Autor: Simon Worrall
Fecha: 2015-09-11
Fotografías: Lynn Johnson, National Geographic Creative
Pronuncia: Otorrinolaringóloga pediátrica. Difícil, ¿verdad?
Según Dana Suskind, quien obtuvo ese título en la Universidad de Chicago, la exposición a un lenguaje abundante durante los primeros tres años de vida no solo es crucial para la capacidad de pronunciar palabras largas, sino para nuestro desarrollo integral y el éxito en general.
Por desgracia, en su nuevo libro Thirty Million Words: Building a Child’s Brain también demuestra que nuestros logros están determinados, en buena medida, por el medio social y económico en que nacemos.
Sin rodeos: un niño nacido en la modesta Compton, California, probablemente escuchará 30 millones de palabras menos en los primeros tres años de vida que otro nacido en la acaudalada Greenwich, Connecticut.
En una entrevista desde su hogar en Chicago, Suskind explica que la iniciativa “Thirty Million Word” intenta cerrar la brecha de logros; porqué el esfuerzo de Mark Zuckberger de aprender chino refleja la importancia de la exposición al lenguaje desde la infancia; y cómo su propuesta de “sintonizar, hablar más y tomar turnos” puede ayudar a resolver los problemas mundiales.
¿Qué te inspiró a escribir el libro, Dana?
Hace unos diez años inicié el programa de implantes cocleares en la Universidad de Chicago. Mi experiencia como cirujana me llevó al mundo de las ciencias sociales y allí descubrí el poder del lenguaje.
Los niños que nacen en condiciones de pobreza escuchan 30 millones de palabras menos que sus pares más acaudalados.
Antes de la implantación, los niños no manifestaban una diferencia real en su potencial de aprender a hablar. Pero después del implante, eran muy distintos. Algunos hablaban y aprendían igual que sus pares, mientras que otros apenas podían comunicarse. Y la diferencia casi siempre estuvo marcada por líneas socioeconómicas.
Aquella experiencia me puso a pensar, ¿qué está sucediendo? Es la misma cirugía, con resultados muy distintos. Luego me enteré de una investigación muy importante que hicieron Betty Hart y Todd Risley hace unos 30 años. Demostraron que los niños que nacen en condiciones de pobreza escuchan 30 millones de palabras menos que sus pares más acaudalados. Pero la brecha de 30 millones de palabras es solo una metáfora de la riqueza del lenguaje y los ambientes en los primeros años de vida.
Lo explicas de una manera maravillosamente sencilla. Cuéntanos de tus tres consejos para los padres y cómo marcan la diferencia en el desarrollo del cerebro infantil.
Desde el punto de vista científico, un ambiente con un lenguaje rico es increíblemente complejo. Sin embargo, en el nivel más fundamental, todo se reduce a tres cosas: armonizar, hablar más y tomar turnos.
Armonizar significa que cuando estés cambiando el pañal de tu hijo, salgan de compras o vayan al centro en autobús, te muestres interesada en cualquier cosa que despierte el interés del niño.
Hablar más es justo eso: hablar más, usar un lenguaje más rico, narrar a tu hijo lo que ocurre en el día.
Tomar turnos es lo más importante. Significa que debes considerar a tu hijo como un compañero de conversación, desde el primer momento. Muchos padres no se dan cuenta de que pueden conversar con un recién nacido. Sin embargo, los bebés nacen listos para aprender y responden con cada ruido y eructo, incluso antes de usar su primera palabra.
Propongo un cuarto factor: apagar la tecnología. Llámese televisión, iPhone o iPad, hay tecnología en todas partes. Necesitamos aprender a vivir con la tecnología y entender que el cerebro del bebé necesita interacciones humanas reales, en vivo. Por desgracia, no existen sustitutos ni fórmulas, como las hay para la leche materna, así que solo podemos hacer nuestro mejor esfuerzo para limitar la tecnología e interactuar con nuestros hijos. (Lee: ¿Qué nos causa Facebook?)
En tu libro haces una pregunta importante: “Si los bebés fueran genios de la computación, ¿por qué no los sentamos frente al televisor y nos olvidamos de todo?”. Explica porqué eso no contribuye al proceso de aprendizaje.
