Jóvenes dominicanos que participaron en estudios internacionales de educación cívica y ciudadana opinaron que los cargos públicos son para “aprovecharlos para ellos, su familia y sus amigos”
Jóvenes de 12 años que participaron en los dos estudios internacionales de educación cívica y ciudadana opinaran que los cargos públicos son para “aprovecharlos para ellos, su familia y sus amigos”; que incluso los bienes públicos son para tomarlos si se tiene la oportunidad.
Soy de la generación baby boomers (1946-1964), pues nací en el año de 1950 en el Barrio de Villa Juana, precedida por la llamada generación silenciosa. A dicha generación baby boomers se le suele describir como una “onda expansiva” por su contribución al incremento de la natalidad.
Fue la generación de la postguerra, del dolor y la vergüenza, para al mismo tiempo, la de los sueños libertarios y las luchas por una nueva sociedad. Las ideas de cambio y transformación social nos embriagaron a muchos que, desde muy jóvenes, depusimos intereses personales por los de comprometernos con proyectos sociales de largo alcance. El “espíritu de la época”, para muchos jóvenes, estaba fuertemente asociado a las ideas socialistas. El triunfo de la llamada “Revolución cubana” y todas las historias que se fueron tejiendo en torno a ella, radicalizaron a grupos de jóvenes que entendieron que solo había un camino, el que trazaban figuras como el Che Guevara o, incluso, Camilo Torres.
Las escuelas como la universidad se convirtieron en los espacios privilegiados y principales de manifestación política, de una juventud impedida de expresarse que no fuera al precio de su seguridad personal y hasta su propia vida. En los barrios surgieron muchas otras manifestaciones de esos deseos por una nueva sociedad, así florecieron los clubes deportivos y culturales como expresión de la necesidad de una juventud deseosa de ser escuchada y ver materializados sus sueños “revolucionarios”. En ese camino se perdieron muchas vidas jóvenes, casi como ofrenda de los proyectos y deseos sociales enarbolados.
No fue solo la historia de la República Dominicana, fue la misma en casi todos los países de América Latina, en la fueron apareciendo innumerables regímenes de fuerza cuyo propósito principal fue silenciar los movimientos sociales emergentes entonces. ¡Cuántas historias de horror y de dolor surgieron por doquier!
Muy a pesar de todas esas luchas y la sangre derramada, nuestros sueños se han ido convirtiendo en pesadillas; la realidad que vivimos hoy está muy alejada de aquellas aspiraciones. Vivimos una época estructurada a partir de un modelo económico de desarrollo promotor de una vida centrada en el consumo irracional y el lucro, y para ello, la propia explotación personal por alcanzar el “máximo rendimiento y productividad” y que, como plantea Byung-Chul Han, “el exceso de trabajo y el rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación”. Que, por supuesto, será “mucho más eficaz que la explotación por otros”.
Todo esto, por otra lado, a costa del agotamiento paulatino de los recursos del planeta, que ha llevado incluso al Papa Francisco a poner el grito al cielo en su Encíclica Laudato sí, en un llamado de atención frente a la destrucción que le estamos causando al medio ambiente y a nosotros mismos, al mismo tiempo que clama por una “profunda conversión interior”.
Esa lógica de vida centrada en el lucro, la ostentación del lujo y la riqueza a como dé lugar, nos ha conducido a la construcción de una sociedad carente del más mínimo sentido del bien común y la decencia. Es una vida centrada en los atajos para llegar al éxito a toda costa y un individualismo que no se sonroja ante ningún desacato ante lo sagrado incluso, pues no hay nada más sagrado que la cuenta bancaria y la buena vida a toda costa.
De esa manera, qué importa que los ríos se sequen y nos quedemos sin agua; qué importa que todas nuestras cañadas se preñen de basura y desperdicios de todo tipo, contaminando afluentes y ríos; cuánto importan los bosques y sus árboles, si ellos no me permiten “mirar a lo lejos lo que a mí me pertenece”; que el otro espere, pues para mí no existe la luz roja de un semáforo, tengo prisa; de qué pobre tú me hablas, sino son más que gente vaga, que no quiere trabajar; qué importa un soborno más o un soborno menos, si al final de cuenta para eso son los cargos públicos; qué puede significar una relación sexual forzada, si eso acontece entre las cuatro paredes del hogar y la propia familia “donde se lavan las ropas sucias”; sigamos premiando en cuanto “soberanos existan” esa música que denigra a la mujer y la hace partícipe de su propia deshonra…
Lo vulgar se ha convertido en lo sublime, y lo sublime en un artículo insustancial de “gente quedá” y que, además, no deja dividendos, pues como dicen sus propios creadores: “es lo que demanda el público, sobre todo el más joven y femenino”, además de que “yo no estoy acá para educar a los niños. Eso es responsabilidad de los padres”. Cierto, pero cuan cierto también es su incapacidad de verse como promotor de una vida vacua, vacía, con el único sentido del “placer momentáneo”.
A la verdad que no sé en qué momento nos cambiaron los sueños y esperanzas. En qué momento, cuando cambiaron el rollo, también cambiaron la película… (los menos jóvenes que le expliquen a los más jóvenes).
Como no esperar que nuestros jóvenes de 12 años que participaron en los dos estudios internacionales de educación cívica y ciudadana opinaran que los cargos públicos son para “aprovecharlos para ellos, su familia y sus amigos”; que incluso los bienes públicos son para tomarlos si se tiene la oportunidad. Esa es la gran escuela de la moral y la ética ciudadana. No son las lecciones de moral y cívica impartidas en hermosas conferencias de lugares lujosos y brindis de cierre, o en las aulas de las mismas escuelas, lo que nos va a permitir formar mejores ciudadanos, cuando la “verdadera realidad es otra” y que no tiene consecuencia alguna.
Mientras tanto, no me queda otro recurso que un acto de contrición pública, como parte de la generación que es padre o abuelo de las generaciones de hoy, donde dándome golpes en el pecho proclamo:
Dios mío,
me arrepiento de todo corazón
de todo lo malo que he hecho
y de todo lo bueno que he dejado de hacer como generación,
porque pecando te he ofendido a ti,
y a través de ti,
al pueblo mismo que había depositado su fe en mí,
y anhelaba otro mundo, otro país y otra sociedad.
Amén.
Fuente: acento.com.do