Controvertido y cuestionado como pocos valores en el aula, el liderazgo aplicado a la docencia ha sido objeto de muchas lecturas e interpretaciones. Para algunos es una demostración de autoridad del maestro entendido como líder incuestionable en el aula mientras que para otros se resume en la capacidad de movilizar y motivar la voluntad de los estudiantes en sus aprendizajes. Aunque lo que sí está claro es que este es un valor que, de un tiempo esta parte, ha sido puesto en tela de juicio por su aplicación, efectividad y razón de ser tanto por docentes, alumnos y familias. Una polémica a la que nos unimos con un libro y una película que probablemente no zanjarán la cuestión, pero que esperamos os hagan reflexionar sobre las posibles causas y efectos del liderazgo.
Una película… El club de los poetas muertos
Oh capitán, mi capitán… Pocos versos han calado tanto en la cultura popular como los escritos por el poeta Walt Whitman en honor al presidente de los EE.UU. Abraham Lincoln después de su asesinato en 1865. Y nos atreveríamos a decir que mucho tiene que ver esta El club de los poetas muertos, dirigida por el gran Peter Weir en el año 1989, a poco de haber iniciado la etapa estadounidense de una carrera que comenzó en su Australia natal. Un film emblemático para toda una generación de profesionales de la educación, que sitúa su acción en el año 1959, en la Academia Welton, un instituto masculino de élite de Nueva Inglaterra donde aterriza el tímido Todd (Ethan Hawke). Allí, entre clase y clase, conoce al grupo de jóvenes formado por Neil (Robert Sean Leonard), Charlie (Gale Hansen), Richard (Dylan Kussman), Gerard (James Waterston) y Steven (Allelon Ruggiero), quienes como él se aburren en un ambiente educativo tremendamente estricto y marcado por un respeto reverencial a las tradiciones de la vieja Academia. Pero un buen día llega a sus vidas el profesor John Keating (Robin Williams), un profesor de inglés, antiguo alumno de Welton, que a través de sus poco ortodoxos métodos, y su amor por la poesía y la literatura, les invita a vivir sus vidas en sus propios términos. Una llamada al carpe diem que alcanza una pegada casi mística para estudiantes y espectadores con el descubrimiento de una sociedad llamada el Club de los Poetas Muertos, fundada por Keating y sus amigos, donde se reunían para recitar poesía y soñar con los ojos abiertos, y cuyo espíritu prenderá en esta nueva generación de estudiantes de Welton.
Una historia que, vista a casi tres décadas de distancia desde su estreno en 1989, puede resultar prototípica en su argumento pero que gracias a su éxito de taquilla se convirtió en una pequeña gran película de culto, e hizo del profesor Keating el paradigma del docente “rebelde”. Una especie de héroe que lucha contra un sistema, educativo en este caso, marcado por un conservadurismo atroz que se alimenta de la vida de sus alumnos para devolverlos al mundo vacíos y sin pasión. Pero ¿es así? Con el paso del tiempo, y teniendo en cuenta la conclusión de la película que no desvelaremos aquí pensando en aquellos que no la hayan visto, la figura de Keating como líder indiscutible, por querido y admirado, se ha visto enjuiciada por considerarla absorbente hasta lo peligroso. Keating cuestiona la autoridad de la institución para la que trabaja, pero ¿quién lo cuestiona a él? y ¿hasta dónde tiene derecho a llegar un docente como guía vital de sus alumnos? Una serie de cuestiones que, en su momento, quedaron algo ocultas por una visión casi elegíaca del profesorado y el buen hacer de todos los implicados en la película pero que ahora, y contemplada desde una perspectiva estrictamente moral, ofrece una visión del liderazgo mucho más ambigua que propicia un interesante debate.
