autor de Paseando con Mr. Albert: un viaje a través de EE. UU. con el cerebro de Einstein. Pero en este caso la realidad superaba a la ficción.
UN “ACTO” PARA LA CIENCIA
Cuando en la madrugada del 18 de abril de 1955 fallecía Albert Einstein, el creador de la teoría de la relatividad, debido a un aneurisma aórtico, Thomas Harvey, el patólogo de guardia encargado de realizar la autopsia al cadáver del científico, también pasaría a la historia. Pero no por realizar el examen forense, sino nada más y nada menos que por convertirse en el ladrón del cerebro más privilegiado de la historia, un hecho que a día de hoy sigue estando envuelto en una gran controversia. En menos de un día, el cadáver de Einstein fue incinerado en una ceremonia privada a la que asistieron sus familiares y amigos más allegados. Las cenizas del científico fueron arrojadas en las aguas del río Delaware, cumpliendo su expreso deseo: “Quiero que me incineren para que la gente no vaya a adorar mis huesos”.
Thomas Harvey, el patólogo de guardia que realizó la autopsia al científico, pasó a la historia por ser el ladrón del cerebro más privilegiado de la historia.
Pero lo que no sabían los familiares y amigos de Einstein es que no todo el cuerpo del científico había sido incinerado. Thomas Harvey alegaría que la extracción del cerebro del genio no había sido un “robo”, sino un acto “en nombre de la ciencia”, ya que serviría para poder estudiar uno de los cerebros más singulares y extraordinarios de la historia de la humanidad. A menudo, los hospitales se quedan con algunos órganos que consideran de interés para realizar un estudio patológico, pero cuando empezó a rumorearse que el cerebro de Einstein había sido extraído furtivamente y que Harvey no tenía el consentimiento de la familia para hacerlo, el médico se las ingenió para convencer al hijo mayor de Einstein, Hans Albert, para que le dejara conservar el cerebro de su padre, y se comprometió a utilizarlo sólo para fines científicos.
¿LOCO O BROMISTA?
A pesar de ello, cuando el Hospital de Princeton se enteró de que el patólogo se había quedado con un órgano humano de forma irregular, lo despidió en el acto, pero Harvey, que había sido contratado por la Universidad de Pennsylvania, se llevó consigo el cerebro y lo diseccionó en 240 trozos que conservó en celoidina, una forma dura y elástica de celulosa. Posteriormente creó doce juegos de 200 diapositivas que contenían muestras del tejido cerebral del genio y se las envió a algunos investigadores. Luego dividió las piezas en dos recipientes con alcohol y se las llevó a su casa para esconderlas en el sótano.
Cuando el Hospital de Princeton se enteró de que el patólogo se había quedado con un órgano humano de forma irregular, lo despidió en el acto pero Harvey se llevó consigo el cerebro de Einstein.
Harvey contactó con varios neurólogos de todo el país ofreciéndoles examinar el cerebro de Einstein, pero increíblemente nadie aceptó. La mayoría pensó que Harvey era un lunático o que les estaba gastando una broma pesada. A partir de aquel momento, la vida de Harvey tocó fondo. Su mujer lo acusó de obsesionarse con el cerebro y acabó por abandonarlo dejándolo solo y en la ruina más absoluta. Finalmente, hubo algunos neurólogos que aceptaron estudiar las muestras, pero su conclusión fue que el cerebro que Harvey les había mandado no era muy distinto de un cerebro normal, ya que el peso del mismo, 1.230 gramos, era incluso inferior al del rango normal para un hombre de la edad de Einstein.
