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Antonio Imbert Barrera, ejemplo de hombría, coraje y responsabilidad

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Todos los patriotas del 30 de mayo fueron hombres que sacrificaron sus vidas en aras de eliminar a un tirano que había sometido al país con la mayor crueldad y despotismo por 31 años.

Todos son considerados por la historia como patriotas y héroes que ofrendaron sus vidas por un ideal superior: el nacimiento de la democracia y las libertades públicas. Nadie debe escamotear y regatear la heroicidad de sus acciones y la enorme trascendencia política y social del magnicidio. Con la muerte de Trujillo nació la democracia dominicana. El general Imbert Barrera fue un hombre muy valiente que arriesgó su vida y la de su familia para darle muerte al dictador. Fue de los que en la refriega le dio varios tiros directos al tirano, igual que Antonio de la Maza, otro singular patriota.

Solo dos sobrevivieron ese episodio de máxima trascendencia en el Siglo XX; Luis Amiama Tió y Antonio Imbert Barrera, que con suerte, astucia y valentía lograron salvar sus vidas. Todos los demás murieron en la acción o varios meses después fueron asesinados cobardemente por Ramfis Trujillo. Todos sufrieron fuertes y crueles  torturas y murieron con el máximo honor y ese heroísmo mutiló la felicidad de todas sus familias para siempre. Esa condición de héroes no se debe regatear por posteriores filiaciones políticas o sectarismos divisionistas de tinte ideológico desfasado.

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Don Antonio Imbert Barrera fue declarado Héroe Nacional porque fue un hombre que ofreció su vida para darle muerte a Trujillo, junto con los demás patriotas que participaron en la conjura. Con esa sola actuación consagró don Antonio su calidad humana y patriótica, y por eso en 1962, junto con Luis Amiama Tió, fue distinguido por el Gobierno con la declaración de Héroe Nacional y el rango de general vitalicio.

Fue héroe por su valentía y elevado sentido del deber porque se jugó la vida y porque esos hombres del 30 de mayo abrieron las puertas a la libertad que desde entonces disfrutamos como nación y pueblo. Don Antonio, con esa acción aquella noche del 30 de mayo de 1961 tocó las puertas de la historia y entró a la inmortalidad, junto a los demás héroes que participaron en el magnicidio.

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La inquina de algunos pocos contra Imbert Barrera es de carácter político e ideológico desfasada y por viejos rencores mezquinos, por algunas de sus actuaciones posteriores, lo que no es justo ni dable en la historia. Todo viene por su postura asumida en la dolorosa Guerra de Abril de 1965. Ahí se dividió el país y surgieron dos bandos, que hasta hoy sus viejos participantes disputan sus diferencias después de 53 años.

El regateo de parte de la izquierda democrática y obvio de los comunistas de entonces, fue por haber formado con el apoyo de los norteamericanos el Gobierno de Reconstrucción Nacional, que realmente administró el país por cinco meses. En el otro lado, estaba el Gobierno Constitucionalista dirigido por el coronel Francisco Caamaño, que controlaba una parte de la zona colonial y resistió con dignidad, con sus seguidores, los ideales que defendían. Ambos representaban el país dividido de esos difíciles meses.

Ambos gobiernos, nos guste o no, fueron el producto de las circunstancias de un crítico momento histórico dominicano a cuatro años de la muerte de Trujillo y dentro de un contexto extremo de la Guerra Fría, entre dos ideologías muy opuestas que exponían las dos superpotencias mundiales y con la revolución castrista en plena efervescencia y con su tesis de exportar su revolución comunista y después de la crisis nuclear en Cuba en octubre de 1962, que dejó su impronta de tensiones en la geopolítica mundial.

Había, pues, grandes temores en la población y existía en Hispanoamérica y el Caribe un fuerte nerviosismo político, por los avances de la extrema derecha militar y por los mismos avances de los movimientos comunistas. Fue una época confusa de todo tipo de extremismos de derecha trujillista, de conservadores de centro-izquierda democrática; de comunistas castristas, maoístas, pro-rusos y anarquistas. Hay que leer bien la prensa de esos años, para poner las cosas en su contexto histórico del momento.

La Guerra de Abril comenzó por un golpe de Estado y lucha entre dos bandos militares. Fue una guerra civil en el fondo. Se complicó cuando asustados por la rebelión popular constitucionalista los norteamericanos invadieron el país. Con solicitud del coronel Pedro Bartolomé Benoit o no, los norteamericanos iban a invadir de todas formas. La carta de Benoit y dos coroneles más de la Junta de San Isidro, solo fue una farsa protocolar de los norteamericanos. El anticomunismo activo de la época y la política estadounidense de no permitir otra Cuba, no daba lugar para interpretaciones. Ellos invadieron por su visión y temores geopolíticos. La posición norteamericana y la del presidente Johnson y su gabinete, están muy claras en los informes y cables desclasificados.

Antonio Imbert Barrera ni ningún político o militar dominicano fueron la causa de la invasión. Ninguno la deseaba, y lo cierto es que los líderes de los dos bandos enfrentados se tuvieron que resignar ante la realidad y manejar esa nueva circunstancia. Para evitar un 1916, no había otra salida que negociar y pactar. En medio de la guerra fría, Estados Unidos invadió, por sus causas e intereses propios. Cierto es que no debió invadir y fue un acto de injerencia paternalista extrema.

Tampoco era cierto que los jefes constitucionalistas fueran comunistas, para nada. Quizás ayudó a salvar muchas vidas en una guerra fratricida, pero la invasión frustró un proceso interno que venía desde el 1961, que debieron resolverlo los dominicanos solos. Pero la política norteamericana de 1965 no quiso tomar riesgos. Actuó velozmente, con o sin razón. Para ellos, razón de Estado.

