Docentes, a través de varias estrategias y ejercicios prácticos, les alentamos a reconocer sus propias emociones creando la oportunidad de cambiar y transformar sus maneras de comprenderlas y así posibilitar el desarrollo de nuevas actitudes y comportamientos frente a sí mismos y su función generadora de oportunidades de aprendizaje en sus escuelas.
El proceso evolutivo nos dotó de una serie de herramientas importantes para la sobrevivencia. Una de ellas es la emoción. En una época, la psicología la estudiaba como “un vestigio de la herencia evolutiva que era preciso reprimir”, hoy, sin embargo, tenemos mayor conocimiento de su importancia en la vida. No es una característica esencialmente humana, pues muchos otros de los seres vivos muestran tales reacciones, incluso en situaciones parecidas a las nuestras. Aún más, algunos estudiosos del tema han podido establecer que su manifestación se asemeja a las nuestras ante esas mismas condiciones.
Las emociones son reacciones ante determinadas situaciones que activan y dirigen el comportamiento. Al igual que las actitudes, nos pueden acercar o alejar de ciertas situaciones y personas. Ha habido esfuerzos importantes por identificarlas y clasificarlas. En ese esfuerzo hay quienes han identificado ocho categorías básicas consideradas emociones y que compartimos con otras especies, estas son: miedo, sorpresa, tristeza, repulsión, enojo, esperanza, alegría y aceptación. Con funciones de ajustes distintos, de la misma manera con que su intensidad se manifiesta, sus relaciones entre ellas incluso dan lugar a otras emociones. Por ejemplo, la esperanza y la alegría pueden causar optimismo si ocurren al mismo tiempo, pero la intensidad entre ambas puede ser distinta. Entre la ira y el enojo hay diferencias importantes de intensidad, pero su relación puede originar fastidio, cuya intensidad, puede ser menor que la del enojo.
Otra cuestión interesante de las emociones tiene que ver con su expresión. Algunos estudiosos del tema, considerando incluso diferencias socioculturales, además de niveles muy diferentes de desarrollo, concluyen que en sentido general su expresión no es diferente como tampoco el origen de dicha emoción. Esa evidencia los lleva a hablar de una “universalización de la expresión de las emociones como de las condiciones que las detonan”.
Los conocimientos acerca de las emociones aún son muy controversiales, sin que eso suponga que se le reste importancia a su relación con el comportamiento. Una cuestión que sí nos interesa destacar sobre este tema, es la relación entre emoción-percepción-evaluación y valoración-comportamiento. Son procesos complejos e importantes, que nos pueden permitir estrategias de trabajo para un mejor manejo de nuestras emociones.
Ya hemos visto que la emoción es una reacción ante determinada situación que se produce en la realidad o en nosotros mismos. Ante el llanto de un niño, puede generarse tristeza. Ante el maltrato de un indefenso puede generarse enojo o ira. Una sonrisa fortuita pudiera llevarnos a determinados sentimientos de interés. Son situaciones cotidianas que cualesquiera de nosotros pudiesen experimentar. Pero ¿de qué manera y en qué contexto se origina dicha percepción? ¿Cómo interpretamos y valoramos lo percibido? Y, finalmente, ¿hacia dónde nos conduce esta situación?
De manera más simple: ENFRENTAMOS – COMPRENDEMOS – ACTUAMOS (ver-juzgar-actuar).
Los procesos educativos en las escuelas deben ayudarnos desde la infancia a conocer nuestras propias emociones, la manera cómo reaccionamos ante los eventos de la realidad, al mismo tiempo, que irnos dotando de otras maneras de comprender las cosas, de que no existe una única interpretación de las situaciones que enfrentamos día a día. Es más, que posiblemente la interpretación que tenga alguna otra persona puede ser completamente distinta a la mía. De esa manera, que también mi accionar puede cambiar, puedo aprender otras maneras de reaccionar y comportarme frente a la situación.
Desde la primera infancia y a través de una “pedagogía de la ternura”, hay que recuperar en la primera infancia desde el preescolar hasta los primeros grados de primaria, lo relacionado con las emociones. Las niñas y los niños deben aprender a identificar las emociones que priman en ellos, por qué de ellas, al mismo tiempo que darse cuenta de que esa misma situación genera emociones distintas en sus compañeros y compañeras de aula. Tienen que aprender a “hablar” sobre sus emociones en diferentes lenguajes: el de la palabra, el de las manos a través del dibujo, el barro, la macilla, así como también el del movimiento de todo el cuerpo, es decir, lo cinestésico. Cambiar las percepciones ayudaría a cambiar las valoraciones y los comportamientos consecuentes.
En un taller realizado a propósito de este tema este pasado fin de semana con docentes de centros educativos y organizado por el Departamento de Psicología de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, alentábamos a estos docentes, a través de varias estrategias y ejercicios prácticos, a reconocer sus propias emociones creando la oportunidad de cambiar y transformar sus maneras de comprenderlas y así posibilitar el desarrollo de nuevas actitudes y comportamientos frente a sí mismos y su función generadora de oportunidades de aprendizaje en sus escuelas.
Estamos llamados a transformar nuestras escuelas, que solo será posible si transformamos al mismo tiempo nuestra comprensión de esos procesos, la manera cómo nos organizamos desde una perspectiva estrictamente pedagógica, transformando al mismo tiempo la gestión de los procesos de aprendizaje.
Eso es posible si recuperamos el sentido lúdico de aprender y de que es posible ir construyendo una nueva pedagogía centrada en el bienestar y la felicidad