Los rencores deben ser desterrados, eliminados de ese estado continuo de volver hacia ellos, pues como hemos dicho, a quien afecta directamente es a quien lo padece.
En la entrega anterior argumentábamos que cuando un comportamiento viola principios, expectativas o acuerdos importantes, puede generar un agravio que detone en una serie de estados emocionales y sentimientos en la persona agraviada, haciendo más complejo el proceso de perdón. En ese marco hacíamos referencia al rencor.
El rencor es considerado una emoción negativa, que puede considerarse como “normal”, por el sentimiento de malestar que nos produce el haber sido tratado de manera injusta o inesperada. Pero, su mayor dificultad estriba cuando genera sentimientos de hostilidad o resentimientos hacia aquella persona que nos ha producido una ofensa o un daño que, de producirse con determinada intensidad, no solo es capaz de generar ciertos desequilibrios mentales, sino incluso, producir enfermedades mentales y/o físicas. Este daño puede ser mucho mayor si la persona mantiene por un tiempo significativo el comportamiento rencoroso, pudiendo provocar comportamientos muy alegados de nuestro perfil personal.
Vivir en el rencor…
Luskin (2006) señala: “Recuerde que el origen de los rencores es la ocurrencia de sucesos dolorosos, en un momento que no tenía la destreza para manejar el dolor emocional. Por consiguiente… usted le arrendó demasiado espacio en la cabeza… y ¡zas! formó un rencor”.
Quienes viven de manera permanente en el rencor no solo que no olvidan y, mucho menos, perdonan, sino que están a la espera del momento en que pueden “vengarse” del “dolor infligido”.
El rencoroso está siempre al acecho, con la carga de odio a cuesta y a la espera de poder soltarla, sobre todo, frente a la persona objeto de rencor. Es un sentimiento autodestructivo, que quien lo vive, no se hace ni la más mínima idea, ni percata del daño que a el mismo le produce.
El rencor se produce en muchos ámbitos de nuestra vida personal y social, cuando sentimos que un tercero presenta un comportamiento que genera en nosotros un sentimiento de malestar más o menos duradero, produciéndonos sentimientos de hostilidad y resentimiento. Lo puede sufrir quien siente que ha sido objeto de un engaño en su relación afectiva, pero también cuando cree que el ascenso que le correspondía se lo dan a otra persona, en el ámbito laboral. Puede producirse cuando siente que se le acusa injustamente de faltas no cometidas, sin que se haya realizado investigación judicial alguna, y que, sobre todo, ha sido objeto de difamación pública. Es decir, que la situación de rencor se manifiesta y vive tanto en el plano de lo personal-afectivo y personal-laboral, como en el plano social. Cada día los medios de comunicación muestran situaciones que bien pueden generar rencor en la persona agraviada.
¿Perdonar?…
La persona que vive en el rencor no solo que no siente la necesidad ni la razón de perdonar, sino que se alimentará continuamente de un estado de sufrimiento recordando a diario, a cada momento, el peso del daño o la ofensa sufrida. No se da tregua y como dice el dicho popular, “la persona se cuece en su propia salsa”, sin tener la más mínima conciencia del efecto perjudicial que esto le ocasiona, y es que se detonan muchos otros estados emocionales alrededor del hecho, sin que necesariamente tengan una relación directa con el mismo, pues se trata de una vivencia interna, que como “bola de nieve”, crecerá en quien la vive y padece.
Para el rencoroso, quien intente contradecirlo, entrará en la lógica “o estás conmigo o estás en contra de mí”. Así de complejo puede ser el estado de rencor permanente y sin control.
Prepararse para el perdón…
El inicio de un proceso de perdón empieza, en primer lugar, sobre la base de construir un nuevo relato sobre el rencor, introduciendo de manera paulatina un enfoque de pensamiento distinto y flexible que le permita, a la persona que siente el rencor, la posibilidad de “mirar” el problema desde perspectivas distintas. Ello supone conocer la experiencia del rencor desde sus raíces y sus complejidades, separando el hecho que originó el problema de las situaciones emocionales que se fueron añadiendo. Pero, además, construir nuevas interpretaciones del hecho mismo y sus consecuencias. Al mismo tiempo que se construye el nuevo relato de los hechos, deben generarse herramientas para la gestión del sentimiento de rabia interior. Ese nuevo relato debe superar la atención plena y constante hacia el pasado, trasladando la mirada hacia el presente y, sobre todo, hacia el futuro. Mirarse, autoproyectarse en la consecuencia de vivir en dicho estado de rencor. Mantener vivo el recuerdo negativo del pasado, no solo no contribuye a enfrentar con éxito el presente, sino que además no permite analizar con objetividad el pasado mismo.
En segundo lugar, hay que identificar y desarrollar sentimientos positivos hacia el nuevo relato, vinculados con el bienestar y la felicidad de quien ha vivido la situación de rencor. Hay que contraponer las emociones positivas fuertes a las emociones negativas vividas. No se trata de olvidar, sino de recuperar la alegría, la gratitud, la serenidad, la esperanza, el orgullo, el humor, la inspiración como forma de fortalecer la autoestima personal y el deseo de avanzar hacia nuevos senderos. Desde la perspectiva de Barbara Fredrickson y su Teoría de Ampliación y Construcción de las Emociones, mientras “las emociones negativas reducen la perspectiva de las personas y las mantienen enfocadas en el problema específico o amenaza, las emociones positivas amplían los pensamientos y acciones probables de las personas, así como sus comportamientos”.[2] En lugar de centrarnos en un solo tema, amplía B. Fredrickson, las emociones positivas permiten acceder una gama mayor de perspectivas y posibilidades.
En tercer lugar, se trata de crear y vivir una nueva historia que pueda contemplar como posibilidad el perdón, si no para quien ha infligido la ofensa, por lo menos para quien ha vivido la situación permanente de rencor con todas sus consecuencias negativas para sí mismo. Los rencores deben ser desterrados, eliminados de ese estado continuo de volver hacia ellos, pues como hemos dicho, a quien afecta directamente es a quien lo padece. Debemos aprender a darnos nuevas oportunidades y posibilidades.
Termino con una frase de Gandhi: “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”.