Don Antonio aceptó formar el Gobierno después de una invasión consumada, y junto con su Gabinete, en aras de buscar un equilibrio interno y una salida para que el país volviera a la normalidad y los americanos se fueran. Fue un patriota en ese difícil momento, pues sino aceptaba formar un Gobierno Nacional, probablemente los norteamericanos hubieran convertido la intervención en una ocupación militar, como sucedió en 1916. La época y mentalidad había cambiado desde la primera ocupación, y prefirieron ayudar a crear un gobierno dominicano que llevara la administración pública, las finanzas, las nóminas, los puertos y mantuviera la economía en movimiento, como en efecto sucedió.

Por su lado Caamaño con la invasión se creció, de ser jefe inesperado del bando Constitucionalista se convirtió en el líder que enfrentó la invasión y junto con Imbert Barreras, los dos bandos negociaron separados durante tres meses la salida de las tropas norteamericanas y de la OEA. Pero de ahí nació otro héroe para muchos. Ambos negociaron con la realidad, con las circunstancias y fueron pragmáticos e inteligentes. Mejor negociar una salida del invasor, que tener una ocupación militar de varios años.

El general Imbert Barrera -ayer como hoy- respetaba como el 95% de los dominicanos a los norteamericanos, pero nunca fue un entreguista, ni vendió a su patria. Como otros políticos, militares, empresarios y la ciudadanía en la historia dominicana, tuvieron que aceptar la realidad del intervencionismo norteamericano y buscar la forma de mantener vivas las instituciones nacionales.

El general Imbert Barrera en verdad se echó encima una responsabilidad innecesaria y delicada. Se echó una vaina, por la que aún sus enemigos lo persiguen como un fantasma de otra época. En dos ocasiones históricas don Antonio actuó con suma responsabilidad, valentía y patriotismo. No sólo él actuó así, sino su gabinete, los altos empresarios y la mayoría del pensamiento de centro y conservador que representaba el 70% de la población nacional. Por sus dos actuaciones responsables en 1961 y 1965, en el 1967 fuerzas oscuras lo ametrallaron a tiros y casi lo mataron en plena capital.

El Gobierno de Reconstrucción Nacional, igual que el Gobierno Constitucionalista, ayudaron y fueron fundamentales, para darle estabilidad y paz al país, despejar toda duda de una guerra civil violenta y de sentar las bases para primero formar el gobierno provisional con García Godoy y después para que se celebraran las elecciones en 1966.

Los grandes pro hombres se miden por sus grandes actuaciones en momentos esterales. Por ejemplo, ¿se admira a Pedro Santana que ganó todas las batallas contra los haitianos y selló la independencia, o lo rechazamos por su malogrado anexionismo de 1861? ¿Admiramos o no, a Carlos Morales Languasco que en 1905 pactó el Modus Vivendi y evitó la injerencia militar de acreedores europeos o lo rechazamos por firmar la realidad? Admiramos o no a Ramón Cáceres, por aprobar la firma en 1907 de la Convención Dominico Americana que solo representó firmar la realidad existente desde décadas, pero que evitó una ocupación militar norteamericana en pleno imperialismo de T. Roosevelt?

Admiramos a Horacio Vásquez que junto con Cáceres mató al tirano Lilís en 1899 y que en 1924 fue el primer presidente electo democráticamente después de la desocupación o lo criticamos por su reelección en 1928 o por ser débil e ingenuo con el joven General Trujillo que lo traicionó en 1930? ¿Se admira al Balaguer títere de Trujillo, al represor autoritario de los Doce Años o al reformador de los Diez Años? ¿Se admira al Bosch demócrata liberal de 1962 o al marxista no leninista de 1973, o al que juntó con sus discípulos pactó en 1996 con su enemigo ideológico de la ultra derecha para frenar al líder Peña Gómez?  ¿Vamos a interpretar la historia de manera selectiva o se respeta?

¿Se admira al Caamaño trujillista pre 1961, al demócrata constitucionalista de 1965, o se le rechaza porque en el 1973 entró con una pequeña fuerza guerrillera comunista entrenada en Cuba para tumbar al gobierno constitucional de Balaguer? No fui nunca balaguerista, pero era el gobierno constitucional legítimo. ¿Qué se hace en cada caso?  ¿A quién se admira y a quién se le rechaza después? Estimo que hay que respetar la historia y sus grandes personajes por sus actuaciones en los grandes momentos claves históricos.

En resumen, en mi opinión el general Antonio Imbert Barrera debe ser reconocido como lo que es, un Héroe Nacional y se le debe rendir respeto y admiración por jugarse la vida el 30 de mayo en que el grupo de patriotas ajusticiaron al tirano. Todos los que ayudaron y participaron en la conjura son patriotas y héroes, por arriesgar y sacrificar sus vidas para darle a este país libertad y democracia. Imbert Barrera fue un hombre de su momento, como dice Ortega y Gasset, el hombre y su  circunstancia.

Don Antonio Imbert Barrera le dio el frente con su hombría, coraje y responsabilidad a cada momento político que le tocó vivir. Fue un hombre sencillo, decente y con los años un gran conciliador y protector de revolucionarios de la ira de los Doce Años. Considero que por los tiros que le dio a Trujillo es héroe para la eternidad. Lo demás es politiqueo circunstancial mezquino, que pronto desaparecerá con las nuevas generaciones que no están contaminadas por las pasiones del pasado.

Fuente: Listindiario.com

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