EL RENACER DE UNA HISTORIA
A partir de entonces, Harvey comenzó un increíble viaje a través del país transportando pequeñas muestras del cerebro de Einstein en el maletero de su coche. Como ha contado en más de una entrevista, el ejército estadounidense se puso en contacto con él para hacerse con el cerebro porque al gobierno le preocupaba que la codiciada pieza terminara en manos de los soviéticos, aunque Harvey desoyó la oferta. En aquella época, el mundo entero estaba pendiente del final de la guerra de Vietnam y del escándalo Watergate, y acabó olvidándose por completo del cerebro perdido de Albert Einstein. No fue hasta 1978 cuando el periodista Steven Levy, del New Jersey Monthly, logró que Harvey le concediese una entrevista. Por entonces Harvey trabajaba como supervisor médico en un laboratorio de pruebas biológicas, y cuando le preguntó si aún tenía el cerebro de Einstein contestó afirmativamente. Contó que lo tenía guardado en su casa, en una caja de sidra que escondía debajo de un enfriador de cerveza.
La entrevista que Steven Levy le hizo a Harvey se publicó bajo el sugerente título “Yo encontré el cerebro de Einstein”, y su repercusión fue tal que fue leída por algunos prestigiosos científicos de la Universidad de Berkeley, entre ellos la neuróloga Marian Diamond. La doctora Diamond se puso en contacto con Harvey para pedirle un fragmento de aquel cerebro que tan celosamente guardaba. Diamond analizó la muestra y en 1985 publicó un estudio en el que sostenía que el cerebro de Einstein tenía más células gliales (cuya función principal es dar soporte a las neuronas) por neurona que una persona normal.
El ejército de Estados Unidos se puso en contacto con Harvey para quedarse con el cerebro porque el gobierno temía que la codiciada pieza terminara en manos soviéticas.
Tras publicarse la historia de Harvey en la revista Science, empezaron a llegarle solicitudes por parte de muchos investigadores para que les enviara pequeñas muestras del cerebro de Einstein (muestras que Harvey cortaba con un cuchillo de cocina que sólo usaba para ese fin). Después, el patólogo enviaba las muestras por correo postal en un frasco de una marca de mayonesa que ingería de manera compulsiva. Años después, la cadena BBC emitió un documental sobre la vida del ya octogenario Harvey, donde se le veía deambulando por el sótano de su casa con un frasco de mayonesa en la mano y cortando una pieza del cerebro de Einstein en una tabla de quesos con su cuchillo de cocina “especial”.
LAS CONCLUSIONES DEL ESTUDIO DEL CEREBRO DE EINSTEIN
Thomas Harvey murió el 5 de abril de 2007 a los 94 años de edad después de que, junto a un grupo de colaboradores, publicara un primer estudio en el que se afirmaba que el cerebro del científico tenía una proporción anormal de dos tipos de células, neuronas y células gliales. A ese estudio le siguieron otros cinco que hacían hincapié en las diferencias en las células individuales y en estructuras particulares del cerebro. Finalmente, los fragmentos que Thomas Harvey aún conservaba del cerebro de Einstein fueron a parar a sus herederos, que tres años después los donaron al Museo Nacional de Salud y Medicina del Ejército de Estados Unidos. Entre aquel material se encontraban 14 nuevas fotografías tomadas desde distintos ángulos, que hasta aquel momento no habían sido publicadas.
Los últimos trozos que Thomas Harvey aconservaba del cerebro de Einstein fueron a parar a sus herederos, que tres años después los donaron al Museo Nacional de Salud y Medicina del Ejército de Estados Unidos.
Pero ¿qué hace tan especial al cerebro de Einstein? En el año 2013, un estudio neurológico del órgano pareció encontrar el secreto. Unas conexiones nerviosas inusualmente buenas. Básicamente se trataba del núcleo central de las conexiones que enlaza un hemisferio cerebral con el otro. Este enlace nervioso transmite la información necesaria para la coordinación motora, pero también está involucrado en los procesos cognitivos. Así pues, para terminar esta increíble historia, surge una pregunta que quizá ya se hayan hecho nuestros lectores: ¿Cuántas personas guardan en su casa una pequeña porción del cerebro de quien dedujo la ecuación de la física más conocida del planeta? Y ¿qué pensaría de todo esto el genial científico?
Fuente: historia.nationalgeographic.com.es