¿No sería lo más simple? [Ríe] El lenguaje se desarrolló como un medio de comunicación. No teníamos tecnología para nutrir nuestros cerebros. Necesitábamos la interacción social para que el lenguaje se “pegara”. Hay estudios geniales que lo demuestran. Los bebés no aprenden con la televisión o los videos. La interacción, lo que llamamos “respuesta contingente” –cuando respondemos a las señales del bebé-, es lo que permite que aprendan cosas.
Lee: Papá, gana amor extra
¿Qué hay de los niños mayores de cuatro años, los que se pasan la vida en YouTube o el televisor, sin leer y sin los tres estímulos que propones? ¿Hay esperanzas para ellos?
¡Nunca es tarde! El cerebro siempre está desarrollándose, evolucionando; incluso en ti y en mí. [Ríe] Sin embargo, hay un periodo cuando el desarrollo cerebral es tan intenso como al principio, sobre todo en términos de destrezas cognitivas. Si queremos prevenir en vez de remediar, necesitamos enfocarnos en esa etapa. Eso no significa que debamos enfocarnos en los niños de cero a tres años y olvidarnos de los demás. Pero si descuidamos a los de cero a tres, después será muy difícil cerrar la brecha.
Ya es costumbre decir que el reforzamiento positivo es necesario. No obstante, tienes datos que confirman esa teoría, así como información sorprendente sobre factores socioeconómicos y el refuerzo positivo. Háblanos del estudio Hart-Risley.
Hart y Risley surgieron de la “Guerra contra la pobreza”. Antes de hacer su estudio, hace 30 años, realizaron muchas intervenciones preescolares con niños que vivían en condiciones de pobreza. Al principio, los resultados demostraron que, durante la edad preescolar –digamos, cuatro y cinco años-, los niños que recibían intervenciones clave no eran distintos de quienes no las recibían. Esa experiencia los llevó a cuestionar, “¿Qué pasa en la vida cotidiana de los bebés entre los cero y tres años?”
Decidieron hacer un seguimiento de familias en todos los estratos socioeconómicos –incluyendo desde las que llamaron “empobrecidas” hasta las profesionales y todos los niveles intermedios- hasta los tres años de edad. Visitaron a los niños una vez al mes e hicieron grabaciones de audio. Cuando analizaron los datos, descubrieron que los niños nacidos en condiciones de pobreza habían escuchado 30 millones de palabras menos que sus pares más acaudalados. Fue entonces que concibieron esa metáfora genial para llamar la atención del público: la brecha de 30 millones de palabras.
Hart y Risley también detectaron diferencias entre el uso de afirmaciones y prohibiciones –“¡No hagas esto!”, “¡Bájate!”, “¡Cállate!”- y las descripciones que usaban una rica narrativa. Todo esto –la forma como los progenitores hablan o no con los niños- impactó no solo en el vocabulario de los bebés a los tres años, sino que al llegar al tercer grado, también encontraron impactos en sus calificaciones de exámenes y CI, y así descubrieron el inicio de la brecha de logros.
Mencionas que hay una diferencia entre los términos “ayudante” y “ayuda” para obtener una respuesta en los niños, y también cuando dices “eres muy malo” o “hiciste algo malo”. Explica la importancia del lenguaje en el desarrollo del cerebro infantil.
Lo más importante que me ha demostrado toda esta experiencia es el poder del lenguaje para nuestro desarrollo integral, para el desarrollo de nuestro cerebro. El lenguaje no solo incrementa el CI y la capacidad cognitiva. Hace crecer los distintos aspectos del individuo, como nuestra destreza para las matemáticas, nuestra percepción espacial, nuestra capacidad para perseverar frente a los desafíos, o nuestra autorregulación.
En estos momentos estoy muy enfocada en nuestro programa de elogios basado en la persona versus el proceso. Si dices “trabajas muy duro” versus “eres muy inteligente”, marcarás la diferencia entre un niño que persista frente a un desafío difícil o se dé por vencido.
La empatía es la esencia de lo que deseamos en los seres humanos. Es importante elogiar al individuo en vez del proceso. Queremos que el niño piense, “Soy un gran ayudante” versus “solo fue el proceso”.
En cambio, si el niño hace algo malo, es importante entender que hay una diferencia crucial entre sentir culpa y vergüenza. Porque si avergüenzas a alguien, no haces algo constructivo. Lo deseable es que tu afirmación esté conectada con un acto. Si dices “eres malo” versus “ese acto es malo”, puedes marcar una gran diferencia.