Dr. Enrique Sánchez Costa
Ha sido el personaje más representado del teatro español. Don Juan –burlador, libertino, narcisista y seductor– ha rebasado la categoría de personaje: es ya un arquetipo, un tema y un mito literario universal. Desde su creación por Tirso de Molina en El burlador de Sevilla (1630), encontramos más de 500 versiones de la obra. Entre ellas, la tragicomedia de Molière (1665), la ópera bufa de Mozart (Don Giovanni, 1787, con una obertura portentosa) y el drama de Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1845), que es hoy, en el mundo hispánico, el don Juan más popular.
El don Juan de Tirso de Molina es, ante todo, un valiente y engreído burlador. Don Juan vive para dar espectáculo: “Sevilla a voces me llama / el Burlador, y el mayor / gusto que en mí puede haber / es burlar una mujer / y dejalla sin honor”. La vida, para él, es una competición lúdica, un juego egotista cuya gracia consiste en burlar las reglas y escapar del castigo del árbitro. Cuando le hablan del juicio postrero a sus maldades, responde altanero: “¡Qué largo me lo fiáis!”.
Don Juan es mucho más que un lujurioso o un hábil seductor. Su esencia es el deseo sin cortapisas: la imposición de su voluntad sobre todos y sobre todo. Nietzsche había escrito en su Zaratustra: “Dos cosas quiere el varón auténtico: peligro y juego. Por ello quiere él a la mujer, que es el más peligroso de los juguetes”. Don Juan, machista como el pensador alemán, y como él egotista, entiende la vida como peligro y juego, y reduce las personas a juguetes de su voluntad. Por eso también, como el héroe nietzscheano, don Juan es incapaz de amar.
De ahí la novedad del Don Juan romántico de Zorrilla: que sí se enamorará. En un principio, encontramos al personaje arquetípico: rico, noble, temerario, bribón y seductor. Afirma, ufano: “Por donde quiera que fui, / la razón atropellé, / la virtud escarnecí, / a la justicia burlé, / y a las mujeres vendí”. Y, como reto, seduce también, en un convento, a la jovencísima doña Iñés. Entre tanto, cautivado por su pureza, se enamora de ella. Pide al padre de Inés (el Comendador) su mano; y, como este se niega, lo mata don Juan. Poco después, fallece Inés, de tristeza.
Como en las otras versiones del mito literario, don Juan cenará con el espectro del Comendador, que matará a don Juan. Pero, a diferencia de las demás obras (en las cuales, por su arrepentimiento tardío o nulo, pagaba sus delitos), aquí se salva del infierno. ¿Cómo? Por intercesión del espectro de doña Inés, la cual convierte a su amado en el último momento y posibilita la misericordia de Dios. En este final feliz –aunque acaso forzado–, la Bella ha domado y civilizado a la Bestia. Inés ha transformado a don Juan: su orgullo ciego es, ahora, conciencia clarividente; su deseo desamorado es, ahora, amor deseante, corazón capaz de amar.