Un libro… El señor de las moscas
Sir William G. Golding (Reino Unido, 1911 – 1993) recibió algunos de los mayores reconocimientos que se pueden recibir en vida tanto a nivel personal (fue nombrado caballero (Sir) por la reina Isabel II recibiendo la Orden del Imperio Británico en 1988) como a nivel literario ya que primero recibió el premio Booker en 1980 por su novela Ritos de paso (que daba inicio a su Trilogía del Mar) y, posteriormente, el Premio Nobel en 1983.
Su estilo está muy enfocado en la alegoría, muchas veces utilizando la mitología, la literatura clásica y el simbolismo cristiano. Si bien este uso alegórico tiene una profunda relación con las raíces occidentales (basadas en la cultura clásica y el cristianismo) el mensaje de Golding tiene un carácter plenamente universalista ya que el autor exploró temas polémicos e intrínsecamente humanos como las relaciones entre el bien y el mal o el orden y la civilización en contraposición con la barbarie y la maldad, al mismo tiempo que lo aderezaba con relatos de aventuras. Será su participación en la II Guerra Mundial, el hecho que cambiará su vida, su visión del mundo y conformará parte de su estilo. Posiblemente por ello, Golding exploró en sus obras la maldad y se convenció de que cada ser humano podía producir el mal como las abejas producen miel.
El señor de las moscas nace fruto de la vivencia de ese apocalipsis surgiendo una visión enfrentada que queda plasmada con la división arquetípica que se producirá entre los protagonistas de la novela. Esta división entre el bien, el orden y la civilidad y el mal, el caos y la barbarie no deja de ser un reflejo de la guerra, una actividad humana que saca lo mejor y lo peor del ser humano y que encontramos en esta obra.
La novela comienza cuando el barco en que viajan un grupo de niños (precisamente, evacuados a causa de la guerra) sufre un accidente y naufraga quedando como supervivientes sólo los infantes con edades comprendidas entre 5 y 12 años. Rápidamente los niños se organizan y eligen a Ralph como líder. Él representa el arquetipo del liderazgo democrático. Este liderazgo es representado en la novela con una caracola que sirve para reunir al resto de chicos y para establecer el orden de las intervenciones. Ralph se apoyará cada vez más en Piggy, un chico asmático, con gafas y sobrepeso que es el objeto de las burlas de los demás pero que encarna la idea de intelectual sensato que piensa en el bien común. Juntos pondrán énfasis en priorizar el ser rescatados manteniendo una fogata siempre encendida.
A este liderazgo basado en la creación de un orden y una suerte de convivencia similar a la que vivían anteriormente, se opondrá Jack. Jack es la representación de la maldad inherente al ser humano, partidario de la ley del más fuerte y de vivir en la isla como cazadores, de forma más primitiva y cercana a la naturaleza animal. Las alegorías no finalizan aquí, también tenemos a los mellizos Sam y Eric que representan a los colaboracionistas, Simon que simboliza la inocencia perdida o Roger, mano derecha de Jack, que se abandona a la tortura y al sadismo.
Sin querer arruinar la historia, ya podemos imaginar que surgirá un conflicto entre estos dos “bandos” con sus diferentes modelos de liderazgo. La novela nos da una versión pesimista, refleja la perdida de inocencia ejemplificada en unos niños (por lo tanto “puros”) en un entorno idílico y como todo ello acaba por venirse abajo y hacer emerger la naturaleza más primitiva del hombre. El autor buscó reflejar el mundo que vivió (y sufrió) en sus propias carnes y, posiblemente, la idea que se desprende de la novela sea extrema y alejada de ideales románticos en islas paradisíacas.
Si bien esta es la lectura más evidente, la que tiene que ver con aspectos que como humanos debemos afrontar casi a diario (la convivencia y el mantenimiento de la civilidad), también refleja el valor del liderazgo de forma clara y cristalina. Esos dos arquetipos encarnados en Ralph y en Jack, nos hacen ver la importancia del ejercicio del liderazgo y de la necesidad de controlarlo tanto a nivel social como en ese microcosmos que es la escuela.
Fuente: aulaplaneta.com